La última entrega de esta serie de cuatro crónicas sobre desaparición forzada en Antioquia, nos lleva a recorrer los caminos por los que Geovany estuvo a inicios de 2022, antes de dejar un espacio vacío en el corazón de su madre, Ruth del Socorro.

 

“No me llore más” 

“¡Geovany!, así le grité a un joven que iba por la otra calle cerca a la estación San Antonio en el centro de Medellín. Como pude crucé lo más rápido posible hasta la otra acera para poder verlo de frente mientras el corazón se me quería salir por la boca. Cuando lo alcancé, lo cogí duro del brazo. Él joven se volteó a verme y, en ese momento, me di cuenta que no era mi hijo. Geovany desapareció el 4 de enero de 2002 en San Antonio de Prado, corregimiento de Medellín”. Y esa no era la primera vez que aquello le ocurría a Ruth del Socorro Calle Rivera.

Era común que a las seis de la tarde, cuando Ruth salía de su trabajo en el centro de Medellín, donde confeccionaba y realizaba el acabado de ropa para hombre y mujer, se desviara un par de calles de la ruta que la llevaría a su paradero de bus, porque creía ver entre varios de los muchachos que caminaban por allí, a su hijo mayor Geovany Montoya Calle de 23 años.

Para Ruth del Socorro no es fácil hablar de lo sucedido a su hijo. Por eso el 3 de marzo de 2020, siendo las 9:30 a.m., ella se sentó, como lo ha hecho durante los últimos 17 años, junto al escritorio donde se atiende a los familiares de las víctimas de desaparición forzada en la Asociación Madres de la Candelaria. Ella lo hizo ese día para relatar lo que sucedió con Geovany.

Ruth es una mujer de 62 años que nació en Medellín y ha vivido durante toda su vida en la misma ciudad. Tiene cabello corto y mide 1.60 metros aproximadamente. Sus lentes gruesos esconden la mirada triste que reflejan sus ojos; habla pausado y no sale de casa sin la foto de su hijo Geovany, aquella de la época en que prestó el servicio militar, porque para ella, ese momento le enseño hacer un hombre responsable. Ruth tiene tres hijos además de Geovany: Lina Marcela, Eduardo y Michael, pero al ser su primogénito lo describe como “sus ojos”.

Las lágrimas empiezan a caer por sus mejillas. Ella se levanta angustiada de la silla y va por un vaso con agua a la cocina. Al volver trae consigo una caja de pañuelos y dice entre sollozos: “desde que Geovany no está, me he vuelto muy sensible, lloro cada vez que veo en las noticias que encuentran una fosa común. A veces pienso que puede ser mi hijo quien esté ahí”.

Café, cigarrillo y soledad

Ruth en 2002 no solo perdió a su hijo, quien llegó a su vida cuando ella tenía veinte años, también perdió su trabajo. Después de quince días que le dieron en la empresa donde trabajaba para tratar de sobrellevar la desaparición de su hijo, el estrés y la depresión le impidieron regresar.

Tras quedar desempleada, Ruth acompañaba sus días con café y cigarrillos. No comía, lloraba a diario y no salía de casa en el barrio Santa Mónica, esperando que Geovany tocara el portón. Al llegar la noche, ella le pedía a su hija Lina María Vargas Calle, que si tocaban la puerta le avisara para abrirla y recibir a su hijo mayor. Sin embargo, él en 18 años no ha llamado a la puerta de la casa de Ruth.

Desde ese fatídico día, pasaron dos meses en los que Ruth se quedaba sola en casa, mientras sus otros tres hijos y su esposo trabajaban, lo que se convirtió en una tribulación para ella. La asustaba esa soledad porque le recordaba que su hijo ya no estaba y rememoraba aquel fin de año de 2001, el último que Geovany compartió con ella. Ruth recuerda que aquel día él usó la ropa que ella le regaló: unos botines negros, un pantalón beige, una camiseta azul oscura con botones y una camiseta blanca debajo.

Geovany, un joven de contextura delgada, tez blanca y ojos color marrón, según la fotografía que lleva consigo su madre, había terminado de prestar su periodo de servicio militar en el batallón de artillería cuatro del Ejército, ubicado en la Comuna 9 (Buenos Aires), en Medellín. Al volver, se dedicó a realizar oficios varios, principalmente en la construcción. Su mamá recuerda que era un apasionado por las mujeres y le gustaba salir a festejar con Diana, su novia, y sus amigos, quienes lo apodaban “el Negro”.

El último desayuno

En la última conversación que tuvo Ruth con Geovany, antes que él se fuera a la casa de su abuela en San Antonio de Prado, vereda La Verde, en un lugar conocido como “las escalas”, el 3 de enero de 2002. Ella le dijo, después de percibir que su hijo mayor había estado pensativo durante la celebración del año nuevo: “Mijo, si usted tiene algún problema, puede decirme. Yo soy su mamá, su amiga y le puedo dar un consejo”; a lo que Geovany contestó: “No mamá, uno como hombre tiene que enfrentar las cosas que hace. Yo no tengo que traerle mortificaciones o sufrimientos a usted. Si yo hago algo, yo respondo”. Después de ese día, Ruth enfatiza que ella puede decir quiénes son sus hijos en su casa, pero no fuera de esta.

Hasta el 3 de enero de 2002, Geovany todos los días la llamaba y estaba pendiente de ella. Sin embargo, a partir del día siguiente no tuvo noticias de él, hasta la noche en que Diana la llamó y le dijo: “Doña Ruth, Geovany no aparece”. Ella trató de no alterarse y le pidió a Diana que esperaran hasta el día siguiente.

Esa noche Ruth no pudo dormir y, en la mañana del 5 de enero de 2002, habló con Diana a las 7:00 a.m. y Geovany no había llegado a la casa de ella o a la de su abuela. Así que Ruth Calle se arregló y se fue para San Antonio de Prado a la casa de su madre, Luz Elena. Al llegar, le preguntó por su hijo mayor, pero ella tampoco supo darle razón de él.

Luz Elena, una mujer de 82 años, de cabello corto, blanco y con dificultades para caminar, es la abuela de Geovanny. Ella recuerda que su nieto aquel 4 de enero se levantó más temprano de lo usual, antes de las siete de la mañana, para ir a casa de su novia. Antes de que él saliera de la casa le dijo: “Mamita bendición”, y ella le contestó: “Mijo espérese y desayunamos juntos y luego se va. El desayuno no se demora”, pero él le respondió que iba a la casa de Diana y que ya volvía a desayunar. Por su parte, Diana le contó a Ruth que aquella mañana, cuando llegó Geovany a su casa, ella lo había invitado a desayunar, pero él le dijo que tendría que ser algo ligero porque había acordado con su abuela desayunar juntos.

Antes de que Diana preparara el café, un muchacho al que ella había visto apenas un par de veces, tocó la puerta y preguntó por Geovany. Él salió a la puerta para saber quién lo requería. El joven le preguntó si tenía un par de tenis que le prestara y él le dijo que sí, pero que pasara en un rato que él ahora se los traía. A pesar de eso, el muchacho invitó al “Negro” a tomarse una gaseosa y hablar afuera en la calle. Diana le dijo a Ruth que en ese momento le explicó al joven que Geovany iba desayunar primero y luego iría. Sin embargo, Geovany aceptó la invitación del muchacho y, a pesar de que ella le insistió que no fuera, él solo le dijo: “Téngame el desayuno arreglado que yo ahora vengo, no me demoro. Voy a ver que quiere el parcero”. Esa fue la última vez que ella supo de su novio.

Después de escuchar el relato de Diana, Ruth le pidió que llamara al muchacho con el que se fue Geovany o le indicara donde vivía. No obstante, la novia de su hijo, le dijo que ella no conocía al muchacho, solo lo había visto saludar al “Negro” un par de ocasiones. Lo único que sabía era que le decían “El Zarco”; un joven rubio, de tez blanca y entre 1.65 y 1.70 de estatura y que vivía en Manrique, pero se pasaba la mayor parte del tiempo en San Antonio de Prado. Ante la escasa información que Ruth pudo conseguir con los vecinos acerca del paradero de su hijo mayor, el 6 de enero de 2002, madrugó a la Inspección de Policía para poner el denunció. Estando allá, le informaron que debía realizar ese proceso ante la Fiscalía General de la Nación ubicada en La Alpujarra, centro de Medellín.

Un grito por Geovany

Después de interponer la denuncia, su proceso quedó apilado entre tantos otros de desaparición forzada y, pasarían diez años de la desaparición sin avances en la investigación sobre la desaparición de Geovany. Sin embargo, al año y cinco meses de la denuncia, Martha, una amiga de Ruth que conoció cuando iba a visitar a su hijo en el Batallón, mientras Geovanny prestó su servicio militar, la llamó para contarle que su hijo Miguel también había desaparecido y, por ello, estaba recibiendo apoyo de una asociación.

Así, en compañía de Martha, Ruth llegó el 20 de junio de 2003 a uno de los plantones de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria, como todos los miércoles frente a la Iglesia de la Candelaria, frente al Parque de Berrío en el centro de Medellín. Ese día a las cuatro de la tarde, Ana de Dios Zapata atendió el caso de Ruth y recibió copia de la denuncia ante la Fiscalía.

El lunes 23 de junio de 2003, Ana Zapata acompañó a Ruth Calle a la Procuraduría y a la Personería de Medellín para interponer ante estas entidades la denuncia de la desaparición forzada de Geovany. La primera semana de julio de aquel 2003, ambas fueron a que le realizaran la prueba de ADN a Ruth.

Después de realizar las diligencias, Ruth empezó a participar de talleres de perdón y reconciliación que ofrece Madres de la Candelaria. Allí conoció a otras madres que, como ella, viven sus días sin saber de sus seres queridos desaparecidos. En ellas encontró con quien hablar de su desesperanza, del miedo de nunca dar con el paradero de su hijo, de la impotencia al no poder hacer más y sentir que le ha fallado a Geovany porque no ha podido darle un entierro. “Yo no quiero morirme sin saber qué pasó con él”, asegura Ruth Calle entre sollozos. Por ello, la Asociación y sus compañeras se convirtieron en un refugio para su dolor.

Terminó el año de 2003 y, todavía, al comenzar el 2004, Ruth aún no tenía noticias sobre la desaparición del Negro. Por eso, cada vez que ella iba a visitar a la abuela Luz Elena, pasaba a la casa de Diana para preguntarle si había tenido noticias de Geovany, pero su respuesta siempre fue negativa. La última vez que Ruth habló con Diana sobre lo que le sucedió a Geovany, la joven le dijo: “Yo no me meto en problemas, ni pregunto, porque usted sabe que yo tengo toda mi familia acá y la mayoría de personas me conocen, saben dónde y en qué trabajo. Además, usted sabe que acá uno no sabe quiénes son las personas en realidad y si yo me pongo a preguntar o a decir quien vino por él aquel día, me metería en problemas o terminaría muerta”.

Una pista dolorosa

El 8 de diciembre de 2016, después de catorce años de la desaparición de Geovany, Ruth salió temprano para la fiesta de la primera comunión de un sobrino-nieto. Hacia las once de la mañana, se retiró de la celebración para comprar una gaseosa en una tienda cercana a la casa de su sobrina Diana Estrada Calle, cerca de donde vive la abuela Luz Elena en San Antonio de Prado. En ese lugar se encontraba un joven tomando cerveza y fumando un cigarrillo. Él la miraba y ella incómoda por la situación se preguntaba si la conocía. “Pasaron alrededor de tres minutos en los que me sentí cohibida”, recuerda Ruth, antes que el muchacho le dirigiera la palabra: “Venga ¿usted sabe de su hijo?’, me preguntó. Y yo le respondí: ‘¿usted lo conoce?’ Él me respondió: ‘Lo distinguí porque él pasaba mucho tiempo por acá en San Antonio de Prado donde la abuela’ y agregó: ‘A la abuela de él la conozco’”, recuerda ella que dijo aquel muchacho. Hubo un silencio en ese momento en el que Ruth se quedó absorta en sus pensamientos durante unos segundos más. Luego continuó describiendo los hechos, pero esta vez parece que tratara de descifrar por qué aquel joven le habló.

Aquel extraño le preguntó a Ruth si quería saber dónde estaba su hijo, ella asintió con la cabeza y le dijo que esa era su mayor alegría. Así, el joven añadió: “hay rumores, que por acá en San Antonio de Prado hay una empresa de pollos, detrás de la cual estarían tres cuerpos y puede que su hijo esté entre esos”. Cuando terminó, ella le preguntó su nombre, pero él se negó a dárselo. Ruth le dio las gracias por la información, asustada pagó la gaseosa y se fue para la casa de su sobrina.

Al llegar, Diana la vio pálida y le preguntó qué le había pasado. Ruth aturdida por lo ocurrido empezó a llorar y le contó lo sucedido. Diana de inmediato le dijo a su tía que fueran a la tienda, probablemente ella conocía al muchacho y podrían hacerle más preguntas acerca de la desaparición de Geovany. En la tienda ya no estaba el joven y el tendero del lugar les comentó que no había visto al muchacho antes, pero aseguró que llevaba más de dos horas sentado en la mesa próxima a la puerta. El tendero creyó que él esperaba a alguien, pero después que Ruth se fue, el muchacho le pagó con un billete de diez mil pesos, le dio las gracias y no espero la devuelta.

Luego de hablar con el señor de la tienda, ambas mujeres regresaron a la casa de Diana Estrada. Ruth estaba exaltada y decidió irse antes de que sirvieran la comida. Esa fue la última vez que ella estuvo en San Antonio de Prado. Su madre, Luz Elena, después de aquel hecho y, ante la larga espera, en la que en ocasiones creía que escuchaba a Geovany llamarla para pedirle el desayuno, decidió cambiar de barrio.

Tras ese episodio, Ruth soñó durante un mes con Geovany cuando era pequeño y lo llevaba al parque. Sin embargo, esto cambió la noche en que ella lo vio muerto en sus sueños; ella le decía: “Geovany dígame usted dónde está, por qué se fue así y no me dijo nada, ni me llamó ese día”; Él le respondió: “No se preocupe por mí, yo estoy bien. No vengo para hacerla sufrir, porque yo sé que usted sufre por mí. Yo a usted la quiero mucho y donde estoy, estoy bien. No me llore más”.

Desde de ese momento, Ruth no contesta el celular en la noche por temor a que llamen a decirle que su hijo está muerto. También quiere saber qué le pasó a Geovany y asegura haber perdonado a quien se llevó a su hijo y, si fue asesinado, a quienes cometieron el hecho. Hoy, 10 de marzo de 2020, la pista de donde presuntamente podrían encontrarse los restos de su hijo, fue entregada por la Asociación Madres de la Candelaria a la Fiscalía General de la Nación ya hace cuatro años. No obstante, hasta el momento no se ha realizado una búsqueda o exhumación en el lugar.

La Fiscalía le indicó a Ruth que el Bloque Cacique Nutibara fue quien desapareció a su hijo; pero sigue sin saber por qué se lo llevaron, ni cuál es su paradero. Por ahora espera encontrarlo o recibir sus restos. Mientras ese día llega, ella se dedica a trabajar en casas de familia algunos días de la semana, acude a los plantones que realiza Madres de la Candelaria en el atrio de la Iglesia y que, ahora realizan los días viernes, para no compartir con los familiares que hacen parte de las Madres – Línea Fundadora.

Con Martha forjó una estrecha relación; dice que “ella para mí es como una hermana en el dolor. Nos damos apoyo para seguir adelante, mientras esperamos saber acerca de nuestros hijos”. Ambas acuden con regularidad a los talleres psicosociales, de manualidades y confección de la Asociación, que les permiten expresar su dolor con otras madres, a través de diferentes actividades como la escritura a su familiar desaparecido y relatar sus historias a sus compañeras de Madres de la Candelaria.

Claudia Marcela Restrepo Posada estudiante de sicología de la Universidad Minuto de Dios y practicante en la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria, llegó en 2018 para apoyar a las familias que hacen parte de la Asociación. Ella recuerda que uno de los factores determinantes que encontró antes de planear los talleres con las madres, fue la intermitencia de algunos de estas. Por eso, Claudia rememora de esta manera el acompañamiento que le hizo a las madres que asisten a la Asociación: “me senté con cada una de ellas para conocer su caso, lo cual me tomó varias semanas y, tras ello, les propuse una serie de actividades diferentes a las que habían realizado, por ejemplo hicimos ángeles con materiales reciclables, que llevaban una nota consigo para su familiar desaparecido. Así, ellas podían decirles que los extrañaban o los querían, preguntarles dónde están o expresar lo que no alcanzaron a decirles.

Claudia Marcela quien ya terminó sus prácticas en las Madres de la Candelaria, sigue participando como voluntaria y sicóloga. Al referirse a Ruth Calle la describe como una señora “atenta, cariñosa, con grandes capacidades para interrelacionarse con las demás madres y colaboradora, pues siempre ayudaba en los talleres a sus compañeras”. Al finalizar cada sesión, Ruth y Martha se quedaban por la avenida La Playa tomando un café acompañado de un buñuelo, mientras recuerdan los momentos que vivieron con sus hijos.

 

 

 

Esta crónica hace parte del trabajado de grado de Aldana, S. (2020). Mis ojos aún te buscan en la penumbra. Historias de desaparición forzada de la Asociación Madres de la Candelaria (Trabajo de grado. Universidad de Antioquia). Bibliotecadigital.udea.edu.co