Kiñe | Uno
¡Las personas andan salteando comidas!

Está historia la he contado en distintas ocasiones, pero como dicen los dinosaurios en mí país: “el público se renueva”. Hace muchos años, una de las tantas veces que asistí al penal de José León Suárez, en Buenos Aires, me encontré con un relato que fue motivo, más tarde, de una ponencia universitaria. La primera que realicé en mi vida. Tenía 25 años.

En confidencia, un recluso me contó que muchas veces le pidió a su hermana mercadería para almorzar con los compañeros de pabellón, pero que en más de una ocasión ella le tuvo que responder con resignación que no podía porque no tenía dinero para comprar, por ejemplo, queso para unas pizzas. Él lo entendía. No insistía. Aunque si se ponía “jede” con las zapatillas. ¡No podían faltar! ¿Cómo iba a andar dentro del pabellón sin sus zapatillas de marca? No podían ser cualquier zapatilla, debían ser “llantas” específicas: Nike.

Este “privilegio”, heredero de la crisis del 2001, ilustraba que en el 2010, la cosa estaba mal pero no tan mal. La comida podía faltar, pero la pilcha tenía que estar sin excusas. Un fenómeno que no sólo se vivía dentro de un penal. En una sociedad capitalista-consumista como la nuestra, está experiencia se podía ver a plena luz del día y en “las mejores familias”.

El contraste, con respecto a la actual crisis depresiva que nos arrastra a terrenos áridos y contaminados, fruto de la profundización de la ambición extractiva y de la agroindustria, es que las personas optan por comprar alimentos antes que ropa, salir a comer o “darse un gustito”. Peor aún, muchas veces, las jefas de familias saben que tendrán que saltar una o dos comidas durante el día.

¡Las personas andan salteando comidas!

¿Qué será prudente sacrificar? ¿El desayuno, el almuerzo o la cena?

En lo personal, reconozco este “sacrificio” de cerca. Más de un día he pasado cocinando entre doce y dieciséis horas seguidas para llegar a la noche y no tener ni para comprar el corazón de una vaca. He llegado incluso a pasar varios días seguidos trabajando veinte horas sin detenerme (la autoexplotación contemporánea que describe el filósofo Byung Chul–Han) para que después todo ese dinero derive en el pago de un servicio o la materia prima que será nuevamente reelaborada junto a mi fuerza, mi voluntad y la harina ultra refinada —que mata con más efectividad que la cocaína—.

Produzco pan todos los días. El alimento esencial y básico de la Argentina, con el que se comienza la jornada en casi todos los hogares del país, pero al final de la jornada tengo que elegir entre pagar una boleta de luz o comprar una bolsa de harina. Y esa es una realidad que se multiplica, que atraviesa distintas franjas etarias y distintas escalas sociales. Incluso en esta encrucijada diaria, soy y me reconozco privilegiado: puedo “elegir” descender hasta los extremos más lastimosos de la economía, pero mantener la prerrogativa de ajustar los precios cuando la inflación presiona.

Según el INDEC, contabilizando el mes de marzo 2024, hubo una variación interanual de 287,9 %, mientras que la harina común tipo 000 tuvo un aumento, con respecto al mismo mes del 2023, de casi el 1000 % (974,56), provocando que un kilo de pan —en la región patagónica—, cueste entre $1600 y $2500.

www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/ipc_04_24D278E3E48E.PDF

Epu | Dos
“En un país hecho de harina que un pibe muera de hambre representa un crimen”

¡Los emprendedores! Ese nuevo actor social que ostenta hundirse en una condición mucho más precarizada y lastimosa que los vapuleados monotributistas.

¿Nacimos con la pandemia, el kirchnerismo o Milei? ¿En los 90, la crisis del 2001 o la actual época de recesión? ¿Qué nos une con todas estas banderas y procesos políticos?

“En un país hecho de harina que un pibe muera de hambre representa un crimen”, pronunció y reflexiono, a modo de lección ética, Alberto Morlachetti, fundador de “Pelota de Trapo” (2003). Y esta es una definición en la que la totalidad de la población —responda al color político al que responda—, coincide (salvo, obviamente, los grandes productores directos de esta materia prima).

El último informe del Ministerio de Economía de la Nación, sobre la producción de harina de trigo en el país, arrojó los siguientes datos:

“La producción del mes de febrero de 2024 fue de 353.395 toneladas para harinas, sémolas, semitines y salvado (trigo pan y candeal), destacándose la elaboración de Harinas de Trigo Tipo 000 con un total de 252.112 toneladas (71,34 %), 78.590 toneladas (22,24%) para las harinas de trigo tipo 0000 y 8.557 toneladas (2,42 %) de sémola de trigo candeal.”

De esas 252 mil toneladas de harina negra, 135 mil se producen en Buenos Aires y un 90 % de la misma se destina a consumo interno. ¿Cómo es que estas 250 mil toneladas de harina no alcanzan para cubrir todas las mesas de los hogares del país?

¿A qué otro riesgo nos enfrentamos como sociedad, una vez que saciamos el hambre con un pedazo de pan?

En Argentina, según datos oficiales del Instituto Nacional del Cáncer, en el 2020 se registraron 15.895 casos de cáncer de colon de recto, representando el 12, 1 % del total (130.878), y siendo el segundo en la lista dentro de los tipos de cáncer (el primero es el cáncer de mamas con 22.024 casos).

A propósito, el reconocido investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Damián Marino, antes de morir nos advirtió sobre los índices de glifosato que ingresaron en Argentina durante el 2019.

«En los últimos 10 años entraron más de 1000 millones de litros de glifosato. Este número pone a la Argentina en el primer puesto a nivel mundial en la cantidad de uso de plaguicidas por habitante por año (10 litros de plaguicidas por habitante por año)«.

Nadie debería morir de hambre en la Argentina, pero tampoco debería sufrir tanto por saciar está necesidad o, peor aún, morir por consumir alimentos básicos de la dieta tradicional local.

Ante la muerte insistente, pateando las puertas de la libertad, hay que volver a las fuentes, a las fuentes de agua, a las fuentes de agua limpia.

Sin agua limpia, no hay alimentos sanos.

Necesitamos alimentos libres de agrotóxicos para no tener que hacernos exámenes de colón a los 30 años y desayunarnos con que en nuestro interior habita un cáncer activo terminal.

Necesitamos comer conocimiento, sustento, la filosofía presente en cada raíz, en cada planta, en cada fermento.

Nada puede ser duradero si nosotros, las personas, con espíritu sumiso y pasivo, permitimos que todo a nuestro alrededor desaparezca, reduciéndolo a cenizas, hasta que no quede ni un árbol en pie. Somos lo que comemos y somos también, en comunión con lo que comemos, sin excepción. He ahí la ambición y lucha de los pueblos: volver al pasado en donde todo convive en equilibrio.

Kvla / tres
El sol, nuestro mayor enemigo

Paradójicamente, según los datos aportados por el Observatorio Global del Cáncer (Globocan), de la Agencia Internacional de Investigación sobre Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), uno de los mayores productores de cáncer en la Argentina son los rayos UV y el alcohol, ocultando sospechosamente, la utilización de agrotóxicos en los alimentos y la presencia de metales pesados en el agua que bebemos, que ni siquiera aparecen como posibles agentes de riesgo.

www.argentina.gob.ar/salud/instituto-nacional-del-cancer/estadisticas/incidencia

¿Qué puede llegar a ocurrir en nuestro organismo cuando estas dos presencias invaden nuestro cuerpo: los pesticidas en los alimentos y los metales pesados en el agua?

Javier Grosso, docente universitario, conocido en la región del Alto Valle por las investigaciones que mantiene en torno a la fractura hidráulica y los sismos inducidos en la zona de Añelo y Sauzal Bonito (Neuquén), me advierte: “En Neuquén ya son más de 4000 los pozos fracturados”. Y a continuación me muestra un mapa en donde se puede ver cómo los pozos del extractivismo local se han multiplicado, como si se tratara de una especie de virus maligno.

¡Hay más agujeros contaminados que tierra fértil!

Por su parte, Luciano Fucello (director de la Fundación Contactos Energéticos, Country Mánager de NCS Multistage y recientemente socio–fundador de El Ceibo Energía S.R.L.) contabilizó 1643 punciones en el mes de marzo (2024), constituyendo un nuevo récord de fracturas en Vaca Muerta.

¿Fucello le puede asegurar a la ciudadanía de Neuquén que esas 1643 fracturas récord no contaminan los acuíferos de agua dulce de la región sur del país? ¿Quién nos asegura que el agua del río Neuquén y Limay no están contaminados con metales pesados? ¿Qué porcentaje de la población de Añelo y Sauzal Bonito está enferma con algún tipo de cáncer? ¿Quién se hace responsable de las consecuencias del extractivismo en Vaca Muerta?

¿Cómo abordar una problemática de salud desde el Estado, si es el propio Estado el que produce estas formas de desequilibrio y enfermedad? ¿Debemos esperar el patrocinio estatal para concientizarnos?

Meli | Cuatro
¡Somos el excedente de gas que se libera al aire desde las torres de fracking que hacen temblar la ciudad de Sauzal Bonito!

Mientras preparo la última tanda de panes, miro por la ventana que da a la calle y veo pasar una camioneta de CALF (el ente regulador de electricidad en Neuquén) y me pregunto: ¿cómo voy a hacer para pagar las últimas dos boletas que ya no están subsidiadas y tienen aumentos superiores al 300 %: la de abril es de $44.000 y la de marzo de $35.000?

La camioneta de CALF, como la perrera o el hidrante policial comprime el pecho, llena de angustia los ojos, el cuerpo, la mente. Desespera.

El miedo entumece, arrincona, silencia, aísla. Trasciende el ámbito físico.

También la esfera económica forma parte de una dictadura de mercado insoslayable.

¿Qué es lo verdaderamente urgente en tiempos de declive económico? ¿Hacia dónde debemos dirigir nuestra fuerza y voluntad como sociedad?

Yo escribo para no lanzar golpes al aire. Vuelco en una hoja todas mis demandas —que son las de otros también—, me sublevo ante la impunidad con la que nos licuan la vida, los descerebrados que ostentan palabras como “salvación”, “futuro”, “progreso” y “esfuerzo” mientras los estómagos del pueblo siguen vacíos vibrando en la angustia del silencio y la incertidumbre.

Es evidente: la filosofía extractiva es la misma que se aplica en la sociedad. Se limpia el terrero de “impurezas” y “malezas”, como se licua la vida de “ciudadanos improductivos” (jubilados, personas discapacitadas, desocupados, personas con antecedentes penales). Ya lo había advertido la ex directora del Fondo Monetario Internacional y actual presidenta del Banco Central Europeo Christine Legarde cuando dijo (2020) que “los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía mundial”. Y lo volvió a sugerir la actual ministra de Relaciones Exteriores de Argentina, Diana Mondino, cuando pronunció (2024), a modo de consejo, que no tenía sentido que los jubilados saquen un préstamo porque se iban a morir.

La vida se vuelve árida, heterogénea, monocultural, irrespirable, apremiante, vulnerable, radical, ortodoxa, arbitraria, sádica, perversa, incuestionable, culposa, imperdonable, rancia, pedante. Cínica.

¡Somos el excedente de gas que se libera al aire desde las torres de fracking que hacen temblar la ciudad de Sauzal Bonito!

Kechu | Cinco
¡En Argentina, el sabor de la muerte tiene mejor prensa!

Desde la vuelta de la democracia hasta la actualidad, los distintos mandatarios políticos se han rasgado las vestiduras en nombre de los derechos humanos, la voluntad de los jóvenes y adolescentes y el cuerpo cansado de los jubilados, pero no han tenido ningún tipo de prurito para, desde las primeras horas del alba, contaminar “silenciosamente” el agua que bebemos y los alimentos que consumimos cotidianamente. Despliegan así una psicología siniestra y cínica, dirigida a intercambiar dividendos positivos y regalías, por muerte.

¡En Argentina, el sabor de la muerte tiene mejor prensa! Las publicidades en las redes sociales y los medios hegemónicos son constantes y gozan de la perversidad cínica que describo. El gigante Fargo, por ejemplo, presentó una campaña denominada “Raíces” en donde propone una serie de panes especiales con almendras y semillas. Sin embargo estos no están elaborados estrictamente con harina integral (en ningún lugar lo certifica) y no advierte, en sus envases y envoltorios, que el aditivo o conservante E-282 (propionato de calcio) podría favorecer la estimulación de casos de obesidad y diabetes en la población. ¿Cuántas personas diabéticas compran este pan convencidas de que con su consumo están cuidando su salud cuando en realidad la están colocando en riesgo?

La figura del pan, como signo visual, está presente en la identidad del ser nacional. Y coexisten varios relatos que confluyen. Por un lado, el pan se presenta históricamente como un elemento esencial de la cultura católica: “compartirás el pan con el prójimo”. Por otro lado, el pan es parte de un proyecto militante, social y comunitario: “Techo, pan y trabajo”. Ambas propuestas, en determinados perfiles políticos se profundiza y puede ser un proyecto a futuro. Se habla y se refuerza constantemente la idea de que nuestra relación con muchos derivados de la panificación es ítalo–española. La pizza es el mejor ejemplo.

En este contexto, nunca está demás advertir sobre las posibles apropiaciones culturales: el pan casero y la torta frita, ni de Europa, ni de Dios. Mapuche. Apropiaciones que, por supuesto, merecen una investigación aparte.

Volviendo al principio, y a pesar de todas estas lecturas, la batalla cultural, no puede quedar alojada en una mera disputa de sentido, reducida a la esfera intelectual. Es necesario, meter las manos en la harina y difundir el poder de concentración, la capacidad metodológica y la paciencia trascendente que enseña esta labor. Precisa ser compartida, revalorizada, recategorizada. En tiempos de crisis hay que multiplicar los panes, las voluntades, la conciencia alimentaria. Esta iniciativa antigua (desde que el mundo es mundo) necesita ser parte de un colectivo, de un grupo de jóvenes que, como en el Penal de José León Suárez, puedan revertir la escala de valores de la vida en comunidad, en donde el pan de todos los días, dentro de su capital simbólico, posea un valor mucho más significativo y determinante que un Rolex, una limusina (como la que maneja “Elegante”) o un viaje a Miami (tan codiciado por la clase media argentina).