En la Unidad Penitenciaria nº 45 “Melchor Romero” concluyó la formación 2013 en Prevención y rehabilitación en adicciones. Pressenza cubrió la entrega de diplomas como Agentes Multiplicadores en Prevención de Adicciones en contexto de encierro y pudo conversar con los reclusos y formadores que integraron este proyecto.

Una de las coordinadoras de los talleres, Patricia Cao quiso agradecer a la institución por la colaboración recibida a lo largo de todo 2013 para desarrollar este proyecto e incluso en los que se han realizado los años anteriores. Beatriz Fontana, la otra pieza clave de la Asociación Activar hizo de anfitriona.

Alicia Romero que además de participar en Activar, forma parte de Madres en Lucha contra el Paco y por la Vida, participó del evento y pudo relacionarse con los internos con gran soltura, abordando las temáticas relativas a adicciones, que son un camino común en casi todos los casos de jóvenes en prisión.  

Pablo Salomone Director de Tratamiento -Salud de la Provincia de Buenos Aires quiso estar presente en el cierre de esta formación para convocar a los que lo terminaron a ejercer el rol de agentes multiplicadores. “Ustedes son el mejor ejemplo posible de rehabilitación, de la intención de cambiar de vida” les dijo en tono paternal, deseándoles no volver a verlos encerrados ni en este, ni en ningún otro establecimiento carcelario. Les propuso continuar con su trabajo solidario, los chicos que hacían la formación además de trabajar y estudiar, se ocupan de otros presos, ya sea acompañándolos para que terminen la primaria, el secundario o combatir y resistir las violencias generadas dentro y fuera del penal.

Encierro

Mientras cruzaba los controles policiales y me iba sumergiendo detrás de los barrotes y los alambres de púas, sopesaba si era conveniente o no filmar lo que estaba viendo. Muchas veces detrás de la cámara se reduce el espectro visual, así que decidí poner todos los sentidos alertas a lo que estaba viviendo. Descifrar los olores, el calor de un día de diciembre en Buenos Aires, tocar los barrotes fríos, sentir el suelo de baldosas, de cemento o de tierra bajo mis pies. Caminar por los pasillos de una cárcel es una sensación compleja, con recuerdos ficticios, de películas, de cosas que uno vio en la tele y con los temores que a uno lo consumen, ¿qué sería estar acá adentro sabiendo que no se va a salir?

Entre dos pasillos de barrotes, unas celdas expuestas, sala de espera a otra cosa, mis ojos buscan reconocer los ojos asustados que están allí. Somos extraños en su terreno, civiles en un horario que no es el de visitas. Finalmente de la garganta seca sale un gutural saludo, la cortesía acompañó a cada cruce en esos pasillos. Todo recluso o agente penitenciario saludó a cada uno de los visitantes.

La primera sorpresa fue el pabellón donde se realizó el cierre del ciclo formativo. Un espacio de grandísima pulcritud, “nosotros nos turnamos para mantenerlo limpio y ordenado” me contaron más tarde. Habían comenzado los cortes de luz, así que la cárcel no era excepción y no teníamos electricidad, pero por amplias ventanas entraba el sol primaveral. Una gran cocina dominaba el espacio, se trata de un pabellón de autogestión, donde están los reclusos que estudian, pero también ellos mismos se cocinan, limpian y se ocupan de los espacios comunes.

En ronda

Los mates pasaban de mano en mano mientras la palabra también circulaba, primero para presentarnos los que era la primera vez que íbamos, junto a mí estaba Matías Acuña, Director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Lanús y Ana Moreno de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y otro militante de DDHH, Leandro Brandoni.

Luego de recibir los diplomas que los acreditaba como agentes multiplicadores en prevención y rehabilitación en adicciones, que otorga la Asociación Activar, que viene trabajando con las personas privadas de su libertad desde hace  varios años, los chicos guardaron, orgullosamente, los diplomas y comenzamos las charlas menos formales.

Emiliano me mostró su celda, una habitación amplia donde daba la bienvenida una enorme cabeza de león dibujada a lápiz. “La hice yo solo, tuve que armar la escala para poder trasladarla a la pared”, un excelente trabajo que era una prueba para futuros murales que querían realizar en el patio del pabellón. “Lo importante es que acá nos podemos sentir como en nuestra casa, cada uno tiene su pieza a su gusto, las pintamos nosotros” me contaba.

Si bien austeras, las habitaciones estaban en perfecto orden y cada recluso tenía bien delimitado cuales eran sus pertenencias. “Compartimos lo que tenemos, pero todos sabemos de quién es cada cosa” me decían.

“Trabajo haciendo algunos muebles que después se venden afuera y cuando se venden nos pagan el trabajo. 500, 600 pesos, depende el mes, pero con eso le puedo pedir a mi familia que me traiga cosas que necesito. Ellos no siempre tienen…” me cuenta otro recluso.

“Los más grandes acá son tutores, se ocupan de los problemas que puedan haber y también nos tienen cortitos” relatan, en tono de confidencia. Uno de los tutores nos da la otra versión, “Pensá que todos los que estamos acá no es por jugar a la pelota. Cuando estamos bien, estamos bárbaro, pero cuando alguno se saca, hay que saber atajarlo a tiempo” dice.

Activar

El curso de Activar incluye información sobre enfermedades de transmisión sexual, temas relativos a los efectos de la drogas y un tema fundamental que es el de la resolución de conflictos y la noviolencia.

“Aprendimos muchas cosas en este taller, es muy importante el trabajo que hacen Patricia y Beatriz con nosotros. Es muy duro estar acá y con esto aprendemos muchas cosas. ¿Lo más importante? Nos sirve mucho lo de noviolencia, para resolver conflictos, no sólo entre nosotros, también con la familia cuando nos vienen a ver, las novias, todo” resumía otra vez Emiliano.

“Yo no quiero volver a estar acá adentro. En el 2015 voy a empezar a tener salidas transitorias y quiero rehacer mi vida, por eso estoy estudiando derecho. Hay que aprovechar el tiempo. Yo estuve en Sierra Chica, así que sé lo que es estar en el infierno. Me gustaría cuando salga poder hablar con los pibes para que se rescaten, decirles que la droga es una mierda y que pasar por la cárcel es terrible” me confesaba Emi. Su tono era bastante monocorde, como de alguien que ya no puede transmitir estados demasiado eufóricos. Pero sus ojos brillaban de manera muy distinta cuando me hablaba de lo que se imaginaba haciendo afuera del penal, afuera de esta realidad de encierro y, no por casualidad, trabajar para el bien de otros amplificaba el brillo a sus ojos. Así como se volvían sombríos cuando hablaba de otras cárceles o, simplemente, otros pabellones. “Allá no podés dormir, tenés que estar alerta todo el tiempo, nunca sabés lo que puede pasar, acá es otra cosa. El pabellón de autogestionados es para los que trabajamos en tareas comunitarias dentro del penal” precisaba.

Las visitas

Su compañero de habitación me mostraba la biblioteca y hablamos de los libros que habían leído unos y otros. Les dije que tenían buenos libros ahí, les recomendé algunos y les pregunté por las visitas. “Acá pueden venir a visitarnos, los recibimos en el mismo pabellón. Es mucho mejor para nuestras familias, no hay la misma sensación de encierro, tampoco pasan por los mismos manoseos para entrar. Es una suerte” reflexionaba uno de ellos. “Vienen todas las semanas a verme, un día mi vieja y otro mi viejo” precisaba. “Yo no recibo muchas visitas, mis dos hermanos también están presos, en cárceles distintas y para mi vieja es muy difícil venir a vernos” se lamentaba el otro. “Igual comemos todos juntos, compartimos las cosas que nos traen” intentaba animarse el bailarín del grupo.

Se armó el debate entre todos “los periodistas nos muestran a todos como si fuéramos unos asesinos y no es así. Nos estigmatizan” decía uno de ellos. “Igual que cuando hablan de las cárceles, lo único que muestran es que hay facones, peleas. Lo bueno nunca es noticia” se quejaba otro. “Quiero que le cuentes a la gente que no somos todos iguales, que nosotros decidimos cambiar y merecemos una segunda oportunidad” me pedía, Walter, que da clases de apoyo escolar a otros reclusos para que obtengan el título primario.

“Muchos de nosotros estamos acá por portación de cara, por venir de dónde venimos. No teníamos ni idea de adonde nos podía llevar la droga. La privación de libertad es tremenda” comentaba un tercero. Un par de reclusos fumaban, los que estaban recién llegados al pabellón, el resto ni siquiera eso. Luchar contra la adicción es luchar contra todas las adicciones.

Nos sacamos algunas fotos y llegó la hora de retirarnos. Con Matías hablábamos de la perseverancia de estas mujeres de venir durante todo el año a dar estos talleres, con lluvia, con todo embarrado, en transporte público. Calculábamos que de Lanús hasta Melchor Romero, deberían haber 3 horas de camino, como mínimo. Le pregunté a Patricia por esta vocación “Soy psicóloga social y necesito hacer algo útil por ellos. Además, ya viste que cuando los conocés, te encariñás, los querés acompañar en su proceso. Igual no todo son buenas noticias, a algunos los trasladan por problemas de conducta o por otras penas, las chicas son las que están peor, porque a ellas nadie las viene a visitar. Están solas, realmente solas. Las madres se ocupan de sus hijos, pero cuando sus hijas caen presas se convierten en la “vergüenza de la familia”, además muchas son toxicómanas y tienen problemas psicológicos. Un panorama duro” respondía.

El mismo día en el pabellón femenino de la prisión se entregaron 5 diplomas a las chicas que siguieron otro curso de Activar, en este caso uno muy necesario, el de Autoestima.

La presidenta de Activar, Beatriz Fontana al despedirse agradeció y felicitó a los chicos “por creer, al igual que todos nosotros, que se puede cambiar y ser referentes para colaborar con personas en situación de vulnerabilidad” concluía con los ojos húmedos, al igual que muchos de los presentes.

Siempre había imaginado que de una cárcel saldría con el pecho encogido, atribulado, con indignación y rabia. Esta vez fue todo lo contrario, me tocó ser testigo de la otra cara de la moneda, la del esfuerzo, la de la fe y la constancia para salir del pozo, para dar nuevas respuestas en la vida. Me fui de Melchor Romero seguro de que el trabajo sostenido da sus frutos y que estos chicos si aprenden a relacionarse de otra manera, si consiguen ser mirados con bondad y respeto, tienen un enorme aporte para hacer para todo el conjunto de la sociedad. Han conocido el infierno, se han quemado y apuestan por la vida. Nos queda a nosotros el trabajo de darles la oportunidad de que escriban otra historia y que los murales de su vida estén llenos de color.