La semana pasada, el Presidente Obama se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar el lugar donde fue lanzada la primera bomba nuclear lanzada sobre una población civil indefensa. Más de 140.000 personas murieron el día 6 de agosto de 1945, o después, como consecuencia de la intoxicación y los cánceres causados por la radiación.

El simbolismo es grande, seguramente pasará a los libros de historia que Obama fue el primer presidente estadounidense en visitar Hiroshima, al igual que informarán a las futuras generaciones que Obama fue el primer presidente estadounidense en visitar Cuba.

Estos actos son importantes; sin embargo, no deben ser considerados como las únicas evidencias con las que hemos de juzgar a este Presidente. También hay que fijarse en otras acciones, ya que solo cuando comparamos las acciones con las palabras, podemos realmente recién entonces encontrar las evidencias en las que basar nuestro juicio.

Tomemos el discurso de Obama en Hiroshima y veámoslo por partes, comparémoslo con sus acciones y su administración y veamos lo que encontramos. También busquemos nuevas interpretaciones de la historia y declaraciones que han sido convenientemente redactadas tratando de representar a la humanidad de una manera tal que puedan justificarse las guerras y la violencia.

«La guerra mundial que llegó a su brutal fin en Hiroshima y Nagasaki se libró entre las naciones más ricas y poderosas».

No estamos de acuerdo. Ante todo, la guerra no terminó con las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, a pesar del mito que ha sido convenientemente desarrollado en décadas posteriores y se enseña en las escuelas occidentales con el fin de justificar la doctrina militar de la disuasión nuclear. La guerra con Japón se terminó efectivamente cuando la Unión Soviética anunció su invasión a Japón el 9 de agosto, lo que fue demostrado convincentemente por el autor norteamericano Ward Wilson, en su excelente libro «Cinco mitos sobre las armas nucleares». Las bombas nucleares no eran necesarias para terminar la guerra, pero eran necesarias para vengarse de Japón, para justificar el enorme gasto del programa de armas nucleares y para imponer a los EE.UU. como la nación más poderosa de la Tierra en el escenario geopolítico de la posguerra.

En segundo lugar, la guerra no se libró entre naciones; la guerra se libró entre élites que, arbitraria y cruelmente, utilizaron a sus propios compatriotas haciéndolos luchar en tierras lejanas, morir y causar la muerte de otros, de la manera más brutal. La gran mayoría de los soldados, provenientes de los sectores más pobres, de la clase trabajadora, fueron manipulados y obligados a luchar en una guerra que no comprendían y que, en primer lugar, nunca debería haber comenzado; fueron aquellas mismas élites que, al final de la Primera Guerra Mundial, no impusieron una represiva austeridad económica sobre los países vencidos.

«Y, sin embargo, la guerra surgió a partir del mismo instinto básico de dominación o conquista que había causado conflictos entre las tribus más simples, un viejo patrón amplificado por las nuevas posibilidades y sin nuevas restricciones.»

Una vez más, no estamos de acuerdo. No hay un «instinto básico de dominación o conquista» en la especie humana. No es parte de nuestro ADN. La violencia es algo aprendido desde el momento en que nacemos como seres humanos. Es endémica en el entorno familiar, en la escuela y en nuestras culturas nacionales.

Cuando estalla la violencia física en un individuo o en un grupo, es porque ha habido un insoportable sufrimiento del tipo económico, psicológico y/o racial, entre otros. El hecho de que la ley solo se refiera a la violencia física, muestra que la ley no se ha desarrollado lo suficiente como para evitar el dolor y el sufrimiento mental en el ser humano.

Nosotros no somos los mismos seres primitivos de la antigüedad; los seres humanos están evolucionando, nuestra conciencia se está desarrollando y nuestra capacidad de empatía y solidaridad también están evolucionando. Sin embargo, la gran mayoría de los seres humanos tienen dificultades para disfrutar plenamente de estas capacidades porque su libertad y su capacidad de decidir su propio futuro ha sido arrebatado por un sistema que favorece a un pequeño número de personas cada vez más ricas que se sientan libres para someter a la vasta población mundial a una miríada de formas de violencia.

A pesar de lo que nos quieren hacer creer, la violencia no es un rasgo natural del ser humano, la violencia es una conducta aprendida y adquirida, al igual que la no-violencia puede ser aprendida y adquirida.

«Una comunidad internacional estableció instituciones y tratados que trabajan para evitar las guerras, y aspiran a restringir y hacer retroceder, y finalmente eliminar, la existencia de armas nucleares.»

La más cínica de todas las frases en el discurso de Obama. Los tratados no son aspiraciones. Los tratados son instrumentos legales y los países que los ratifican están legalmente obligados a someterse a los términos establecidos en los mismos. El Tratado de No Proliferación Nuclear, dice:

«Cada una de las Partes en el Tratado se compromete a celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas al cese de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear y sobre un Tratado de desarme general y completo, bajo un control internacional estricto y eficaz «.

El TNP entró en vigor en 1970. 46 años más tarde y 71 años después de Hiroshima, no hay ni cese de la carrera de armas nucleares ni existen negociaciones de un tratado de desarme.

Por otra parte, la administración de Obama ha aumentado las tensiones globales y, en comparación a cualquier otra administración anterior, ha dado menos pasos en la dirección de un desarme nuclear.

Para dar algunos ejemplos de esta hipocresía entre lo que Obama dice y lo que hace, los EE.UU. ha anunciado planes para gastar 1 billón de dólares en los próximos 30 años en su programa de armas nucleares; las nuevas bases militares se han instalado cerca de las fronteras de Rusia y, significativamente, EE.UU. trabaja activamente para bloquear todos los intentos internacionales para avanzar en medidas a favor del desarme. A principios de este mes, un centenar de naciones se reunieron en Ginebra para examinar esas medidas, con la ausencia de los Estados poseedores de armas nucleares – lo que es una violación a las obligaciones del TNP.

«Puede que no estemos en condiciones de eliminar la capacidad del hombre para hacer el mal, por lo que las naciones y las alianzas que formamos deben poseer los medios para defendernos.»

¿Los medios para defendernos? Vamos a considerar esto. Recientes modelizaciones atmosféricas sugieren que un conflicto limitado de 100 bombas nucleares lanzadas sobre ciudades pondrá fin a la civilización humana tal como la conocemos: hay más de 15.000 de ellas en existencia. Una hambruna mundial se desencadenaría, el comercio mundial cesaría, aumentaría el conflicto local, las plantas de energía nuclear probablemente se verían afectadas resultando en fusiones, y la humanidad sería conducida de nuevo a la Edad de Piedra. Los que sobrevivan seguramente preferirán el suicidio a tener que vivir en un mundo post-guerra nuclear.

¿En qué escenario los EE.UU. o cualquier otro país ha tenido alguna vez que defenderse con el uso de armas nucleares? La respuesta es nunca, y no hay ningún escenario en el que una guerra nuclear solo podría combatirse con un puñado de armas nucleares. Todos los escenarios de guerra nuclear conducirían inevitablemente a la aniquilación de la raza humana. ¿Cómo es esto «defendernos»? La locura de la doctrina de la seguridad nuclear es que «si ustedes nos bombardean con armas nucleares, vamos a destruir todo el planeta en venganza».

«Los que murieron, ellos son como nosotros. La gente común entiende esto, creo. No quieren más guerra. Ellos preferirían que las maravillas de la ciencia se centren en la mejora de la vida y no en su eliminación. Cuando las decisiones tomadas por las naciones, cuando las decisiones tomadas por los líderes, reflejan esta sencilla sabiduría, entonces tiene sentido la lección de Hiroshima.»

Finalmente, nos encontramos con algo que podemos apoyar de todo corazón. Y mientras Obama dice estas palabras, él mismo debería haberse reflejado profundamente en ellas.

Su administración ha desatado guerras feroces que afectan a millones de civiles inocentes, provocando la mayor crisis de migraciones desde la Segunda Guerra Mundial. Su administración ha asesinado a cientos de miles de seres humanos. ¿Cómo puede decir esas palabras anteriores y no acordarse de lo que ha hecho?

A pesar de ello, está en lo cierto. Nosotros, la vasta, gran mayoría de la población mundial no queremos más guerra. Y las elecciones que hizo deberían haber reflejado esta sencilla sabiduría y la lección de Hiroshima.

Sí, la historia dirá que Obama visitó Hiroshima, y, sin embargo, a pesar de todas sus buenas palabras, a nuestro juicio, su gesto es vacío. La reconciliación no se ha iniciado, y el mundo es un lugar mucho más peligroso para vivir de lo que era hace ocho años, antes de su llegada al poder.