Los medios de comunicación que defienden el orden establecido han perdido toda delicadeza, no sólo en su desenfreno contra la propuesta de nueva Constitución (NC), también en su agresividad contra el gobierno. Apuntan a la Cancillería, aprovechando las críticas de varios amarillos, que fueron sus autoridades en los gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría.

Blanco preferido ha sido el Subsecretario de la Cancillería, José Miguel Ahumada. Perece irritarlos su compromiso con la transformación productiva y la necesidad de revisar los TLC, para favorecer la diversificación económica y potenciar las exportaciones.  El cuestionamiento revela el temor de la elite a los cambios contenidos en el programa del Presidente Boric.

Revisar los TLC, sin renunciar a ellos, ni menos a la apertura económica, no es cosa del otro mundo. Revisarlos, no sólo a la luz de las preocupaciones transformadoras del nuevo gobierno, sino también habida cuenta del emergente proteccionismo en el mundo, es lo que abrirá puertas para que la inversión, nacional y extranjera, transiten desde la extracción de materias primas hacia nuevas actividades productivas. Ello exige, junto a la aplicación de un verdadero royalty a los recursos naturales, superar las restricciones que imponen los TLC, entre otras cosas, por los requisitos de desempeño, los excesos de protección de la propiedad industrial y las restricciones a la transferencia tecnológica.

La política de relaciones económicas internacionales de las últimas décadas fue funcional a la lógica neoliberal imperante. El Estado subsidiario, subordinado a los mercados, no tenía interés en orientar la economía en favor de determinadas actividades industriales. Así las cosas, se impuso el rentismo extractivista y financiero tanto en la economía interna como en la política de relaciones económicas internacionales. La apertura indiscriminada al mundo eliminó toda protección a los bienes, servicios, inversión y a los flujos del capital financiero. Esto se hizo primero de forma unilateral y luego a través de los TLC. Por cierto, se abrieron nuevos mercados al comercio de bienes, pero se cerraron las puertas a la indispensable diversificación productiva que exige el desarrollo.

Sin embargo, el país y el mundo han cambiado. A la elite le cuesta entender que el gobierno actual no es de continuidad, sino precisamente de transformaciones y no sólo sociales, sino también productivas.

Es bueno insistir, hasta que duela, que el gobierno se ha propuesto ir más allá de la extracción de recursos naturales y, por tanto, intenta potenciar el hidrógeno verde, agregar valor al litio, al cobre y también a otros recursos naturales. Este es un compromiso programático con la ciudadanía, que además resulta fundamental para generar nuevas fuentes de trabajo, que terminen con la insoportable informalidad que recorre las calles de nuestro país. Más y mejor trabajo, recuperar la productividad y el crecimiento son los propósitos de la transformación productiva.

¿Por qué son indispensables los cambios productivos?

Rodrigo Valdés, economista de pensamiento neoliberal, después de dejar el ministerio de Hacienda dijo “…se nos olvidó inventar nuevos negocios para exportar” (El Mercurio (13-03-17). Y, como no se inventa, seguimos exportando lo mismo desde hace largas décadas: materias primas”. Al día siguiente, en el mismo diario, el ministro de Hacienda de la Presidente Bachelet, Nicolás Eyzaguirre, apoyó las afirmaciones de Valdés, destacando que Chile presenta un problema estructural, debiendo transitar a una nueva fase exportadora y elevar la competitividad.

Pareciera una tomadura de pelo, ya que ambos exministros no estimularon la diversificación de la economía chilena. Lo que es peor, redujeron la inversión en ciencia y tecnología y no realizaron esfuerzos por estimular al sector privado para favorecer nuevos inventos y actividades económicas.

Los dichos de los exministros ponían de manifiesto algo de suyo evidente: los países exportadores de materias primas crecen de tiempo en tiempo, pero no consiguen el desarrollo. Lo confirmaba Felipe Larraín, economista de derecha, antes de transformarse en ministro de Hacienda de Piñera. En una consultoría, pagada por el mismo ministerio, y avalada por la Universidad de Harvard, dijo, con mucha fuerza, como si lo creyera:

“Chile no se ha integrado a la economía mundial como un innovador independiente o como generador de tecnologías de vanguardia, sino como proveedor de unos pocos recursos naturales. Y estos sectores son insuficientes para impulsar a Chile hacia una elevada etapa de crecimiento del ingreso. Chile tendrá que diversificar su base exportadora o es altamente probable que experimente una caída en su crecimiento (Larraín, Sachs y Warner, A Structural Analysis of Chile’s Long Term Growth: History, Prospects and Policy Implications; Enero, 2000”)

Larraín y sus amigos tenían toda la razón. Luego del notable crecimiento de los años noventa, la economía chilena inicia un ciclo descendente en las décadas siguientes. Se habían agotado los fundamentos del crecimiento y la elite persistía en lo mismo. Sin mayor nerviosismo porque la plata sigue siendo dulce con la explotación y exportación de los recursos naturales, el comercio y el sector financiero.

Al igual que en el pasado, descrito por Aníbal Pinto en su famoso libro, “Chile, un caso de desarrollo frustrado” la apertura comercial no ha estado acompañada por una diversificación de su estructura productiva ni de las exportaciones. En efecto, de cada US$ 100 que el país vende al mercado global, US$90 son materias primas en bruto o con escasa transformación, provenientes de los sectores minero, forestal, pesca y agricultura.

La frágil matriz productiva chilena está afectando a la economía. El PIB potencial se ha reducido, la productividad está estancada y la competitividad internacional se ha perdido. Ya en el año 2008, el destacado economista Michael Porter le decía a empresarios y economista chilenos: “Estoy preocupado por Chile. Cada vez que vengo hay más tratados de libre comercio, pero nada nuevo que vender” (Espacio Riesco, 28-05-2008).

La matriz productiva existente es la que impide mejorar la productividad. Agregar valor a los recursos naturales, procesar bienes o generar servicios avanzados es ciertamente más complejo pues exige una creciente innovación e incorporación de nuevas tecnologías. Además, requiere mano de obra más calificada y por tanto mejorar la calidad de la educación para el conjunto de la sociedad. Ello explica que entre 1970 y hoy día el sector manufacturero haya pasado de representar el 25% del PIB a menos del 10%.

La elite persevera y no acepta intervención sobre el mercado. No quiere cambios.

El desinterés por los cambios y la persistencia en el modelo productivo existente tiene explicación. Algunos políticos y economistas transitaron intelectual e ideológicamente al neoliberalismo. Es el curioso caso de los economistas del CIEPLAN. Por su parte, varios economistas y políticos, a cambio de asientos en directorios y platas para campañas electorales, se subordinaron al gran empresariado, protegiendo sus negocios rentistas.

La elite así se defiende para impedir cambios al modelo neoliberal. Ello explica los virulentos ataques contra el Subsecretario Ahumada, por su posición en favor de una transformación productiva y su preocupación por revisar los acuerdos comerciales, para hacerlos más efectivos al desarrollo del país.Es un ataque a las transformaciones del gobierno, porque al gran empresariado, y a sus economistas, no les resulta cómodo transitar de la explotación de los recursos naturales a la exigencia mayor que involucra el desafío de agregar valor a los bienes y servicios.

Por otra parte, no resulta razonable, que el Subsecretario sea también criticado porque escucha a organizaciones de la sociedad civil como “Chile, mejor sin TPP”. Un buen gobierno no debe escuchar solamente a los gremios empresariales. Es una condición necesaria para superar tensiones y presiones en búsqueda de los nuevos equilibrios que demanda una sociedad democrática.

Adicionalmente, la crítica por lentitud para cerra el “Acuerdo de modernización con la Unión Europea (UE)” resulta completamente infundada. En efecto, la propia UE pidió la postergación de su cierre, en noviembre del año pasado, a instancia de Francia, porque para Macron el TLC con Chile era tema de controversia electoral con la candidata nacionalista, de la extrema derecha, Marine Le Pen. Hoy día, el acuerdo con la UE se encuentra en medio de negociaciones normales, con temas menores aún pendientes. Se espera, sin embargo, un pronto cierre, como ha sido ya destacado por la Canciller Urrejola.

En suma, los cuestionamientos a Ahumada son un ataque a las transformaciones productivas que ha propuesto el gobierno del Presidente Boric. Es temor a los cambios. Temor infundado de un empresariado que debiera entender que sus negocios pueden ser muy rentables si se compromete en nuevas actividades, que diversifiquen la matriz de recursos naturales. Así se generarán más y mejores empleos, los que, acompañados de un sistema educacional integrador, junto a avances en ciencia y tecnología, le permitirá al país dar un salto hacia el desarrollo.