Es meritorio que los ex Presidentes se refieran a la integración, aunque no basta con la recuperación de UNASUR. Lo fundamental, es alcanzar un compromiso efectivo de modificación del modelo productivo, exportador de recursos naturales. Porque si nuestras economías siguen mirando prioritariamente al exterior no hay integración posible.

La reciente declaración de los ex Presidentes de Sudamérica en favor de la integración regional es solo retórica (ver El País, https://elpais.com/internacional/2022-11-15/nuestra-region-puede-mas-siete-expresidentes-y-11-cancilleres-instan-a-reconstruir-la-unasur.html),

porque no se sustenta en una autocrítica de las propias políticas públicas que impulsaron cuando fueron autoridades y revela su desinterés por modificar el modelo productivo exportador de recursos naturales. Recuperar UNASUR es positivo, pero no basta para hacer integración.

No sólo Lagos y Bachelet en Chile, sino también, Lula y Rouseff en Brasil, Samper en Colombia, Mujica en Uruguay, Duhalde en Argentina y quizás menos Correa en Ecuador, aceptaron que nuestros países fuesen el eslabón débil de la radical globalización del siglo XXI. No hicieron esfuerzos por modificar el modelo exportador de recursos naturales.

Los gobiernos progresistas, que emergieron a partir del año 2000 en Sudamérica, se obnubilaron por los altos precios de las materias primas y, quizás por ello, aceptaron la idea dominante que crecimiento y desarrollo eran la misma cosa. Algunos se atrevieron incluso a llamarse “socialistas del siglo XXI”, pero a diferencia de las izquierdas de los años 70, aceptaron que nuestras economías fuesen proveedoras de materias primas y alimentos, muy especialmente para la industrialización y urbanización china.

Así las cosas, esos gobiernos mantuvieron intocado el modelo productivo, impidiendo la diversificación económica. Ese progresismo no fue capaz de impulsar un proyecto sustantivo de transformaciones y abrió camino a la derecha.

Los gobiernos Lula-Rousseff son el mejor ejemplo. Intensificaron la producción de recursos naturales, incluso en la Amazonía, y aprovecharon para ello la demanda china, especialmente de soya. Gracias al auge de los precios de las materias primas la economía brasileña experimentó un notable crecimiento que, con políticas sociales asistencialistas redujo la pobreza, pero no mejoró la distribución del ingreso. Y, al momento que cayeron los precios de las materias primas se agotó el dinamismo económico brasileño, lo que facilitó el cuestionamiento y el golpe contra la presidenta Rousseff.

El gobierno de los Kirchner concentró todos sus esfuerzos en resolver los problemas internos heredados del periodo Menem, y con buenos resultados; pero, también tuvo su énfasis productivo en las exportaciones de soja y dejó de lado los asuntos de política regional. Las sistemáticas disputas comerciales entre Brasil y Argentina y el conflicto por las celulosas entre Argentina y Uruguay colocaron a Mercosur en situación difícil.

Chávez fue un caso extremo. Utilizó los altos precios del petróleo para superar la pobreza de los venezolanos y también para ejercer liderazgo en América Latina, pero tampoco se interesó en diversificar la estructura productiva del país. A diferencia, de Lula, no tuvo preocupación alguna por cuidar las cuentas fiscales y, con la caída de los precios del crudo y la hiperinflación, Venezuela vive una histórica tragedia. Por su parte, Evo Morales tuvo un manejo macroeconómico más sensato que el venezolano, pero también perdió la oportunidad de utilizar los ingentes ingresos de la exportación del gas natural para financiar un proyecto de desarrollo nacional de largo plazo.

El presidente Correa del Ecuador presenta diferencias con el resto de los gobiernos progresistas en el ámbito económico. Señaló, desde un comienzo, la necesidad de diversificar la economía ecuatoriana. Pero sólo en marzo de 2015, la Vicepresidencia de la República presentó el Plan Estratégico para el Cambio de la Matriz Productiva. Allí se sintetiza la propuesta para pasar de una estructura productiva primario-exportadora hacia una economía generadora y exportadora de valor agregado. Lamentablemente, el tiempo no le alcanzó a Correa. La caída de los precios del petróleo y la dolarización le jugaron una mala pasada; lo obligaron a concentrarse en la macroeconomía. Pero lo más grave fue lo que vino después: la traición de su sucesor, Lenin Moreno, que arrasó con todos los avances de Correa, incluido el proyecto productivo transformador.

Chile, por su parte, ha sido el paradigma del neoliberalismo, donde la ciudadanía no encuentra mayores diferencias entre los gobiernos de derecha y de la Concertación/Nueva Mayoría. Su política económica e internacional ha sido completamente funcional a la extracción radical de recursos naturales, lo que coincidió con los intereses de los grandes empresarios. La explosión social del 18 octubre del 2019 fue una evidente declaración del profundo descontento ciudadano contra el modelo económico-social y su clase política.

En consecuencia, si el modelo productivo apunta a exportar recursos naturales, hacia los países del norte y recientemente a China, no resulta sorprendente que la integración no esté en el centro de las preocupaciones públicas y, en realidad, tenga sólo expresiones retóricas.

La carta de los ex Presidentes reitera la retórica. Porque sus buenas palabras olvidan el modelo productivo que caracteriza a la región y sin su modificación no se alcanzará la integración regional. La integración tiene que apelar a la base material de nuestras economías. No es sólo política. Ello explica su fracaso.

En efecto, las múltiples iniciativas y proyectos integracionistas que, desde los años sesenta, se han impulsado en Sudamérica no han servido para aumentar el comercio intrarregional ni para potenciar las industrias locales; y, tampoco han ampliado la fuerza negociadora subregional.

Así las cosas, mientras las exportaciones de los países de la región al mundo crecen vigorosamente, al calor de la demanda de minerales, combustibles y alimentos provenientes de China y la India, el comercio intrarregional sigue siendo muy modesto.

Por cierto, es meritorio que los ex Presidentes se refieran a la integración, aunque no basta con la recuperación de UNASUR. Lo fundamental, es alcanzar un compromiso efectivo de modificación del modelo productivo, exportador de recursos naturales. Porque si nuestras economías siguen mirando prioritariamente al exterior no hay integración posible.

Más allá de diferencias ideológicas y de política contingente, la complementación económica entre nuestros países es ineludible. Lo ha sido siempre, pero en el actual momento histórico es más relevante que nunca. La grave crisis sanitaria y el proteccionismo comercial internacional son inmensos desafíos, que obligan a nuestros países a reunir el máximo de sus capacidades humanas y materiales para superarlos.

En efecto, las políticas comerciales proteccionistas, iniciadas por Trump, se han acentuado y no hay indicaciones de que el gobierno de Joe Biden las detendrá. La economía globalizada con segmentación de procesos productivos, que conocimos en las últimas décadas, cambiará a un sistema menos interconectado. No es que la globalización se revierta. Pero adquirirá nuevas formas.

Como en la crisis de los años 30, el freno a la globalización genera condiciones para impulsar cambios productivos, que permitan el abastecimiento de bienes y servicios que, hasta ahora, son cubiertos por importaciones. Se abre así una oportunidad para modificar la matriz productiva en favor de la industria.

El camino de la industrialización es difícil. Obliga al Estado, a políticos y economistas a independizarse del gran capital y comprometerse con un proyecto nacional de desarrollo. Además, la industrialización en estrechos mercados requiere integración y complementación productiva con países vecinos. Y, ello impone superar nacionalismos estrechos e ideologismos inconducentes. Que lo sepan los ex Presidentes: no hay integración sin cambio del modelo productivo.