Un 29 de octubre de 1945, Jean Paul Sartre brindaría en la Salle des Centraux de París, la conferencia titulada «El Existencialismo es un humanismo«. Exactamente 50 años más tarde, Mario Rodríguez Cobos, más conocido por su seudónimo literario Silo, disertaba en las instalaciones del Sindicato de Luz y Fuerza en Buenos Aires sobre “El tema de Dios”.

Más allá de la coincidencia (¿?) en las fechas, ¿existe alguna conexión entre ambos eventos? Y aun más importante, ¿qué conecta a la obra de ambos pensadores?

En su alocución, considerada el manifiesto fundacional de la corriente existencialista, Sartre señala que “la existencia precede a la esencia, o, si se prefiere, que hay que partir de la subjetividad.”

Algo más adelante, puntualiza que el concepto de esencia continúa siendo sostenido en diversas concepciones filosóficas a través de la afirmación de una “naturaleza humana”, asociada a su creación bajo un formato determinado por Dios. Luego de lo cual declara que “si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define.”

Silo, quien aclara al comienzo de su discurso que su exposición será sobre “el tema de Dios” y no sobre “Dios”,  también alude al contexto surgido luego de la sentencia nietzscheana de la “muerte de Dios” comentando que aquel filósofo hace “alusión a un proceso cultural, al desplazamiento de una creencia, dejando de lado la determinación exacta de la existencia o inexistencia en sí de Dios.”

Proceso en el que, explica Silo, “si a la muerte de Dios no ocurría una sustitución que fundamentara al mundo y al quehacer humano, o bien, si se impusiera forzadamente un sistema racional en el que escapaba lo fundamental (la vida), el caos y el derrumbe de los valores habría de sobrevenir arrastrando tras de sí a toda la civilización, a lo que Nietzsche llamó “la pleamar del Nihilismo.”

Lo que sin duda ocurrió con la destrucción generalizada en el transcurso de las dos guerras mundiales, la involución hacia totalitarismos represivos y finalmente, las dos detonaciones nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, ésta última ocurrida dos meses y veinte días antes de la conferencia parisina de Sartre.

Lo que Silo comenta con las palabras: “Los regímenes políticos sin alma que se imponen en aquellas épocas y que, en su momento, dan la ilusión de monolitismo y completitud, bien pueden entenderse como retrasos fácticos de romanticismos delirantes, como titanismos de la transformación del mundo a cualquier precio. Ellos inauguran la etapa de la barbarie tecnificada, de la supresión de millones de seres humanos, del terror atómico, de las bombas biológicas, de la contaminación y destrucción en gran escala. ¡Ésta es la pleamar del nihilismo que anunciaba la destrucción de todos los valores y la muerte de Dios de Zaratustra!”

En la continuidad de su intervención, en lo que puede considerarse un eco de la célebre “Oración de la Dignidad del Hombre” del humanista del Renacimiento Pico della Mirándola, el existencialista francés destacará como primer principio del existencialismo  que “El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace”.

Principio con el cual coincidirá Silo desde el humanismo universalista en su opúsculo “Acerca de lo Humano”, al señalar  que “en el ser humano no existe «naturaleza» humana, a menos que esta «naturaleza» sea considerada como una capacidad diferente a la animal, de moverse entre tiempos fuera del horizonte de percepción. Dicho de otro modo: si hay algo «natural» en el ser humano, no lo es en el sentido mineral, vegetal o animal, sino en el sentido de que lo natural en él es el cambio, la historia, la transformación.”

Responsabilidad y angustia

Subrayando la libertad y la responsabilidad que se desprende de la libre elección humana, Sartre cita a Dostoievsky, quien había escrito: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido.” Y agrega con la cuota de angustia que comparte con el danés Kierkegaard y el desamparo tan caro a Heidegger: “Este es el punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y, en consecuencia, el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas. Si, en efecto, la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar la referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad.”

Diciendo a continuación: “Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace.”

“¿En qué cree ya el ser humano? ¿Acaso en nuevas alternativas de vida? ¿O se deja llevar en una corriente que le parece irresistible y que no depende para nada de su intención?” se preguntará Silo cinco décadas más tarde, en el marco de lo que describe como un tiempo en el que se ha instalado “el predominio de la técnica sobre la ciencia, la visión analítica del mundo, la dictadura del dinero abstracto sobre las realidades productivas. Un magma en el que “se reavivan las diferencias étnicas y culturales que se suponía habían sido superadas por el proceso histórico y los sistemas son rechazados por el de-constructivismo, el postmodernismo y las corrientes estructuralistas.”

Una época en la que “como al final de toda civilización y al comienzo de otra, habrá que atender a un posible colapso económico, a una posible desestructuración administrativa, a un posible reemplazo de los estados por paraestados y por bandas, a la injusticia reinante, al desaliento, al empequeñecimiento humano, a la disolución de los vínculos, a la soledad, a la violencia en crecimiento y al irracionalismo emergente, en un medio cada vez más acelerado y cada vez más global.”

“Por sobre todo”, interpela Silo a su audiencia “habrá que considerar qué nueva imagen del mundo habrá de proponerse. ¿Qué tipo de sociedad, qué tipo de economía, qué valores, qué tipo de relaciones interpersonales, qué tipo de diálogo entre cada ser humano y su prójimo, entre cada ser humano y su alma?”

Lo cual sin duda preocupaba también a Sartre, quien había vivido los horrores de la segunda guerra en primera persona y actuaría sucesivamente con una actitud militante de la filosofía, solidarizándose con los más importantes acontecimientos de su época, como el proceso de descolonización, el Mayo francés y la revolución china y cubana. “En primer lugar, debo comprometerme”, dice Sartre, “luego, actuar según la vieja fórmula: no es necesario tener esperanzas para obrar.” Actitud que adopta independiente de lo que suceda finalmente, acto que toma como un fin en sí mismo, como derivación necesaria de la posibilidad y la responsabilidad de elegir. “Un hombre que se compromete en la vida dibuja su figura, y fuera de esta figura no hay nada.”, afirmará.

Responsabilidad que Silo en su intervención, con inusitada vigencia actual, también reclama de las confesiones que se asumen como representantes de una supuesta voluntad divina: “Si es que Dios no ha muerto, entonces las religiones tiene responsabilidades que cumplir para con la humanidad. Hoy tienen el deber de crear una nueva atmósfera psicosocial, de dirigirse a sus fieles en actitud docente y erradicar todo resto de fanatismo y fundamentalismo. No pueden quedar indiferentes frente al hambre, la ignorancia, la mala fe y la violencia. Deben contribuir fuertemente a la tolerancia y propender al diálogo con otras confesiones y con todo aquel que se sienta responsable por el destino de la humanidad. Deben abrirse, y ruego que no se tome esto como una irreverencia, a las manifestaciones de Dios en las diferentes culturas. Estamos esperando de ellas esta contribución a la causa común en un momento por demás difícil.”

Humanismo, libertad y dios

A las críticas sobre un supuesto aislamiento del hombre en su propia subjetividad, Sartre responderá diciendo: “… al querer la libertad descubrimos que depende enteramente de la libertad de los otros, y que la libertad de los otros depende de la nuestra. Ciertamente la libertad, como definición del hombre, no depende de los demás, pero en cuanto hay compromiso, estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros; no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los otros como fin.”

Principio de intersubjetividad que Silo compartirá cuando explica en la obra ya citada “Y bien, ¿qué define a lo humano en cuanto tal? Lo define la reflexión de lo histórico-social como memoria personal. Todo animal es siempre el primer animal, pero cada ser humano es su medio histórico y social y es, además, la reflexión y el aporte a la transformación o inercia de ese medio.”

El intrínseco enlace de lo personal a lo interpersonal  queda subrayado en numerosos pasajes de la obra de Silo, de la que citamos apenas dos breves frases de sus “Cartas a mis amigos”: “La intención que advierto en mí aparece como un elemento interpretativo fundamental del comportamiento de los otros y así como constituyo al mundo social por comprensión de intenciones, soy constituido por él.”

Y algo más adelante en el mismo texto: “Mi conciencia se ha configurado intersubjetivamente ya que usa códigos de razonamiento, modelos emotivos, esquemas de acción que registro como “míos” pero que también reconozco en otros.”

Lo que a su vez Sartre refuerza cuando justifica el carácter humanista del existencialismo que propone, diciendo: “No hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta unión de la trascendencia, como constitutiva del hombre no en el sentido en que Dios es trascendente, sino en el sentido de rebasamiento y de la subjetividad en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista.”

Ambos, Silo y Sartre finalizarán sus respectivas conferencias, distanciadas medio siglo pero íntimamente conectadas en su compromiso con los destinos humanos y sus posibilidades de liberación, volviendo al tema de la relación del hombre con la divinidad, aspecto que ambos consideran no seguro, y de algún modo, secundario.

Desde su ateísmo existencialista, Sartre dirá: “El existencialismo no es de este modo un ateísmo en el sentido de que se extenuaría en demostrar que Dios no existe. Más bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; he aquí nuestro punto de vista. No es que creamos que Dios existe, sino que pensamos que el problema no es el de su existencia; es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada pueda salvarlo de sí mismo, así sea una prueba válida de la existencia de Dios.”

Mientras que Silo, desde una profunda espiritualidad enraizada en los seres humanos, concluirá: “Si Dios ha muerto en el corazón de las religiones podemos estar seguros que ha de revivir en una nueva morada como nos enseña la historia de los orígenes de toda civilización, y esa nueva morada estará en el corazón del ser humano muy lejos de toda institución y de todo poder.