Años atrás (1992) James Carville, durante la campaña que llevó a Bill Clinton a la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, acuño la frase: “It´s the economy, stupid” (es la economía, estúpido). Parafraseando este mensaje a la política pública en educación en Chile se podría decir que “el problema está en el aula, estúpido”.

Cuando se dice que deben pasar varias generaciones para que se pueda notar el efecto de una reforma educacional, son sólo excusas para justificar la ineficacia de las políticas públicas en educación, que no apuntan al verdadero corazón del problema.

El 24 de noviembre de 1860, bajo el gobierno de Manuel Montt, fue promulgada la «Ley General de Instrucción Primaria», hito decisivo en la educación chilena del siglo XIX. La Ley de Educación Primaria Obligatoria de 1920 estableció que el Estado garantizaría a cada niño y niña el acceso gratuito a los centros educacionales y velaría para que se cumpliera esta normativa. En 1965, Eduardo Frei Montalva promovió una de las reformas más ambiciosas, que tuvo por principal objetivo acelerar la ampliación de la cobertura escolar en los ocho años de educación de básica.

Todas ellas apuntaban a que niñas, niños y jóvenes asistieran a la escuela entendiendo que el resultado de la educación se jugaba en el aula.

Durante los últimos treinta y cinco años ha habido reformas destacándose la jornada escolar completa del presidente Frei Ruiz-Tagle y la de inclusión de la presidenta Bachelet. Respecto de ellas, el presidente del Colegio de Profesores, Mario Aguilar, ha sido claro al señalar que las reformas de la última década no han sido profundas.

Aun cuando hay coincidencia en la necesidad abordar los desafíos actuales en los ámbitos de convivencia, ciudadanía, tecnología, ciencias básicas y lectoescritura, ha resultado imposible focalizar la política pública en la sala de clases: el AULA.

En el aula hay sólo dos actores relevantes, docentes y estudiantes; son lo más importante en el sistema educativo. Es en ellos que deben focalizarse los cambios para una educación exitosa. El punto de partida debe ser generar las condiciones para que ambos segmentos tengan y mantengan la motivación y el ánimo en la experiencia que viven a diario en el aula.

A través de la historia son los grupos progresistas quienes han promovido la educación universal mientras que los conservadores se han opuesto a ellas.

La más reciente manifestación de oposición a avanzar en cambios en el aula ha sido el movimiento “con mi hijo no te metas”. Levantan este slogan cuando les conviene a sus intereses porque nada se escuchó de ellos cuando en días pasado, la Cámara de Diputados y Diputadas votó favorablemente la obligatoriedad de que en todos los establecimientos educacionales debía izarse la bandera y entonar el himno nacional un lunes al mes durante el calendario escolar.

La frase para el bronce durante la discusión de este proyecto de ley fue la de un parlamentario que, al ser interpelado señalándole que se debía debatir los problemas reales de la educación, respondió que “un lunes al mes no afecta nada”.

Una vez más en la discusión sobre educación se va por las ramas y se pierde la oportunidad de llegar al meollo del problema y es por eso que repito: el problema está en aula, estúpido.