Muchos en Argentina llevan diez años esperando que el gobierno sea una reedición del pasado. Ya sea por revanchismo histórico con el peor peronismo, el filofascista, el de los que utilizaron un movimiento popular para amasar poder e impunidad, ya sea por desconfianza ideológica, todo lo que no sea puro, integral y rompedor con el pasado es descartado. También puede ser por antipatías, por gustos, porque se ha sembrado la duda sobre casi todo en una nueva era en la que todo es cuestionable, donde la sobreinformación desinforma y complica la comprensión.

Muy probablemente sea por las dificultades para lograr comprender procesos de largo aliento que caracteriza a los humanos de estos tiempos, por la velocidad en que queremos obtener lo que deseamos. O el simple hecho de que una mujer reescriba una nueva forma de gobernar, de dirigir, de comunicar. Quizás sea porque nos va mal y pensamos que a todos les tiene que ir igual de rematadamente mal o porque nos va bien pero vemos que hay gente a la que le sigue yendo mal, o aunque veamos que a muchos nos va bien, hay algunos a los que les va mejor y eso no nos parece justo.

Puede ser que tengamos diferencias con el vecino kirchnerista o con el militante de mi barrio o con el comunero, el intendente, el gobernador, la presidenta y sea una cuestión de piel, insolventable o que alguno de mis derechos, caprichos, deseos insatisfechos, anhelos impostergables, reclamos justos no hayan sido escuchados, no se hayan cumplido y viva el berrinche del bebé que no quiere bañarse y que luego no quiere salir del agua y que berrea ante la posibilidad de ser mojado, de ser sacado del agua o de que lo sequen.

Quizás te molesten las formas y no el fondo, como la cáscara del ananá que esconde el preciado fruto. Son múltiples las razones por las cuales una persona racional y sesuda puede desear otro tipo de gobierno, también una persona visceral y explosiva tendrá sus argumentos, incluso el obtuso, el que prefiere el plato ya digerido que sirven algunos medios sabrá por qué lo hace, como el obsecuente de los poderes históricos o el oportunista que vive de la inestabilidad.

Pero la sensación de que el mundo es un estercolero, donde siempre ganan los indignos y las corporaciones sanguinolentas conducen nuestras vidas, dirigen nuestros deseos y cada cual tiene que cuidar su culito para que no le sangre mucho, se llama nihilismo. Y ese nihilismo se destiló durante largos años en todas las latitudes. Perdimos la fe en los hermanos, en el otro sexo, en los que adoran de un modo distinto, a los que aman de un modo diverso. Perdimos la fe, la esperanza en la redención, convertimos la vida en un trayecto hacia la muerte.

El planeta en llamas es un buen ejemplo de esto. El futuro depredado que heredamos y que nos estamos encargando de empeorar para las futuras generaciones, otro.

Pero en ese movimiento cíclico que vive la especie, que se vive en todas las latitudes, no tiene la misma carga, la misma potencia en Argentina, ni en Sudamérica.

Mientras el fascismo asola Europa, con la creación de partidos nazis en todo el continente, la violencia en los estadios de fútbol explotando exponencialmente, el suicidio convirtiéndose en ruta de salida de la crisis; con el fundamentalismo islámico intentando dominar y subyugar a todos los creyentes musulmanes, enfrentando hermanos contra hermanos, imponiendo la supremacía de unos sobre otros como conducta moral; con las corporaciones expandiendo la rapiña a todos los ámbitos de la vida, especulando con la vida y la muerte, financistas de hecatombes que dictan sus planes mezquinos desde las torres de Dubai.

Bueno, en América Latina, algunos locos que enarbolan las banderas históricas de sus pueblos le están haciendo frente a este monstruo enorme. Cualquier error que podamos achacarles a estos conductores son compartidos por aquellos que, en la misma pelea, no ponen el cuerpo para ajustar, ayudar, mejorar, perfeccionar una lucha que es desigual y no tiene antecedentes históricos a nivel global.

Esta lucha contra el mal planetario, se engloba en una lucha febril por mantener la continuidad continental de esta dirección ascendente, una pelea fatricida en el seno de cada país para no perder el eje y no dar paso a los carroñeros, continúa en las luchas barriales, donde los intereses personales se hacen carne y cada cual tira para su lado perdiendo muchas veces de vista los barrios vecinos. Y concluye en el seno de las familias o incluso en la humanidad personal, donde el autoafirmarse nos convierte en talibanes de nuestras razones y esclavo de nuestros sentidos. Nos creemos lo que vemos o escuchamos como si tuviéramos la facultad de escucharlo todo y ver la integralidad de las cosas.

Así que para mí es simple, no hay nada que festejar en descubrir que se tenía razón en que el otro es feo, sucio y malo. Lo que deseo es poder festejar que el despreciable terminó haciendo cosas positivas por el empuje de las mayorías. Para mí, es eso el kirchnerismo hoy, el empuje de las mejores aspiraciones de muchos que ha reconducido el rumbo de una nación, mal que le pese a muchos, que incluso tuvieron que formar parte de ese cambio a contrapelo. Algunos ya se bajaron y otros se bajarán en el futuro, porque la puntería se va afinando y se va yendo, cada vez, más al hueso. No espero en el resultado final de todo esto, porque la transformación, como la paz, no es una meta, sino un camino.

Esas convicciones que no quedaron en las puertas de la Casa de Gobierno cuando asumió Néstor Kirchner, siento que tampoco deben perderse cada vez que salimos a la calle, ni cuando debatimos puntos de vista o reflexionamos en conjunto. Pero no toda la retahíla de convicciones desordenadas, sino rescatando lo fundamental, lo primario, lo más urgente. Y también analizando las fuerzas en disputa, los roles de cada protagonista y la intencionalidad final de las acciones de unos y otros. No es todo lo mismo, ni da todo igual.