Un obituario anticipado

Cuando bajé del subte después de leer la última página de la primera sección, lo primero que me surgió fue comentar “En torno a Silo”, de Tito de Casas, impulso surgido de una fuerte sensación de “GRACIAS”. Pero después, en otro subte, embestido por esos arranques de humor negro que no puedo parar, me pareció injusto para con Tito comentar sólo su libro, cuando él no puede ser escindido de lo comentado, porque para mí fue y es (y seguirá siendo) la más clara referencia del Negro (Silo). Me dí cuenta de que estamos habituados a hablar de nuestros compañeros más destacados cuando ellos ya no pueden oirnos, según la creencia común. Por tanto, se supondría que si hablo de Tito estaría escribiendo su obituario, aunque esté con nosotros y ojalá por muchos años más. Fin del humor negro. No será un obituario, que se le dedica a los muertos sino un encomio, porque por aquí anda. Por suerte.

Allá por 1985, cuando Tito estaba a cargo de la misión “del Verde” (crear un partido verde), pedí sumarme y entonces lo conocí. Andaba recién llegado de “las Uropas” con sus tres críos a cuestas y su entonces compañera, Raquel, y me ocupé de nacionalizar las “apátridas”, sus hijas mayores que habían nacido en Japón. Pasó a ser mi orientador hasta que volvió a España allá por el 90 y entablamos un vínculo que todavía hoy perdura, un cariño a la distancia precavida, porque él es un emotivo sabio y yo no soy fácil.

Una de las veces que nos reencontramos fue en las Jornadas del 2007. Una noche caminábamos por Usapallata hacia el hotel “Los Cóndores” para cenar con otros amigos y de pronto me cuenta aquéllo de cuando, viajando en un ascensor con el Negro, de pronto éste le dice “¿Qué se siente de viajar en un ascensor con Dios?”. Le dije que no podía ser que no escribiera eso y tantas otras anécdotas, como cuando en el 85 una tarde en Buenos Aires, en su casa de la calle Donado, comentó “me dijo que no dejara de revisar las imágenes en mi cabeza, que nunca se sabe cuándo se pueden disparar”. Y tantas otras, porque si algo lo define a Tito es la transparencia. El Negro está presente en sus citas vivito y coleando (hoy que son libro) pero entonces era la referencia clara de lo que Él decía. Sin agregados, sin quitas, siempre transcribía verbalmente la palabra del Negro.

Tuvo siempre la capacidad de repetir tal cual, de no modificar ni adornar (ni adornarse, cosa tan frecuente) lo que el Negro decía. Si Tito lo decía, era tal cual había sido dicho. No había cálculo de oportunidad y eso, era pura transparencia. Él no hacía “su” construcción para la Obra, él aporta a la Obra del Negro, corriéndose todo lo que puede para que el Negro llegue a todos los rincones.

Esa fidelidad en sus acciones además, le valió ser distinguido como el primer Aceptado, allá por el 78, modelo para sus pares, mientras se empantanaba porque eligió una misión difícil que, de puro testarudo, prolongó más allá de lo oportuno. Japón es un hueso duro de roer.

Y siguió adelante con el desparramo internacional de su gente. Siempre transparente. Aún en la charla personal, cuando algunas veces le planteé cuestiones personales o pedí consejo, su modo de responder, que todavía hoy tiene, es de una impersonalidad personalizada. Cosa rara que alguien se corra a un lado para tratar de no dejar su sello en lo que dice, siempre refiriéndose a “uno” cuando normalmente habría correspondido decir “yo”.

Con esa transparencia que hace rara su presencia, que no puede pasar inadvertida porque se ha convertido en el narrador de nuestra historia porque la vivió desde los primeros momentos, y porque siempre se mantuvo en la esfera de los que el Negro siempre consideró sus amigos, fue un testigo oportuno de los señalamientos que nos entrega con su anecdotario.

Un comentario atrasado

Fue en los tórridos días de nuestro diciembre (del sur) pasado que me enteré de la publicación por la editorial “El león alado” y me contacté con Josefina para preguntarle cuándo andaría por Buenos Aires. Así que la pude interceptar en su paso a Punta de Vacas, encuentro que se concretó bajo los robles de la Fuente, en Parque La Reja. Empecé a leerlo con avidez pero me trabé con cierto estilo decimonónico que Tito usa al principio y después fue mi hecatombe, y además, Covid. Así que retomé la lectura hace poco y sin saberlo, era lo que necesitaba.

“En torno a Silo” es un anecdotario que me ha devuelto la presencia del Negro y no sólo su presencia. La espontánea y prístina descripción de su imagen surge con el correr de las anécdotas, a través de una descripción fiel, diría fidelísima. La presencia del narrador se hace mínima para dejar la libre configuración de esa imagen con toda su fuerza.

De anécdota en anécdota se va desgranando ya no la Enseñanza con el peso de lo magistral (que nunca lo tuvo en lo formal) sino de la sabiduría de su aplicación cotidiana, con los trucos para vivir la Doctrina y sobre todo – al menos para mí – lo esencial de ésta.

Los consejos prácticos me fueron destacando los errores que cometo y emplazando en el lugar que corresponde: en mí. Porque más acá del ropaje conceptual, de las varias maneras solemnes de llamar esto que soy (mente, conciencia, el yo, alma), está este yo que soy y vivo, que padezco las emociones densas y las tensiones, que me desaliento y estanco en mi intento. Y ahí está Él para decirme “salí de ahí, movéte”. Con cada anécdota me muestra que yo estoy, soy más acá de lo que veo, siento, padezco o disfruto. Destaca los mecanismos mentales en la observación del paisaje humano, del que formo parte, y con éso, rescata al sujeto de la esclavitud impuesta por la estimulación vivida.

Si algo me dejó este anecdotario es quizás lo que se busca con el trabajo interno, (que es la primera vez que veo con claridad a qué se refiere, a casi cincuenta años de haberlo conocido), que mi relación conmigo, mis vivencias, tengo que trabajarlas, con lo que me hace revisar el otro trabajo, el externo, y me pone en situación de operador.

Yo, soy el que proyecta futuro hacia afuera y hacia adentro. Un adentro que diluye los límites de mi cuerpo y un futuro que me chupa hasta la fusión (¿con qué?).

Y Tito es un modelo de ese intento de proyecto, de esa intención lanzada al futuro, renovada. Y esa su vida, una historia de acciones lanzadas hacia la expansión de nuestra Obra, es una referencia constante de la autonomía que necesitamos frente a un mundo que intenta devorarnos a cada paso.