Yo no estoy loco sabe. Yo me sentía perseguido en mi país. Yo soy de un lugar llamado Cuba. Yo busco comida en los contenedores de basura. Yo no me dejaré atacar por la humillación de la gente. Yo, con 46 años, ahora vivo en una ciudad enorme que ahora está en crisis. Yo sé que mucha gente me mira con mala cara. Yo…

Por Yader Luna, fotos cortesía de Apumak

La mañana es fría en Madrid. Llueve. Una brisa escasa, que moja poco, pero penetra helada debajo de la ropa. Son las 9 de la mañana y la temperatura es de 4 grados. Es 24 de diciembre. Las calles empiezan a llenarse de gente que realiza las compras de último minuto para la cena de Nochebuena.

Muchas puertas de los establecimientos de la zona de Azca empiezan a abrir. Esta es una de las zonas con más afluencia de la capital española, considerada el núcleo financiero donde se encuentran los edificios de grandes empresas y bancos.

El que habla sin parar es Ángel Rodríguez. Parece que tiene días sin hablar con nadie y suelta todas las palabras que puede. Está en la puerta de un enorme edificio marrón. A juzgar por su vestimenta compuesta por camisa blanca manga larga, pantalón de vestir negro, con una pequeña chaqueta y un elegante maletín, podría ser trabajador de un banco en la zona comercial de Madrid donde se encuentra.

Pero el despeja cualquier duda y sentencia: “Yo preferí vivir en la calle que morir de hambre en mi país”. Luego agrega que no tiene amigos y que duerme en la calle, todos los días, desde que llegó, primero a Holanda y luego a España.

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Cuando Ángel Rodríguez llegó a Holanda hace 10 años pasó varios días en un estado que describe como “felicidad absoluta” por haber cumplido un “sueño deseado al fin cumplido”. Nacido en La Habana, trabajaba como profesor de inglés en Cuba. Nunca se casó, vivía con su madre y juró que el día que ella falleciera, él se iría de la isla. Y lo cumplió.

Cuando unos turistas holandeses le ofrecieron ayudarle a salir de Cuba comprándole el billete de avión para “ir de turista aunque era la forma de escaparse”, se sintió dichoso. Se encomendó a la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de la isla caribeña y partió con la poca ropa que tenía.

Cuando, ya  llegó a su destino, descubrió que la ayuda que le ofrecieron los holandeses no incluía comida,  ni transporte y que la habitación de hotel no sólo corría por su cuenta sino que era un sitio decadente.

“Los holandeses me dejaron solo. No volví a saber de ellos cuando llegué”, dice. Fue entonces cuando Ángel Rodríguez descubrió que sus sueños iban a tener algunas trabas. El principal: el idioma.

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Como pudo recogió para viajar a España, donde creía le iría mucho mejor. Empezó trabajando en el popular barrio de Lavapiés por 10 meses en un bar. Luego se encontró trabajo en la construcción, pero como muchos en España se quedó sin trabajo.

“Desde hace unos años vivo en la calle, recogiendo todo lo que encuentre como este bonito maletín que tengo”, comenta.

Acepta un café que un muchacho de ojos azules le ofrece y luego lo empiezan a rodear unos siete jóvenes más. Le cuentan que son de “Apumak”, que en camboyano significa “Amigo”, una organización juvenil que organiza colectas de comida y abrigos para ayudar a la gente que como él vive en las calles.

Hasta el 31 de diciembre de 2012 son 22,938 las personas sin hogar en España, según datos del Instituto Nacional de Estadística, INE.

De estas tres de cada diez se quedaron en la calle en el último año. La mayoría hombres, aunque cada vez más mujeres. La mayoría africanos, pero cada día más españoles.

Hay 6.190 personas sin techo que duermen en la calle en España, el resto sin vivienda tienen un lugar temporal donde dormir en albergues e instituciones, según el estudio “Personas sin techo en Madrid”, del sociólogo Pedro Cabrera de la Universidad Pontificia de Comillas.

En la capital, organizaciones como Cáritas España, calculan que casi 600 personas pasan cada noche a la intemperie y el resto en alguna de las 1.194 plazas de los albergues de la capital.

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Mario Benito, es estudiante de medicina en la Universidad Complutense de Madrid y representante de “Apumak”. Hace un año, exactamente el 24 de diciembre, unos 30 jóvenes decidieron realizar una actividad para “conocer otra forma de vivir la Navidad”.

Tras participar en un viaje a distintos países de África, con la organización “Madrid Rumbo al Sur”, estos jóvenes se organizaron para hacer “un pequeño cambio local ante la imposibilidad de ayudar en otro país”.

Así surgieron lo que ellos denominan “desayunos solidarios”. Cada domingo estos jóvenes se reúnen en la Puerta del Sol a las ocho de la mañana y llevan café caliente, leche, jugo de naranja, galletas, un abrigo o lo que puedan.

Recientemente realizaron una colecta en la Universidad Rey Juan Carlos y en otros centros de estudios de la capital para llevarles también abrigos a los que pasan frío.

“Nosotros llegamos con el pretexto de llevar un desayuno, pero lo que en realidad pretendemos es calentar los fríos despertares de la gente sin un techo”, indica Benito.

En tanto, Nacho Pamies, dice que la experiencia ha sido inolvidable porque han logrado sensibilizar a muchos jóvenes y gente que los ve en las calles repartiendo los desayunos cada semana.

“La idea es compartir con ellos, darles ánimos, devolverles la moral y demostrarle que son seres humanos y no adornos invisibles en la calle”, insiste.

Para este joven aunque lo que hacen no mejora completamente las vidas de estas personas les están demostrando que “no están solos y les podemos mejorar la vida por 10 minutos”.

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Carlos Baeza vive en la calle desde que tiene 15 años cuando quedó huérfano. Decidió irse de su natal Toledo a Madrid a buscarse la vida. Lo único que encontró fue vivir en la calle como opción.

Aunque su familia le dijo que no se fuese, él se sentía muy deprimido para quedarse en su ciudad. Ahora se arrepiente de no haber desarrugado aquella hoja donde le anotaron un número de teléfono por si los necesitase.

Para Eduardo Granados de Apumak, la soledad, la desconexión social, la marginación son algunos de los problemas de la gente que vive en la calle. Dice que en esta época de fiestas de diciembre se despierta mucha solidaridad pero es necesario mantenerla los 365 días del año.

“Muchos son inmigrantes que vinieron en la época dorada de España y ahora este país se convirtió en una jaula de la que no pueden salir”, comenta.

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Despiertan solidaridad

Paula Lopes, de Angola, se les unió por un día a los desayunos solidarios porque llegó a España como refugiada y sabe el sufrimiento de los migrantes.

“Empecé trabajando como doméstica y luego me fui preparando en enfermería. Me gusta ayudar y veo que muchos se tratan de ayudar en medio de la crisis”, sostiene.

Luis Ceballos, estudiante de 24 años comenta que decidió participar porque la indiferencia es el peor maltrato que se le puede hacer a los que viven en la calle.

“Son personas que trabajaron en muchos casos y se han visto obligados a vivir en estas condiciones porque lo perdieron todo”, agrega.

 

Radiografía de los “sin hogar”

 89% por ciento de los que viven en la calle son hombres, con una media de edad de 41 años. El 51 por ciento, solteros. El 71,5 lleva encima todas sus pertenencias.

57% por ciento tienen nacionalidad extranjera.

54% por ciento de “los sin techo” lleva más de un año en la calle.

70% por ciento de las personas sin hogar pernocta todas las noches en el mismo lugar.

Publicado originalmente en El Nuevo Diario