«Los territorios indígenas se han vuelto un botín valioso no sólo para las gigantes transnacionales sino también para los enanos empresarios criollos.»

Por Mariano González para APe (Pelota de trapo)

(APe).- Las palomas se peinan el viento entre las alas y se miran a los ojos con el bronce que tarde o temprano acusará las marcas de sus patitas. Al pie del bronce, curiosean o festejan. Algunos se rascan la ropa que les aprieta un poco aunque se consuelan pensando que está bien, que es lo único posible; otros le rezan a su Dios de internet por una breve biografía de esa mujer que imponente se eleva sobre ellos, para pavonearse en las redes sociales y olvidar en unos días, siempre sin moverse de su escritorio. Es Buenos Aires, el frío se pasea sin pudor y la indiferencia le sugiere los caminos que bien conoce.

Ese mismo frío madrugó a la gélida mañana del 14 de julio en Tafí del Valle, Tucumán cuando un grupo de personas vinculadas al empresario Bruno Petech, irrumpieron en la comunidad Diaguita de la localidad Barrio Malvinas e intentaron desalojar a 26 familias de su legítimo territorio. Cinco heridos de bala quedaron tras el intento de despojo. Por supuesto, los sicarios del poder jamás exhibieron documentos que respaldaran sus palabras aunque si subrayaron sus amenazas sacudiendo ágilmente sus revólveres.

Los territorios indígenas se han vuelto un botín valioso no sólo para las gigantes transnacionales sino también para los enanos empresarios criollos. No debemos ceder a ciertos residuos de nacionalismo que subyacen debajo de cada piedra; el Imperio no vive en un solo lugar fuera de de los límites del territorio-Nación, sino que se reproduce en cada pequeño despojo; acá nomás, en la esquina, donde un niño revuelve los restos de un banquete o unos pasos más allá, donde un joven hace sus primeras armas en la precariedad laboral. La nacionalidad del explotador poco importa, en nada cambia su condición.

Lo que se disputa en estos calendarios es la puja entre el lucro como único rector de una sociedad o la concepción del territorio por fuera de los designios del capital. El territorio con función social, espiritual, comunitaria. La especulación inmobiliaria constituye uno de los motores de la primera visión y a la que el empresario Petech representa.

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A los pies del bello monumento a la guerrillera indómita Juana Azurduy, las ropas siguen apretando. Porque eso hace el progresismo, proveer ropas cómodas pero que más temprano que tarden comenzarán a apretar. Nos construye castillos lingüísticos, nos perfuma los espacios simbólicos mientras nos vomita balas por debajo de la mesa. Llora con una mano los escombros de lo que destruye con la otra y así, mientras erige monumentos, saliniza los suelos rebeldes, como hizo la corona luego del asesinato a Tupac Amaru, para que nada vuelva a crecer. Es que las flores, incluso las del Alto Perú, sólo crecen en el barro. Jamás en el bronce.

Hace tiempo que el extractivismo, el corrimiento de la frontera agropecuaria y la especulación inmobiliaria avanzan de manera predatoria sobre los territorios, pero no lo hacen como un actor social aislado. Avanza con la connivencia gubernamental, de la mano de una legislación que es, en el mejor de los casos, papel mojado, como la ley 26.160 y sus dos prórrogas que prohíbe los desalojos y ordena al Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) realizar el relevamiento técnico-jurídico-catastral de las comunidades indígenas. En el peor de los casos, la legislación se torna la antesala del despojo y la culminación de la colonización comenzada centurias atrás; prueba de esto son las leyes diseñadas a medida de empresas como Chevron o Monsanto, los ante proyectos para regular la propiedad comunitaria indígena, la ley antiterrorista y muchas más.

En el bronce la revolucionaria indígena, defensora de la libertad, tumbó al representante de la colonia y todos celebramos eso. En el barro, los restos de colonia, siguen despojando los territorios, destruyendo los recursos naturales e intentando romper la resistencia indígena. Esa resistencia que tiene uno de sus estandartes a metros nomás del bronce, donde los hermanos de QO.PI.WI.NI aguardan pacientes salir de la invisibilidad.

Entre las familias que resisten los desalojos del sistema, suele haber niños y niñas que escrutan con temor la temprana violencia, cuando no la muerte: esa experiencia indeleble para los que viven. La misma que marcó a Azurduy con la pérdida de cuatro de sus hijos. Ella, que en el bronce mece en sus espaldas la guagüita por los caminos de la independencia, arrastra también el sufrimiento de los cuerpos desnutridos, del hambre hecho panza, del llanto hecho grito. Lleva a cuestas la muerte simbólica de miles de mujeres expulsadas de sus territorios, obligadas a emigrar y engordar los cordones urbanos en villas y asentamientos.

Desde las entrañas de la tierra, ¿Nos dirá algo la Juana invisible? No la del bronce, no la del oropel, no la que inmóvil no puede resistirse a los designios de un presente cargado de cinismo ¿Qué nos susurra la ausencia de retratos? ¿Qué extraño designio nos negó su rostro singular pero nos dio su rostro plural que se funde entre otros miles de rostros anónimos que jamás y siempre veremos en cada resistencia? Tal vez nos siga exhortando a buscarla, no en los altares de piedra, sino en los caminos, en el barro, desde donde siempre se vuelve a florecer.

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