El Estado Nacional entregó 625 hectáreas a una comunidad mapuche en 1902. Sobre esa tierra creció la ciudad de Villa La Angostura en la provincia de Neuquén. Los mapuches defienden el poco territorio que les queda, pero los acusan de “usurpadores”.

Por Darío Aranda para Agencia ACTA

Es un cerro repleto de árboles añejos, muy altos, casi no dejan pasar el sol. Sólo se puede subir caminando o a caballo. Los senderos están bien marcados y se dejan ver casas humildes, bien distantes, no menos de cien metros entre cada una. En una vivienda sobresale una Wenu Foye (bandera del Pueblo Mapuche). Grandes perros se acercan y ladran amenazantes. Hasta que asoma Rosa Sobarzo Paicil, abuela mapuche, de la comunidad Paicil Antriao, paradigma del despojo: el Estado argentino le entregó 625 hectáreas, decreto mediante, pero sobre esas tierras creció Villa La Angostura, la ciudad más exclusiva de Neuquén.

La comunidad mapuche está asentada a cinco minutos del centro, pero no tiene agua ni luz eléctrica.

Defiende lo que le queda de territorio, pero la acusan de “usurpadora”.

Y, en un hecho con pocos antecedentes en Argentina, vecinos de Villa La Angostura realizaron una marcha contra los mapuches, a quienes acusaron de atentar contra la propiedad privada. El Concejo Deliberante hizo lo propio: cambió el nombre de una calle que recordaba al cacique mapuche Ignacio Antriao.

1902

El decreto presidencial de 1902 es claro. Cede 625 hectáreas a José María Paicil e Ignacio Antriao, en la entonces Colonia Nahuel Huapi. Todavía no se había fundado fundado Villa La Angostura (1932) y Neuquén todavía no era provincia (recién lo fue en 1955). A fines de la década del ’40 comenzaron los problemas, cuando la entonces “Comisión de Fomento” comenzó a vender parcelas para gestar una pequeña ciudad. Hoy tiene 12.000 habitantes. El libro “Historias de las familias mapuche Paicil Antriao y Quintriqueo” (editado por la Biblioteca Popular Osvaldo Bayer) relata, con escritos de historiadores y testimonios de antiguos pobladores, el sistema de despojo que sufrió la comunidad mapuche.

Otro libro, llamado “Huellas y senderos”, analiza el proceso histórico de los mapuches en esa región de la provincia. “De las 625 hectáreas iniciales hoy sólo habitan en 125, y todas están a nombre de terceros extraños. La ciudad de Villa La Angostura se construyó sobre muchas de esas hectáreas y mediante diversos mecanismos, muchos de ellos fraudulentos, las tierras fueron arrebatadas a los mapuche”, explica el libro, de 200 páginas, editado en 2013. Cuenta también con un CD interactivo que muestra de manera detallada cómo se loteó y perdió el territorio comunitario.

El decreto de 1902 reconoce que la colaboración del cacique Antriao fue vital para que ese sector de la Patagonia fuera, al momento de marcar los límites nacionales, parte de la Argentina.

La ciudad avanzó tanto que incluso el cementerio mapuche quedó en lo que hoy es el centro de Villa La Angostura. La tumba del cacique Ignacio Antriao está hoy en la Plaza San Martín, bajo un maitén centenario.

Werken

Mario Railaf es werken (vocero) de la comunidad Paicil Antriao. Del-gado, de hablar tímido. A orillas del lago Correntoso, a diez minutos del centro de la ciudad. El lugar es muy bello. Playa de pequeñas piedras, agua azul furioso, y dos pequeños cerros (uno de cada lado) conforman una suerte de cajón que encierra al lago. Es parte del Camping Correntoso, hoy en manos de la comunidad mapuche y judicializado por parte de la Municipalidad, que lo reclama como propio.

“La nuestra es la historia de un despojo que tuvo y tiene como protagonistas al Estado municipal y provincial, a los privados, inmobiliarias y muchos cómplices que aún se pasean por la villa”, resume el vocero mapuche. Marca como punto de quiebre al boom inmobiliario que comenzó en la década del ‘50, luego en los ‘70 y ya nunca se detuvo.

El viento dificulta escuchar la voz de Railaf. “Vivían tranquilos en toda esta zona, con sus animales, en su espacio territorial. Es doloroso. Los mayores aún recuerdan cómo los fueron corriendo del territorio”, describe y afirma que muchas familias se fueron desmembrando y, al mismo tiempo, migrando a ciudades cercanas. También influyó un pro-ceso de discriminación que impactó en la negación de la identidad mapuche. “Estaba mal visto hablar en nuestro idioma. Estaba mal visto ser indígena. Incluso hoy a muchos les moleste decir que en la villa hay mapuches”, explica.

Está convencido de que hay pruebas de sobra del despojo winka (blanco) sobre los Paicil Antriao. Sólo lo pueden negar quienes “no conocen la historia, los que robaron la tierra mapuche o los racistas”.

Railaf, de 37 años, resalta como positivo el proceso reorganizativo que comenzó hace diez años. Lo define como un hecho reivindicativo, en el que la comunidad comenzó a tejer nuevos lazos con otras comunidades, con la Confederación Mapuche de Neuquén y donde miembros de la misma comunidad comenzaron a volver al territorio y recuperar los vínculos comunitarios. En la actualidad son 38 familias, pero están en un camino que, en breve, puede duplicar esa población. “Muchas familias quieren volver a la comunidad. Hubo trawn (gran reunión) de bienvenida. Hay aires nuevos. Estamos esperanza-dos”, señala y esboza la primera y única sonrisa de la entrevista.

El territorio es un tema central. Reclaman como propias, y con posibilidades concretas de recuperar, 226 hectáreas. Sabe que no es sencillo, y confiesa que reclamar sus derechos provoca consecuencias, sobre todo en las caras visibles de los reclamos. “Muchos nos miran mal, nos niegan trabajo. Sólo pedimos que se cumplan nuestros derechos”, explica. Y recuerda que propusieron la construcción de un barrio inter-cultural y el fomento del turismo sustentable, pero el Municipio nunca respondió.

La Ley Nacional 26160, sancionada en 2006, ordena relevar los territorios indígenas y frena las órdenes judiciales de desalojo. A nueve años de la ley, la comunidad Paicil Antriao aún no fue relevada. No es casual. Las tierras de la comunidad cotizan a precio millonario, en dólares, en una de las zonas más preciadas de la Patagonia.

“Nuestro proyecto de vida existe si tenemos el territorio. Por eso defendemos lo nuestro. Sin territorio morimos…”, sincera. Hace un largo silencio. Y resume: “El Pueblo Mapuche quiere vida, es preexistente al Estado argentino, y vamos a luchar para que se cumplan los derechos”.

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Nunca más

Desde el Camping Correntoso hay que tomar la ruta, bordear el lago Nahuel Huapi, atravesar la ciudad y se llega al Cerro Belvedere. Repleto de cohiues, maitenes y cipreses. Un camino corto que zigzaguea y se abre en una planicie, suerte de base del cerro. Y más árboles, muchos, altos. Casi no dejan pasar el sol y se nota en la temperatura. El frío se hace sentir. A la mano izquierda, una casa humilde, un cerco con animales, una chimenea que humea y perros que reciben enojados. Asoma Rosa Sobarzo Paicil, 66 años, abuela mapuche, pilar de la comunidad mapuche. Invita a entrar. La salamandra con leños ardiendo y mate recién armado. Sonrisa generosa y pregunta retórica. “¿Y yo que le puedo contar? Sólo que viví siempre acá, y acá seguimos, esperando aún la luz y el agua”, comienza la charla.

En pleno siglo XXI, a diez minutos del centro de una de las ciudades más ricas de la Patagonia, los gobernantes no hacen la electricidad ni el agua.

Recuerda que era niña cuando los privados llegaban, decían ser dueños y obligaban a su padre y tíos a firmar papeles. Los iban corriendo de lugar, siempre dentro del mismo cerro. “Nos decían que eran dueños y que teníamos que irnos”, precisa. Y hace un salto en el tiempo: “Hace un mes llegó un policía de apellido Monzón y nos dijo que era dueño. Se puso malo y quería que nos vayamos”.

Pero algo cambió. Rosa Sobarzo Paicil, y la comunidad, conocen las leyes nacionales e internacionales. Ya no se van. Ya nadie los corre. Ni la policía. “Esto es nuestro. Esto es de la comunidad”, avisa.

Gerardo Ghioldi, de la Biblioteca Popular Osvaldo Bayer, aclara que la Mutual Policial de Neuquén “compró” tierras en el cerro, pretenden hacer un barrio policial, pero no pueden avanzar porque la supuesta compra está judicializada.

La causa de los Paicil Antriao llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En abril de 2011 ésta dictó una medida cautelar y ordenó al Estado a “garantizar la vida y la integridad personal de la comunidad”. Solicitó que evite hechos de violencia por parte de la policía y de grupos de seguridad privados, e instó al gobierno de Argentina que “adopte las medidas necesarias para atender la salud de las familias de la comunidad que se encuentran desplazadas en zonas aledañas al territorio en disputa a fin de garantizar su bienestar”.

Rosa recuerda que se fueron muchos integrantes de la comunidad. Precisa que hay unas treinta casas. Pueden ser más, pero sin luz y agua, todo es difícil. “Hicimos muchas notas solicitando, también una salita de salud, pero ni nos responden. Si viene un empresario hotelero, seguro al otro día le dan todo. Sabemos que el Municipio quiere este territorio”, denuncia.

Le duele tener a la familia “desparramada”. Algunos hijos y nietos en el Gran Buenos Aires, otros en Bari-loche. Explica que la mitad de su vida la transitó sin saber sus orígenes mapuches. Escuchaba que sus padres hablaban otro idioma, pero nunca le enseñaron porque, creían, así la protegían de la discriminación. Lamenta no haber transmitido a sus hijos, desde niños, esos orígenes. Pero se contenta: “No es tarde. Ahora conocemos nuestra raíz y vamos recuperando nuestra cultura y nuestra historia. Nunca más vamos a negar que somos mapuches”.

Postal

El cerro es empinado. Los senderos son amplios, rodeados de vegetación. La brisa es helada, pero la caminata hace entrar en calor. Media hora de paso sostenido y se abre un claro en el cerro. Un semicírculo de unos 50 metros. Es un des-canso en la subida al cerro Belvedere. A la izquierda, un tronco hace de banco. Es un mirador. Se observa el centro de Villa La Angostura, más atrás el Lago Nahuel Huapi y, de fondo, montañas con picos nevados. Ghioldi, ocasional guía, señala los nombres de las montañas, pero el periodista está hipnotizado por el paisaje de postal. Ese mirador, ese cerro, es el lugar soñado de cualquier empresario turístico. Hay un solo freno para ese negociado: la comunidad mapuche.

Recuperación

El 25 de febrero de 2015, la comunidad Paicil Antriao decidió recuperar, mediante la acción directa, parcelas en el cerro Belvedere que estaban en manos de privados. Entre ellos, un terreno reclamado por el jugador de basquet Emanuel Ginóbili. “Hartos de espera y de manoseo por parte de las autoridades políticas de lo que hoy es Villa La Angostura, Neuquén y Argentina, hemos decidido poner en resguardo el territorio comunitario y construir el hogar que dará cobijo a más de veinte familias de nuestra comunidad”, explicó el comunicado mapuche.

También señalaron que desde hace años esperan la restitución de las tierras usurpadas pero “ningún responsable político tomó con seriedad el tema y más bien ningunearon cada reclamo, incluso continuaron con la labor de planificar nuevas inversiones y loteos frente a nuestras propias narices”.

Recordaron que la legislación internacional (Convenio 169 de la OIT y Declaración de Naciones Unidas sobre Derechos Indígenas) contempla la acción de volver al territorio usurpado. La comunidad exige que se aplique la Ley 26160, y se releve el territorio indígena. Así tener un claro límite de las tierras y evitar nuevos despojos.

La acción tuvo efecto positivo. A mediados de marzo, el gobierno municipal y provincial recibió a la comunidad y a las autoridades de la Confederación Mapuche de Neuquén. Se comprometió a acelerar el relevamiento territorial. Y la comunidad aseguró que no realizará nuevas recuperaciones.

A casi dos meses de ese acuerdo, el Gobierno aún no comenzó el relevamiento territorial.

Marcha

El 5 de marzo hubo un marcha en Villa La Angostura. Unos 300 vecinos se reunieron en la Avenida Arrayanes, la principal de la ciudad, y se manifestaron contra la “usurpación” de terrenos y contra la inseguridad. Apuntaban, como responsables de esos males, a los mapuches. Participaron de la movilización personas que reclaman como propias parcelas en el cerro Belvedere y dueños de inmobiliarias. También participó el Intendente, Roberto Cacault.

Las pancartas de la marcha eran elocuentes: “La propiedad privada es la más importante garantía de la libertad”. “Basta de impunidad”. “Usurpar es delito”. “Respeto a la historia”. “No a las ocupaciones ilegales”.

La Confederación Mapuche de Neuquén denunció que se trató de una “marcha antimapuche” y responsabilizó a las inmobiliarias, a los “especuladores” de la tierra y a los abogados que “montan fortunas robando territorios a los indígenas”.

El Concejo Deliberante actuó en tiempo récord. Votó una ordenanza para cambiar el nombre de la calle “Cacique Antriao”. Retiró el término “cacique”, claro símbolo de su per-tenencia mapuche, y dejaron sólo el apellido Antriao.

La comunidad mapuche repudió el cambio de nombre. En el mismo Concejo Deliberante, expuso su opinión en cuatro carteles: “Ustedes son ladrones de guantes blanco”. “No roben identidad”. “No roben territorios”. “No nos roben la historia”.

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