Se ha convertido en un verdadero tabú el solo mencionar el virtual regalo de la mayoría parlamentaria efectuado por el liderazgo de la Concertación a la derecha en 1989, mediante el acuerdo de Reformas Constitucionales concordado con Pinochet y ratificado por un plebiscito el 31 de julio de ese año.

Dicho regalo consistió en modificar los artículos originales de la Constitución del 80 (65 y 68) que le permitían al gobierno que estrenaría la Constitución permanente (obviamente pensando en que Pinochet sería ratificado en 1988) disponer de mayoría parlamentaria simple teniendo solamente mayoría absoluta en una cámara y un tercio en la otra. En efecto, Pinochet habría tenido con seguridad mayoría en el Senado, con los nueve senadores designados; y habría alcanzado demás a tener un tercio en diputados, gracias al sistema electoral binominal. Pero como el dictador perdió el plebiscito de octubre del 88; aquel prospecto se revertiría beneficiando también con seguridad al próximo presidente de la Concertación, Patricio Aylwin. Esto, porque la Concertación habría tenido demás la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados (lo que en efecto ocurrió); y habría logrado igualmente, con plena certeza, el tercio del Senado. Recordemos que el Senado original estaba integrado por 26 senadores electos, correspondientes a las 13 regiones de ese entonces; y por los 9 designados, es decir, por 35 miembros. Y siendo el tercio de 35, 12; y considerando que la Concertación –en el peor de los casos- elegiría uno por región; aquello significaba que terminaría al menos con 13.

Y aquí vino lo insólito, pero que quedó ocultado por el hecho de que el acuerdo entre la Concertación y Pinochet fue de un “paquete” de 54 reformas que se plebiscitó como tal: El liderazgo de la Concertación aceptó que se elevaran los quórums para las leyes simples ¡a mayoría absoluta en ambas cámaras, pero sin eliminar los senadores designados!, con lo que evidentemente perdería la mayoría parlamentaria segura. Como hay muchos que por ignorancia o malicia niegan que haya ocurrido lo anterior, es importante que el lector conozca de primera mano el tenor del principal de aquellos dos artículos de la Constitución original, el 65: “El proyecto que fuere desechado en general en la Cámara de su origen no podrá renovarse sino después de un año.

Sin embargo, el Presidente de la República, en caso de un proyecto de su iniciativa podrá solicitar que el mensaje pase a la otra Cámara y, si ésta lo aprueba en general, volverá a la de su origen y sólo se considerará desechado si esta Cámara lo rechaza con el voto de los dos tercios presentes”. El cambio del Artículo 68 constituye un simple derivado de aquel.
Explicar aquello por el temor es absurdo, porque nadie le regala más poder al adversario que teme. Además, como el propio Boeninger lo reconoció en su libro de 1997: “Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad” (Edit. Andrés Bello; pp. 347 y 349), no existía ninguna condición nacional ni internacional para intentar siquiera un nuevo golpe de Estado. Comprobación de ello fue la derrota total del amago de Pinochet en esa dirección en la madrugada del 6 de octubre del 88, debido a la frontal oposición a ello de la Armada, Aviación y Carabineros; y del conjunto de la derecha, incluyendo al mismo Jaime Guzmán. Y menos todavía habría habido chance de ello ¡porque la Concertación se opusiese a un cambio de la Constitución impuesta por el propio Pinochet!…

La explicación de fondo la revela el mismo Boeninger cuando señala que el liderazgo de la Concertación llegó, a fines de los 80, a “una convergencia (con el pensamiento económico de la derecha) que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (p. 369). De este modo, si la Concertación hubiese tenido ¡desde marzo de 1990! mayoría parlamentaria simple habría quedado desnuda frente a sus bases en su falta total de voluntad de hacer cambios profundos en la legislación laboral, sindical, de salud, tributaria, universitaria y, en general, de todas las estructuras económico-sociales impuestas por la dictadura y que no requerían de quórums supra-mayoritarios para modificarlas. En cambio, al regalar solapadamente aquella mayoría quedaba habilitada para culpar al hecho de no tener mayoría el que no se pudiesen hacer esos cambios.

¡Y esa fue precisamente la letanía que hemos escuchado más de treinta años!
Y, por cierto, todo lo anterior explica la unanimidad y persistencia de dicho liderazgo en negarse absolutamente a mencionar el tema y ¡ni siquiera para rebatirlo las pocas veces que se ha mencionado!; para así “no darle más luz al gas”… De partida, uno de los mismos negociadores de la Concertación de aquellos acuerdos con Pinochet, el abogado y académico radical, Carlos Andrade Geywitz, en un voluminoso estudio de 339 páginas sobre dichos acuerdos (“Reforma de la Constitución Política de la República de Chile de 1980”, Edit. Jurídica de Chile, 1991), ¡se hizo completamente el leso respecto de aquello! (Ver pp. 229-30). Y así, hasta hoy.

Ni siquiera Edgardo Boeninger -que había reconocido crudamente la derechización del liderazgo concertacionista y el engaño del gobierno de Aylwin de ¡buscar no hacer justicia respecto de las violaciones de derechos humanos, salvo en el caso Letelier! (Ver p. 400)- se atrevió a reconocer la enormidad de lo que significaba para el país el haber regalado la mayoría parlamentaria. Pero en definitiva, con dicho acuerdo solapado y engañoso se estableció en nuestro país el “bloque consensual” (Derecha-Concertación) que desde 1990 ¡ha aprobado toda transformación constitucional y legislativa de común acuerdo!…

Y el ocultamiento se ha mantenido hasta hoy pese a los pocos que hemos mencionado el tema. Según entiendo, el primero en hacerlo fue Andrés Allamand, en su libro publicado en 1999, “La travesía del desierto” (Edit. Aguilar) cuando dijo, para justificar el acuerdo de Reformas de 1989, que luego de la derrota de Pinochet en el plebiscito “ahora tocaría estar al otro lado del mesón (en la oposición) y era evidente la conveniencia de disminuir algunas de las exorbitantes facultades del Ejecutivo (insertas en la Constitución original del 80), como la de disolver la Cámara de Diputados o aquella inaudita que le habría permitido aprobar leyes sólo con mayoría en una cámara y apenas un tercio de la otra” (p. 180).

Y luego, en 2000, lo hizo el suscrito en el capítulo tres de “Chile: Una democracia tutelada” (Edit. Sudamericana), titulado: “El ‘pacto secreto’: la entrega de la mayoría parlamentaria”; y colocando en la contratapa: “El libro que revela el ‘pacto secreto’ de la transición”. Y posteriormente también lo traté en detalle en 2006 en el capítulo: “Adaptaciones neoliberales y renuncias democráticas” que apareció en el libro colectivo: “Gobierno de Lagos: Balance crítico” escrito además por Horacio Brum, Hugo Fazio, Claudia Lagos, Hugo Latorre, Rafael Otano, Manuel Riesco, Gabriel Salazar y Gonzalo Villarino. Asimismo, lo he mencionado en varios artículos de prensa. Ciertamente que muchos académicos y periodistas han mencionado también este insólito y trascendental hecho de nuestra historia, pero también -hasta la fecha- con escasa fortuna en cuanto a hacerlo conocido por la generalidad de los chilenos.

Y la misma derechización del liderazgo de la Concertación que le llevó a regalarle a la derecha la mayoría parlamentaria en 1989, le llevó posteriormente a sus gobiernos a provocar el exterminio ¡de todos los medios escritos de centro-izquierda que habían surgido en los 80 y que se crearon en los 90! Esto básicamente a través de la también solapada y muy efectiva discriminación del avisaje estatal en contra de ellos. La razón inconfesable de esto fue que los directores y periodistas de esos medios –que no compartían la derechización encubierta del liderazgo de la Concertación- se convertirían, a la larga, en los verdaderos opositores de sus políticas neoliberales, “desnudando” su derechización a sus bases políticas y sociales de apoyo.

Y esa misma derechización fue la que también finalmente condujo a la dirigencia de la Concertación a asumir como propia la Constitución del 80, con algunos cambios de importancia –concordados con la derecha en el Congreso- pero que no alteraban su esencia autoritaria y neoliberal. De este modo, Lagos y todos sus ministros sustituyeron las firmas de Pinochet y de los demás miembros de la Junta en 2005; en un acto en que Lagos ensalzó el nuevo texto, señalando que por fin Chile tenía nuevamente una “Constitución democrática” que representaba a todos los chilenos.

Todo este armatoste consensual entre la Derecha y la Concertación empezó a crujir con el movimiento social de 2011 y las crecientes demandas de Asamblea Constituyente. Y si bien estas fueron rechazadas pública y despectivamente por el propio Lagos, Insulza, Escalona (era “fumar opio”) y el presidente del PS de la época, Osvaldo Andrade (“una nueva Constitución será para nuestros tataranietos”); no le “quedó otra” a Bachelet en 2013 que prometer luchar por una nueva Constitución. Incluso promovió unos tristemente célebres “cabildos” que no provocaron ningún resultado. Y finalmente ¡cuando se iba Bachelet en 2017 presentó al Congreso un proyecto de “nueva Constitución” que quedó para los archivos!…

Y para buscar neutralizar la revuelta social de 2019, el bloque consensual Derecha-Concertación generó con mucha habilidad el tristemente célebre Acuerdo del 15 de noviembre, logrando incluso la subordinación a él del Frente Amplio y el PC. Por él, la población se vio nuevamente engañada al ser convocada a un plebiscito por el que creyó que podría lograr la convocatoria a una “Asamblea Constituyente” que aprobara democráticamente una nueva Constitución, cuando se estipuló -sí o sí- que se requeriría un quórum de dos tercios para aprobarla…

Pero como el resultado de las elecciones de convencionales de mayo de 2021 fue desastroso para el “bloque consensual”, logrando poco más de un tercio de los convencionales; para no quedar “desnudo”, los ex concertacionistas del bloque se vieron obligados a concordar una Constitución bastante más progresista de la que querían. Sin embargo, maquiavélicamente el bloque logró una absurda e inédita neutralización del nuevo texto en caso que ganase el Apruebo el plebiscito de septiembre de 2022: Que la eventual concreción legislativa de aquel, la hiciese ¡el Congreso de la Constitución actual que ya estaría fenecida y donde la sola derecha tiene un poder de veto con su 50% del Senado! Y, nuevamente, el Frente Amplio y el PC se subordinaron a ello, con lo que ya virtualmente se han convertido, en definitiva, en una dependencia fáctica del “bloque consensual”.

Pero, de todos modos, este bloque (con algunas disidencias de su “izquierda”, para no quedar desnudos) utilizó abrumadoramente su poder comunicacional para engañar torcidamente a la mayoría de la población convenciéndola que ¡hasta podrían quitarles las casas y sus ahorros previsionales si ganaba el Apruebo! Ello hizo que se impusiera el Rechazo en el plebiscito de septiembre de 2022. Y que, entonces, el Bloque consensual llegara a un acuerdo completamente antidemocrático, por el que el Congreso actual ¡definió 12 bases para una “nueva” Constitución! y lo que llegó al colmo: ¡designó “expertos” de su confianza para que elaboraran el texto!
Pero también dicho bloque tuvo una sorpresa cuando en la elección de los 50 consejeros para confirmar “democráticamente” el nuevo engendro, el triunfo se lo llevó el partido más de extrema derecha (Republicano) que había surgido al margen del bloque, para que se mantuviese la misma Constitución. Y, notablemente, ese Partido quiso aprovechar su sorprendente triunfo para tratar de imponer un texto aún más derechista y neoliberal que el actual. Esto “obligó” al sector más de “izquierda” del bloque consensual a manifestar su rechazo al nuevo texto y a preferir, como lo reconoció la consejera María Pardo del Frente Amplio, “defender la Constitución de Pinochet” (“La Segunda”; 18-10-2023).

Y con el reciente triunfo del “En contra” hemos llegado ¡luego de cuatro años! a la consagración final plebiscitaria (ya que en 2005 se cometió el “error”, según han confesado políticos de la derecha y de la ex Concertación, de no plebiscitar el acuerdo de ese año) de la Constitución del 80, ciertamente con algunos “perfeccionamientos”. Es decir, una victoria total tan gigantesca de la derecha que incluso su aparente “derrota” constituye un gran triunfo.

Es decir, desde el solapado regalo de la mayoría parlamentaria a la derecha en 1989, al actual “triunfo” de la “centro-izquierda” en el reciente plebiscito de diciembre de 2023; podemos constatar porqué ¡las seis elecciones de presidentes proclamadamente de centro-izquierda en Chile han significado un verdadero y sistemático fraude a la sociedad chilena!, ya que sus vencedores terminaron legitimando y consolidando (pese a todas sus fisuras) el modelo extremadamente neoliberal impuesto a sangre y fuego por la dictadura, con sus privatizaciones a favor de grandes grupos económicos; Plan Laboral; AFP; Isapres; ley minera que ha desnacionalizado más del 70% del cobre; sistema tributario que permite la “elusión” de los más ricos; universidades privadas con fines de lucro; irrelevancia de sindicatos, juntas de vecinos y cooperativas; inserción solitaria y subordinada de Chile a la globalización neoliberal; etc. etc.