Por Íñigo Sáenz de Ugarte para Guerra Eterna

Este mapa de los ataques rusos conocidos en territorio sirio confirma las prioridades de la intervención de Moscú en la guerra. No es una sorpresa ni una revelación que desmienta las intenciones de Putin. Lo importante para él es impedir el desmoronamiento del régimen, lo que obliga a asegurar el eje norte-sur que va desde Alepo a Damasco, comunicadas a través de la autopista M5.

Al sur de la provincia de Idlib, tomada por los insurgentes hace unos meses, se concentra la mayor parte de los bombardeos. Se trata de impedir que la coalición formada por el Frente Al Nusra –una sección de Al Qaeda– y los salafistas de Ahrar al-Sham continúe avanzando hacia el sur o amenace la provincia de Latakia. El otro objetivo es despejar la carretera entre Hama y Homs, sin cuyo control absoluto es imposible garantizar el envío seguro de fuerzas hacia el norte.

Es ahí donde, según medios norteamericanos, ha habido ataques contra rebeldes “moderados”, una afirmación discutible o directamente falsa; en primer lugar, porque no suele haber muchos moderados en una guerra civil que se prolonga durante años, y también porque esa presencia insurgente no hubiera sido posible sin la intervención de Al Nusra y grupos aliados de este. Es habitual encontrar artículos que cuentan que los ataques rusos han tenido sólo como objetivo al FSA (siglas en inglés del Ejército Libre de Siria) y otros grupos “no islamistas” a los que a veces se les da la etiqueta menos amenazante de “nacionalistas”. La mayoría de esos grupos, cuando no están compuestos por un puñado de hombres, son islamistas o salafistas, y son los que han supuesto en el último año una amenaza más grave para las fuerzas de Asad.

En el panorama confuso de esta guerra, donde algunos pequeños grupos insurgentes se hacen fuertes en una zona y adoptan alianzas con grupos mayores, como Al Nusra, Al Sham o ISIS que se rompen meses después, algunas milicias yihadistas amenazan también la provincia de Latakia, considerado un baluarte de partidarios del régimen, desde Idlib. Rusia no podrá eliminarlos a todos desde el aire –al igual que tampoco EEUU ha acabado con el dominio de ISIS en la provincia de Raqqa–, pero sí impedir que prosigan su avance.

Se han producido algunos ataques a posiciones de ISIS (zonas de color gris), pero sólo para mantener la línea propagandística sostenida por los medios gubernamentales. En ese punto, lo único que hace Moscú es seguir la línea oficial que tantas veces hemos escuchado en el último año de boca de los gobiernos occidentales y de los análisis aparecidos en los medios de comunicación: ISIS es una amenaza muy superior a la de Al Qaeda en el pasado (tan sólo porque ha aprovechado la guerra de Siria para hacerse con el control de una zona muy poco habitada) y todo está justificado para deshacerse del presunto califato. Es por así decirlo una carta ganadora frente a la opinión pública, y lo que ha servido a Washington, a falta de una estrategia global para poner fin a la guerra siria, también le será muy útil a Putin.

Por eso, en los informativos de la TV rusa y en los hashtag que promueven los medios proPutin siempre aparece la palabra ISIS. Es como un cuento con dos partes en el que la primera fue elaborada por EEUU y Europa, y ha sido Rusia la que ha completado la historia ante la incapacidad de los primeros en terminar la misión. Eso es lo que sostiene Moscú, pero, al igual que la propaganda norteamericana, está muy lejos de cumplirse sobre el terreno, al menos en el escaso tiempo que ha transcurrido desde el inicio de la intervención militar rusa.

 


En los últimos días, y sin que esté claro que tenga que ver directamente con la ofensiva rusa, ISIS ha conseguido avanzar posiciones en la provincia de Alepo y ya está a siete kilómetros de la periferia de la ciudad. Aquí el mapa de la provincia con los nombres. Esta presencia es muy peligrosa para los otros grupos insurgentes porque puede bloquear las líneas de suministro que le llegan desde Turquía.

En esa zona, ISIS ha obtenido un gran triunfo propagandístico con la muerte en los combates del general iraní Hossein Hamedani.

El Pentágono ha puesto fin al programa de entrenamiento de grupos insurgentes ‘de confianza’ en Turquía al ser un evidente fracaso. El reducido número de fuerzas implicadas (máximo, unos 500 hombres) y la escasa relevancia de esos grupos dentro de Siria confirmaron que se trataba de una iniciativa con la que la Casa Blanca pretendía hacer ver al Congreso que estaba dispuesta a encontrar un socio de fiar en el conflicto y volcar su apoyo material sobre él. Ni el Pentágono ni el Ejército estuvieron nunca muy convencidos de que fuera a servir de algo.

Quien sigue con sus planes es la CIA, que puede entregar ayuda directamente a algunos grupos sin el escrutinio del Congreso y los medios de comunicación. El carácter secreto de la ayuda permite además que los servicios de inteligencia no tengan que demostrar que tiene alguna influencia en la guerra.

Ahora toca cambio de estrategia, que parece consistir en llegar a acuerdos no con grupos, sino con sus líderes. Es difícil apreciar a simple vista dónde está la diferencia, más allá de incidir en una política ya conocida por lo ocurrido en Afganistán e Irak: armar y financiar a señores de la guerra con la esperanza de que dependan por completo de ti, y no se pasen al enemigo.

El problema para EEUU es que su lista de enemigos en Siria es demasiado larga (Asad, Rusia, ISIS, Al Nusra…) y sus posibles aliados nunca ha tenido una esperanza de vida muy larga en el conflicto.

A corto plazo, es seguro que eso contribuirá a aumentar la ayuda a los grupos kurdos del norte de Siria, pero estos últimos tienen como prioridad la defensa de sus zonas e impedir que ISIS pueda avanzar en esa región. Más al sur, su aportación no es relevante para el curso de la guerra.

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