Por Alejandra González Muniz*

Producto de la campaña que lanzó el rechazo donde afirman que la nueva propuesta constitucional se ha escrito desde la rabia… pero otra cosa es el amor …construir una Carta Magna desde el amor, quiero invitarlos a hacer una reflexión, porque hacer esta apelación a nuestras emociones demanda entender que la necesidad de escribir una Carta Magna desde el amor no es poesía, como decir apruebo por amor, no debe ser poesía tampoco solamente. Porque el amor también es ciencia, y la base del desarrollo del ser humano, si lo reconocemos como ser biopsicosocial, porque si existe algo que este sistema obvió es justamente nuestra naturaleza, y la necesidad de proteger las bases de nuestro desarrollo.

Maturana nos dejó un mensaje claro, la transformación del sistema nervioso no tuvo que ver como escuché el otro día en una charla sobre Capitalismo, con la competencia y pensando en el futuro, menos con la mejora de lo humano a través de la tecnología, sino más bien, tuvo que ver con el hacer cosas juntos y para querer estar juntos medio la experiencia de disfrutar el estar juntos. Según Maturana, la emoción que hizo posible el origen del lenguaje fue la que constituye la cercanía, y eso es el amar, y el amar en sus palabras, tiene que ver con el oír, ver, con el estar presente, con dejar que el otro aparezca, con reconocer al otro como legítimo otro en coexistencia.

En este sentido, levantar una campaña de este tipo o decir apruebo con amor para mi es la oportunidad para abrir el espacio para preguntarnos que entenderemos por amor, porque si existe algo en lo que hemos fallado es justamente eso, en la construcción de una sociedad amorosa, por tanto, nutricia con lo humano que nos reconozca como seres biopsicosociales.

A día de hoy, nadie discute que una planta necesita agua, para crecer y mantenerse saludable, decir lo contrario sería una aberración, pero decir que lo humano es un ser biopsicosocial cuyo desarrollo y bienestar requiere mínimos (agua=factores protectores y prevención en los de riesgo) es revolucionario y curiosamente algunos lo tildan de utopía, entonces me pregunto si somos dioses que no estamos siendo capaces de reconocer nuestra naturaleza animal.

He llegado a pensar si la negación de nuestra naturaleza no va de la mano a la concepción del mundo que opera como si los recursos no fueran finitos y nuestra naturaleza frágil. Finalmente, al no reconocer la interdependencia de nuestro desarrollo y bienestar entre nosotros y con el entorno, el impacto queda invisibilizado, no se nombra por tanto el cómo el mismo nos está afectando, sosteniendo en paralelo una negación de la fragilidad y vulnerabilidad humana, que me parece funcional para la idea de productividad que tiene este modelo, pero también para la idea de explotación que sostiene el modelo comunista chino. Finalmente vivimos como si fuéramos a vivir eternamente y si no reconocemos que como una planta necesitamos mínimos para crecer y mantenernos vivos de forma saludable, seguiremos negando que lo humano se ve afectado por el entorno y las prácticas que el modelo neoliberal y otros que funcionen en base a ideologías negando nuestra naturaleza conlleven, sin darnos cuenta del coste de que el mismo puede interferir o frenar nuestra evolución, o incluso llevar a enfermarnos o matarnos.

Hace un tiempo atrás entrevisté al psiquiatra Andrés Herane Vives, Psiquiatra, Investigador en Desórdenes Afectivos del Departamento de Psicología Médica del Instituto de Psiquiatría King’s College of London, a raíz del malestar y tendencias a enfermedades mentales que estaba viendo en la población, específicamente la depresión, y una de las cosas que siempre me quedó de su entrevista fue la necesidad de hacer de nuestra vida algo más placentero. Hoy, cuando pienso en placer, automáticamente recuerdo nuestro sistema dopaminérgico, vinculado al logro de nuestra felicidad y vivencia de placer, sin embargo, el problema surge cuando la función de este neurotransmisor que se libera cuando estamos felices, se ve impactada por factores ampliamente normalizados bajo este modelo, destacando uno que es clave, el estrés, al ser uno de los principales causantes de la disminución en la actividad dopaminérgica. Pero más llamativo es cuando junto a ello en paralelo observamos que el modelo neoliberal de consumo, funciona sobre la base del mismo sistema dopaminérgico que está afectando con su funcionar a raíz del estrés y hoy la normalización del individualismo. Algo rechina y duele, porque el modelo en vez de potenciar lo humano, estaría haciendo uso del malestar para sostenerse.

En este sentido es que tenemos que tener claro que el amor no es sólo poesía y menos una campaña de marketing , el amor es ciencia y necesitamos una sociedad vinculada, con oportunidades de sentir placer y hacer cosas juntos, montar un modelo desde las fortalezas y no desde las carencias, porque finalmente son estas vivencias, el compartir, el estar juntos, el disfrutar lo que hasta ahora nos ayudó a avanzar como raza humana, teniendo claro que aun cuando lo emocional y vincular es una característica de lo humano clave para nuestra supervivencia, para su desarrollo requiere un entorno que lo facilite.

Vinculación como nicho, malestar y seguridad como nicho de mercado

Partamos por reconocer que, desde un nivel genético, bioquímico y neuronal, el desarrollo humano se despliega en profunda articulación con lo interpersonal, vincular y socioafectivo, hasta lo cultural y colectivo (McCartney & Phillips, 2006, Shonkoff & Phillips, 2000). Desde esta mirada, entendemos que el desarrollo humano es interdependiente del entorno en el que está y que ese entorno puede permear nuestras formas de mirar lo humano y vincularnos.

Por ello, y ante esta invitación, y teniendo muy presente las falencias del artículo 1 de la actual Constitución, nos recuerdo que, evolutivamente hablando, gracias a nuestra capacidad de vinculación afectiva, nuestros cerebros se han desarrollado permitiéndonos llevar a cabo funciones más complejas, gracias al amor aprendemos a manejar nuestras emociones, enfrentamos la adversidad de mejor forma, gracias al amor podemos evolucionar, pero también podemos desaparecer, porque hay amores que maltratan y nos enferman. Y no hablo solo del amor que vivimos en nuestras relaciones, también hablo del grado en que realmente hemos sido capaces de construir una sociedad nutricia y amorosa con lo humano cuando observamos las tendencias actuales en depresión, suicidio, tendencia internalizante en niños y adolescentes, dificultades en la vinculación, y hoy por hoy multiplicidad de factores de riesgo en el entorno, normalizados que están afectando nuestro desarrollo y bienestar.

Si considero a los vínculos como principal espacio de desarrollo y regulación emocional, ante la fragilidad y fracturación de los mismos, ante la normalización de la desafección, ¿ante la normalización de injusticias que nos confrontan?, hasta qué punto el ser humano, ¿hoy por hoy está siendo sostenido desde el reconocimiento de su interdependencia?, ¿y hasta qué punto se está facilitando los encuentros y que en nuestros vínculos encontremos espacios de placer y dispersión que nos hagan disfrutar?, porque si finalmente lo que tendemos a encontrar es vacío o guerra, o ausencia de tiempo y energía para compartir, claramente tenderemos a buscar un como si, hoy por hoy ofrecido en mercado, en redes sociales y compras, un como sí que a mi parecer nos está moldeando y obteniendo grandes beneficios a costa de lo humano.

Hablemos de evolución desde el amor

Si consideramos que los lazos relacionales que nos unen se encuentran a la base de la mayoría de los procesos críticos del desarrollo humano, desde el establecimiento de la estructura cerebral que permitirá procesos más complejos, incluyendo el desarrollo de habilidades emocionales, resiliencia, procesos psicológicos y biológicos vinculados al estrés, procesos vinculados a la autoimagen y autoestima, autorregulación y pensamiento reflexivo, entre otros, entenderíamos que escribir una carta desde el amor, demandaría reconocer los factores protectores y de riesgo que están afectando nuestros vínculos y nuestra salud.

Si Maturana afirmó que el amor es reconocer a otro como legítimo otro en coexistencia, y también nos dijo que es gracias al estar juntos que surgió el lenguaje y que lo que hizo esto posible fue el amor, el querer estar juntos y disfrutar el estar juntos entonces, partamos por mirar si un modelo que nos separa (tendencias al individualismo, a la desigualdad) , nos enferma (tendencias a la depresión y al suicidio), nos enfrenta (aumento de violencia) y que normaliza el estrés y nos invita a la desconexión emocional, puede sostener la palabra amor, porque amor es nutrir al otro, dar vida… y aquí nos la estamos quitando.

También tenemos que pensar si un modelo que nos mantiene preponderantemente en emociones negativas o estados de tensión alto puede ser bueno para lo humano e incluso para el «bien ponderado desarrollo económico», porque finalmente desde nuestra naturaleza, las emociones negativas dificultan nuestra capacidad de aprender y adaptarnos, generan un mayor gasto energético lo cual nos oxida más rápido (nos hará más viejitos antes), además de afectar nuestros vínculos, nuevamente, en el caso del estrés. Difícilmente si estoy mal seré espacio de regulación y contención para mí, y menos para otro, algo que es base de nuestro desarrollo y bienestar, individual, social y económico.

Hoy por hoy, Chile presenta una tasa de suicidios que está por encima de la media de suicidios a nivel mundial dentro de los países de la OCDE, si considero que el suicidio es un problema vincular y las relaciones son el tejido que sostiene al sujeto, creo que va siendo hora de analizar de verdad lo que podemos mejorar, porque hoy por hoy existe una tendencia marcada que ya no solo se puede explicar desde la narrativa individual. Cabe destacar, frente a esto también, que como postuló el Psi. y Académico Álvaro Jiménez, el suicidio está asociado a un modelo de desarrollo, existe una alta y significativa correlación entre el número de suicidios, el aumento del PIB y los niveles de desigualdad en Chile desde los años 80. Dicho de otro modo, a mayor crecimiento con desigualdad mayores tasas de suicidio, teniendo claro que ante la tendencia creciente a la desigualdad social, cabria considerar que como afirmó la neurobióloga, PhD. María Eugenia Moneta en su libro El Apego: «de forma directa o indirecta las desigualdades sociales se han utilizado una y otra vez para predecir la seguridad del apego».

Hoy sabemos que existen múltiples factores económicos, políticos y sociales que inciden en la calidad de nuestros vínculos y en la vivencia de nuestro mundo emocional, claramente en que entendemos por amor también influye la política y el mercado.

Llevo años afirmando que los vínculos son el motor de nuestro desarrollo, no sólo personal, también social, y es desde este lugar que no puedo normalizar las tendencias al individualismo, desafección, o la fracturación del tejido social, o incluso la tendencia a la internalización que se está viendo en niños, porque para mí esto ya no son temas personales, responde a las consecuencias de la forma de operar del modelo que tenemos y me cuesta, porque entiendo que le estoy hablando a seres humanos como yo, porque sé que nuestros vínculos –y por tanto capacidad de logro de bienestar, desarrollo, supervivencia y evolución- como exponía antes, están siendo afectados por factores de riesgo normalizados, y esto es grave.

En este sentido, tal como afirmó el sociólogo alemán Zygmunt Bauman (2005) nuestra época no nos está ayudando, porque «esta época refuta la solidez y la durabilidad de las emociones y los sentimientos. Las leyes de la economía de mercado exigen liquidez, velocidad y no estar atado a demasiado compromiso». Soy de la idea que de alguna forma la economía de mercado nos invita a desvincularnos y a no estar presente para otro.

Si consideramos lo que afirma Bauman, podemos pensar en las consecuencias que estos mandatos traen de cara a las características de los vínculos sociales y afectivos. Con respecto a esto, hace unos años atrás, la psicoanalista, Bettina Calvi, en su artículo Las configuraciones vinculares en tiempos del amor líquido señalaba una realidad donde la fugacidad y levedad en nuestras relaciones está presente, observándose una concepción del tiempo como algo instantáneo y una concepción de las personas como objetos de consumos sustituibles e intercambiables, destacando los efectos que estos cambios provocan en los lazos que se establecen con otros y particularmente en las relaciones amorosas. En este sentido plantea que «Tal vez la fugacidad, el descompromiso, el miedo a la cercanía del otro humano, deba ser leído en relación a las paradojas no solo de la época sino también, y fundamentalmente, de la historia que le dio origen. Una historia donde la noción de semejante ha sido severamente afectada».

Como afirma Marrone «Bowlby solía decir que la gente tiende a tratar a los demás como ha sido tratada. ¿Entonces qué podemos hacer para romper el círculo intergeneracional?, parece que el elemento más importante es ayudar al individuo a revisar sus propios modelos operativos internos de relaciones de apego». Sin embargo, en este sentido es importante tener en cuenta que no estoy hablando exclusivamente del ámbito de la relación materno-paterno filial, ya que esta mirada que planteó Bowlby y posteriores autores, como afirma Marrone, puede abarcar el estudio de la representación de las relaciones sociales, dentro de cierta cultura y estructura sociopolítica.

Desafío de mejora que se hace más claro cuando consideramos como afirma Lecanelier, la Teoría del Apego podría servirnos para explicar cómo la tendencia evolutiva básica de las personas de establecer lazos afectivos duraderos y específicos con otros seres humanos permite sentar las bases de su desarrollo psicosocial, como también la amplia gama de trastornos, sufrimientos y emociones negativas que pueden emerger de la disrupción de esta tendencia.

En este sentido, no podemos negar lo irracional que resulta la obsesión por la productividad y los beneficios económicos cuando paralelamente estamos invirtiendo sentidos desde el no ver nuestra naturaleza, como a su vez tiempos críticos de desarrollo humano, tiempos y espacios necesarios para el bienestar y desarrollo emocional positivo, tiempos que en algunos casos han sido adaptados a las leyes de mercado.

¿Favorecer el desarrollo humano desde un modelo nutricio o hacer uso del circuito del placer?

Hace poco fui a un encuentro donde tuve la oportunidad de conocer a la neurobióloga María Eugenia Moneta, en el mismo, una de las observaciones que realizó fue que considerando las tendencias en depresión, la dopamina se encontraría baja a nivel de la población, hoy traigo este punto, porque considerando lo anteriormente planteado, si junto a ello considero la distancia social y las tendencias en desvinculación, y estrés, podríamos pensar que los niveles de oxitocina también están bajos, y en el caso del estrés, a través del cortisol, el mismo estaría impactando también en nuestra actividad dopaminérgica.

Considerando las tendencias en depresión y el que posiblemente nuestra población se encuentre con bajos niveles de dopamina, sumado a altos niveles de cortisol producto del estrés sostenido, hace posible pensar que, a falta de oxitocina y dopamina en nuestra vida y círculos, el mercado permee de forma tan brillante con un sustituto que compramos o consumimos porque hay hambre emocional de bienestar y vinculación, y lo que está a mano es la «comida rápida emocional».

Si esto es así, podría plantear la hipótesis que los seres humanos estando habidos de bienestar más que querer más –idea planteada para justificar el modelo capitalista y búsqueda de dopamina constante-, está buscando compensar y regularse de forma disfuncional. Quizás de ahí venga también, la búsqueda de experiencias cada vez más límites que estamos viendo en nuestros jóvenes. ¿Estamos ante un entorno cada vez más adverso e inestable, y al mismo tiempo, más separados y más deprimidos, pero debemos ir más rápido…a costa de todo y a pesar de todo, incluso contra nosotros?

Creo que aquí está la parte que tenemos que analizar, ojalá neurólogos, psiquiatras, médicos, psicólogos, neurobiólogos, sociólogos, todas las personas humanas, en relación al funcionamiento de nuestro mercado y a lo que nos estamos haciendo como especie, porque de ser correcto lo que planteo, difícilmente podemos plantear una Constitución, y mundo, desde el amor queriendo mantener en paralelo el modelo imperante. Esto no significa que, pensando, binariamente, el modelo más positivo sea el opuesto, el comunista ni otro que niegue nuestra naturaleza biopsicosocial y las bases de nuestro desarrollo y bienestar como especie, y parte de un ecosistema mayor.

En vidas que parecen ser no del todo plenas, este modelo de consumo parece sostenerse desde el sistema dopaminérgico a través de búsqueda de satisfacciones inmediatas, es decir, en ausencia de las fuentes principales de bienestar humano, el modelo actual nos ofrecería un «como si», en base a chutes cuando compramos, cuando recibimos un like, cuando tenemos miles de «seguidores», etc., mientras vulnerabilizamos la fuente principal del bienestar y desarrollo humano y lo que nos puede llevar a evolucionar: los vínculos.

De alguna forma podemos decir que los vínculos son el principal espacio de regulación emocional, pero cuando los mismos fallan o están devaluados y la experiencia subjetiva es que no existe otro disponible con capacidad de regularnos, al no poder acogernos en nuestra emocionalidad -por no estar disponible física o emocionalmente-, podemos comenzar a desarrollar estrategias de regulación disfuncionales para intentar sobrellevar lo que sentimos y eso puede traducirse en esta búsqueda de dopamina constante que estamos viendo a nivel de consumo de drogas, alcohol, dependencia a los likes, consumo excesivo, ludopatía, etc.

En este sentido, si en parte el ser humano sostiene este modelo desde su necesidad de dopamina y búsqueda constante de la misma, como chute, a falta de vínculos (oxitocina) y actividades placenteras (dopamina) creo que sería ético entonces ver hasta qué punto estamos facilitando la vinculación y la tranquilidad para vincularnos, hasta qué punto estamos construyendo redes y un sentido de interdependencia social, hasta qué punto estamos facilitando el placer y disfrute cuando el estrés de sobrevivir empaña nuestra biología y psicología.

Sería ético también preguntarnos, reconociendo nuestros vínculos como motor de nuestro desarrollo, que parte de responsabilidad podría tener este modelo, a nivel de los retrasos en el desarrollo que se están viendo en niños y adolescentes, y problemas a nivel de población general con respecto a habilidades cognitivas y emocionales, como también tendencias a patologías que involucran el estrés.

Si la percepción es que el otro no está disponible, podemos comenzar a desarrollar un patrón internalizante, también podemos mostrarnos fríos o distantes en el trato, podemos evitar relacionarnos a través del uso de la tecnología, o con el trabajo, y aunque nuestra sociedad evalúa esto como una fortaleza, realmente habla de vulnerabilidad porque no es desde la dopamina en chutes que nos desarrollamos ni que lograremos estar mejor, porque la dopamina que hoy consumimos parece ser el chute que viene a compensar lo que realmente necesitamos y nos ayudó a evolucionar, pero que hoy no está en las mejores condiciones, me refiero a los bajos niveles de placer que parecemos sentir en nuestras vidas (dopamina) y la falta de vinculación de calidad en nuestras relaciones (oxitocina).

La dopamina en chute de mercado, a mi parecer actuaría posiblemente como un «como si» estamos bien, engañando a nuestro sistema aun estando disparados en la hormona del estrés que a su vez impacta en nuestro sistema dopaminérgico de forma negativa. Es decir, dos neurotransmisores asociados a nuestro bienestar y también a nuestra conducta social estarían a la baja, mientras el mercado está en alza en aquello que compensa, y lo que al parecer más nos está enfermando es lo que genera finalmente más beneficios.

Porque hoy por, finalmente la normalización de la desvinculación y ausencia espacios de compartir y disfrute en nuestras vidas, finalmente estaría favoreciendo al mercado por sobre lo humano, cuando el modelo actual conjuga una visión normalizada de las tendencias hacia el individualismo y desvinculación, sumada a la falta de equilibrio en los roles y espacios de nuestras vidas más allá del trabajo, normaliza que nuestros vínculos sociales y vínculos de calidad claves para nuestro desarrollo y bienestar se debiliten, y con ello tengamos menores fuentes de oxitocina, pero también menores oportunidades de desarrollo, resiliencia, modelos de regulación emocional entre otros.

Cuando entiendo esto, comprendo que la mano invisible de Adam Smith no sería tan invisible al final, compleja sí, patologizante también, al menos desde mi área de pensamiento, al hacer tambalear los tiempos y calidad de las relaciones y vivencia de placer debido a nuestros tiempos de trabajo y estrés, al promover un consumo desde la falta, al normalizar que de ser seres sociales tendamos a sociedades individualistas aun sabiendo que nuestro desarrollo humano, depende de los vínculos, al reforzar la idea de un ser humano cuya expresión emocional y vulnerabilidad es signo de fragilidad cuando contrariamente esto habla de interdependencia, y capacidad de evolución, al normalizar el mantener a los padres y madres estresados como al resto de las redes , con una capacidad afectada por tanto de sostener y sostenerse, de ser espacio de regulación emocional, la misma mano que en vez de reforzar nuestros vínculos nos plantea una idea del otro como amenaza, ese modelo que nos confronta y que no reconoce que pilares del desarrollo humano como la seguridad, la identidad, y los vínculos con sus factores que impactan no deben ser espacio de mercado y menos si el mismo refuerza su vulnerabilización y negación de interdependencia. Las crisis son humanas, porque nos estamos destruyendo.

Si se trata de manos, mejor pensar en las que nos conectan, las manos que pueden ayudar a sanar nuestra sociedad y a mejorar este modelo, la mano que mece la cuna esa que dicen que domina el mundo, y creo que no se equivocan, me refiero a la maternante , la nutricia, ya no la madre en lo concreto, si no quien cuida, quien nutre.

Llevo más de 10 años hablando de la necesidad de construir una sociedad amorosa con lo humano abandonando la omnipotencia de la negación de nuestra naturaleza pero también la idea de ser seres acabados, porque nos constituimos con otro, y somos seres en evolución, pero necesitamos un entorno que facilite que eso ocurra, y eso implica a mi parecer, reconocernos como seres biopsicosociales que requieren mínimos para estar bien y evolucionar, y por lo mismo, hoy, me detengo, en época de vivencias aceleradas , en época donde la distancia social también se instala en la forma de mirar nuestra sociedad, olvidando la naturaleza social de lo humano, porque finalmente y realmente, nos necesitamos todos.

No veo salto evolutivo en la tecnología que busca «mejorar» lo humano, ni tampoco en la ideología, sin antes intentar una vez preguntarnos qué necesita lo humano para que podamos conocer por fin su máximo potencial si reconocemos nuestra naturaleza y capacidad evolutiva, la de fabrica la biopsicosocial, de base afectiva y vincular. Claramente seguir normalizando el estrés no nos va a ayudar, como tampoco una sociedad desvinculada.

Soy de la idea, que necesitamos una base mínima para esta Constitución, y en este sentido, pienso en el artículo 1 de nuestra Constitución y el deber del Estado de estar al servicio de la persona humana, creo que el mismo debe ser aún más aterrizado, definiendo lo que entendemos por persona humana , factores protectores de nuestro desarrollo y prevención en los de riesgo, y lo hago también desde un entorno global, donde aún hay hambre y desigualdad, un entorno donde mientras lo humano sufre y aun no somos capaces de construir un modelo que reconozca nuestra naturaleza, mientras nuestros jóvenes y adultos se suicidan y otros mueren por virus, mientras nuestros jóvenes y niños ya están presentando problemas a nivel de desarrollo de habilidades socioemocionales, ya nos invitan a pensar un mundo donde vamos a convivir con máquinas al punto de que no sabremos si hablamos con una persona o un ser humano, el mismo mundo donde Singularity University ya plantea que nuestro cerebro debe aumentar su capacidad y rapidez y que calculan que el 2045 dejaremos de existir. El mismo mundo donde Reino Unido reconoció a un ciudadano ciborg y el derecho a rediseñar la especie, el mismo mundo donde Chile hoy aparece como el primer país en establecer los neuro derechos. ¿Tiene sentido que estemos debilitando nuestras posibilidades de evolución de fabrica mientras crece todo un mercado a costa de lo humano?, porque eso no es amor, construir un sistema donde la potenciación del desarrollo humano está sujeta a mecanismos que normalizan en paralelo la oxidación de su potencial original, estando lo humano al servicio de la economía y no al revés, no creo que sea el camino.

Hay un desafío para este modelo y para su hermano el neuro capitalismo, y todo modelo que niegue nuestra naturaleza, humanizarse, ¿será posible? Finalmente, si prima la pulsión de muerte, ¿estamos construyendo? Claramente no, al menos no «al servicio de la persona humana». Seguir en esto, sería confirmar que Dalí poco tenía de surrealista cuando creó su obra Un niño geopolítico viendo el nacimiento de un mundo nuevo, finalmente lo humano seguirá destruyendo el mundo mientras el mismo se sienta destruido.

No sé qué va a ocurrir el próximo 4 de septiembre en Chile, y como ciudadana chilena, más allá de mi profesión, tengo los mismos temores que cualquier ciudadano, pero en mi caso, además considero que esta Constitución debe permitirnos enfrentar los tiempos que vienen, y eso es lo que voy a evaluar estas semanas, proteger lo humano en un contexto de cuarta revolución industrial donde según dicen algunas personalidades de la IA, lo que más va a escasear es la atención a las personas.

¿Podemos permitirnos esto?, un modelo que niega nuestra naturaleza amorosa -vincular y afectiva- y que nuestro desarrollo como seres biopsicosociales también depende de lo nutricia o no que sea nuestra sociedad. Como afirma Galeano una sociedad del desvínculo nos condena a la soledad como islas, y yo agrego a la enfermedad, involución y extinción, porque no reconocer nuestra naturaleza hoy por hoy está implicando normalizar aspectos que se saben afectan incluso el desarrollo y bienestar cognitivo, emocional y vincular de una población.

Si reconocemos nuestra naturaleza e interdependencia, podemos construir algo mejor, porque el amor no es sólo poesía… es lo que hoy nos permite estar vivos y seguir aquí, eso dice la neurociencia y la psicología, y hoy lo recuerdo, porque quiero otro mundo y quiero otro Chile…

Nota

El amor que se enuncia desde una historia de violencia sin tomar consciencia de las raíces del dolor se arriesga a construir un castillo en una herida, a revivir traumas y despertar fantasmas, a potenciar la polarización a generar más dolor, lo mismo que el amor que hace uso del dolor, porque es perverso, el que plantea un futuro sin aprendizaje y en cambio nos habla de evolución. Creo que pocos queremos una Constitución escrita desde la división y la rabia, pero tampoco una escrita desde el miedo y el trauma, ni tampoco desde la omnipotencia. Como tampoco desde un lugar que nos polariza, que no nos roben el amor. Leí hace poquito en un mensaje del apruebo mientras cierro este artículo, y pienso, el amor no es de nadie y es de todos, porque el amor nos constituye como raza humana en nuestra interdependencia. Soy de la idea que el reconocer al ser humano como ser biopsicosocial, cuyo desarrollo y bienestar es interdependiente del entorno, nos puede permitir abrir el espacio a preguntarnos más allá de la ideología como llegamos hasta aquí para escribir una historia distinta y justa para todos, al menos en la base de nuestra naturaleza.

 

*Psicóloga en consulta privada. Consultora Independiente y Lider y fundadora de Movimiento civil Humanizate