El pasado 2 de octubre se conmemoró el día internacional de la no violencia. La comunidad internacional escogió este día como homenaje al líder y pionero de la filosofía de la no violencia, Mahatma Gandhi, por ser este el día de su nacimiento.

La violencia se puede definir como el uso deliberado de la fuerza física o psicológica, ya sea contra uno mismo, contra otras personas, o contra grupos o comunidades. Puede manifestarse de diversas formas, como la violencia física, la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia económica, violencia de género, entre otras.

La no violencia, por otro lado, implica la resistencia a la opresión sin el uso de la fuerza física. Se basa en principios como la compasión, la empatía, la tolerancia, la valoración y respeto de la diversidad y la búsqueda de soluciones pacíficas.

Gandhi popularizó la idea de la «satyagraha», que significa enfrentar y resistir la opresión a través de medios no violentos. Un concepto muy diferente de lo que nos han inculcado a través de nuestro himno nacional que nos invita a buscar el asilo contra la opresión en vez de enfrentarla.

Hablar con eufemismos es propio de nuestra cultura. Podemos decir temor a equivocarnos que el uso de expresiones como “el ambiente está tóxico”, o que “está eléctrico”, sólo evitan reconocer que estamos frente a una violencia inexcusable, principalmente en lo político.

Tenemos que hacernos cargo de la violencia que se anida en cada uno de nosotros; en nuestras mentes y en nuestros corazones. Y la mejor manera de hacerlo es, primero, reconocerlo y, segundo, enfrentarlo con las herramientas de la no violencia.

Las generaciones mayores tienden a encasillar a las juventudes como violentas, sin embargo, en Fundación Semilla enfrentamos un alto interés y demanda por los programas de Líderes y Lideresas por la NO Violencia, que estamos llevando a cabo en liceos y colegios en las regiones de Santiago (metropolitana), Maule y Antofagasta.

Una de las características más reconocidas por las y los jóvenes que participan en los programas es la posibilidad de conocer y relacionarse con jóvenes de otros establecimientos educacionales y, por lo tanto, de otras realidades. Salen de sus burbujas para vivir la diversidad cultural y territorial comprobando que la integración es un buen antídoto para la desconfianza, los prejuicios, la discriminación y la violencia.

Lamentablemente Chile es una sociedad segregada donde no existen las instancias públicas para que las personas se encuentren y compartan. Las segregaciones más importantes son territorial, económica, cultural, educacional y étnica. Mientras esta realidad subsista no seremos capaces de superar nuestras diferencias para buscar en conjunto, un proyecto común.

Los procesos constitucionales, llenos además de soberbia, prejuicios y descalificaciones han sido la mejor demostración de la violencia que estamos viviendo, y no parece haber voluntad ni liderazgos capaces de conducir procesos no violentos por el bien de Chile y su gente.