En nuestra reciente reunión con la Coalición Humanidad por la Paz, surgieron en el debate puntos de vista muy interesantes y meditados, incluida la propuesta de los Diez Principios de Helga Zepp-LaRouche y el Instituto Schiller, que constituye una gran plataforma para trazar una nueva dirección para nuestro planeta.

La crisis actual es mucho más profunda que las cuestiones geopolíticas y los tratados internacionales. Como sostengo en mi libro titulado «The White-West: A Look in the Mirror», nos enfrentamos quizá a la primera guerra cultural global. Las tensiones que tienen los países blanco-occidentales con China y Rusia no tienen que ver con las tecnologías, economías o la energía, sino con la hegemonía cultural. A Europa le iba bien con Rusia y a Estados Unidos le iba bien con China, hasta que el Occidente blanco empezó a temer perder el control.

Hace apenas unas semanas conmemoramos el 78 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Debemos recordar que la bomba atómica se desarrolló justamente para el dominio cultural, no sólo como arma de guerra. El Primer Ministro canadiense Mackenzie King escribió en su diario: «Ahora vemos lo que podría haberle ocurrido a la raza británica si los científicos alemanes hubieran ganado la carrera [desarrollando la bomba atómica]. Es una suerte que la bomba se haya utilizado contra los japoneses y no contra las razas blancas de Europa». El objetivo de la destrucción era subyugar a la cultura japonesa matando a sus civiles. Esta técnica ya se utilizó antes, durante la esclavitud y el periodo del colonialismo, creando una subcultura «negra» y de gente de color.

Con el fenómeno Trump en EEUU y el auge de los candidatos derechistas en todo el mundo, el conflicto Israel-Palestina y los talibanes en Afganistán no deben entenderse como cuestiones políticas. El Partido Republicano de EE.UU. es ahora una estructura de supremacía blanca, el último ejemplo es la revisión del plan de estudios de educación en el Estado de Florida, que cuestiona el período de la esclavitud y va mucho más allá de un discurso político.

Nuestro trabajo actual continúa exhortando a la paz, la diplomacia y la diversidad. Nuestro reto es construir una nueva cultura que represente e integre todas nuestras aspiraciones y nos una hacia un futuro diferente para nuestra humanidad. La pregunta es: ¿estamos preparados para soltar nuestra necesidad de controlarlo todo? Los seres humanos somos tan dueños de nuestro destino como interdependientes de todos y de todo lo demás. ¿Tenemos fe en nuestro futuro personal, tanto como en el de toda la humanidad?

Crear una nueva cultura no es sólo proponer un eslogan que utilicen las corporaciones y la comunicación de marketing con mentalidad empresarial. Es algo que afecta a nuestras vidas a diario, es algo que trasciende todas las cosas que hemos aprendido y creído. Los años sesenta fueron interesantes en ese sentido: tenían colores, música, un estilo de vida, iconos y rostros. Hoy, ¿con qué nos identificamos, qué nos une? Siempre hemos encontrado una justificación intelectual para nuestra división y desconfiamos de nuestra universalidad. La cuestión no es si la IA es buena o mala, sino cómo puede utilizarse para humanizar la Tierra. No sólo estamos en contra de la guerra de Ucrania, sino de todas las guerras, porque las guerras matan a la gente.

Tenemos que profundizar más en los años 60. Es necesario construir una cultura basada en nuestra fe interna en la humanidad, con una dirección imparable hacia el futuro, un amor por la no violencia y una reconciliación sincera con uno mismo. Estamos ante un momento profundo de la historia de la humanidad. Estamos avanzando hacia la primera sociedad humana planetaria, donde el ser humano se está convirtiendo en un valor central y donde todo lo demás pasa a ser secundario. Donde todos y cada uno tienen la brújula moral puesta en «tratar a los demás como quieres que te traten». Estamos ante esta paradoja donde el Reloj del Juicio Final está a 90 segundos de la medianoche y al mismo tiempo nuestro desarrollo y posibilidades están en su punto más alto. En pocos años superamos una pandemia mundial – la de COVID19 – y las naciones BRICS se reúnen en Sudáfrica, moviendo a nuestra humanidad hacia un mundo más multipolar y contribuyendo a la construcción de una Nación Humana Universal. Construyamos juntos una cultura diferente que cambie el rumbo del mundo dando sentido al aporte de cada uno para superar el dolor y el sufrimiento.