Los persistentes ataques de la derecha y de los fácticos contra el subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales (Serei) son muestras de desesperación. Les duele que José Miguel Ahumada, en su destacado trabajo académico, haya criticado los límites que fijan los Tratados de Libre Comercio (TLC) para impulsar políticas industriales. Les molesta también que se haya reunido con la organización “Chile Mejor sin TLC”, para conocer sus opiniones sobre el TPP11. Y, finalmente, agregan una mentira: lo responsabilizan por la postergación del cierre sobre la “modernización del acuerdo con la Unión Europea”.

La derecha, los amarillos que la siguen y algunos gremios empresariales están descontrolados. Les desespera el término del Estado subsidiario, contenido en la nueva Constitución y en las iniciativas de transformación propuestas por del presidente Boric. Ello no sólo significa que se les acaban los negocios en la salud, la educación, el agua y la previsión, sino también porque se abre camino a un modelo productivo que apunta a diversificar la economía, lo que reducirá los beneficios rentistas en la explotación y exportación de recursos naturales. Eso molesta a la élite y al mismo tiempo le impide comprender que una economía diversa puede generar interesantes oportunidades a empresarios más lúcidos.

La élite concentra sus golpes en la Cancillería, y en particular contra Ahumada, porque les parece un flanco débil, ya que tanto los gobiernos de derecha como los de la Concertación coincidieron en impulsar una apertura económica indiscriminada al mundo. Y en ella la proliferación de TLC ha sido muy destacada.

En efecto, la política de relaciones económicas internacionales de las últimas décadas fue funcional a la lógica neoliberal imperante. El Estado subsidiario, subordinado a los mercados, no tenía interés en orientar la economía en favor de determinadas actividades industriales. Así las cosas, se impuso el rentismo extractivista y financiero tanto en la economía interna como en la política de relaciones económicas internacionales.

La apertura indiscriminada al mundo eliminó toda protección a los bienes, servicios, inversión y a los flujos del capital financiero. Esto se hizo primero de forma unilateral y luego a través de los TLC. Por cierto, se abrieron nuevos mercados al comercio de bienes, pero se cerraron las puertas a la indispensable diversificación productiva que exige el desarrollo.

El país y el mundo han cambiado. El libre juego de las fuerzas del mercado ha abierto paso hoy día al proteccionismo y la globalización en la economía internacional no es la misma que ayer. Por otra parte, al gran empresariado, a sus economistas y políticos que lo apoyan, les cuesta entender que el gobierno actual no es de continuidad, sino precisamente de transformaciones y no sólo sociales, sino también productivas.

En efecto, el gobierno actual se ha propuesto ir más allá de la extracción y exportación de recursos naturales para diversificar nuestra economía. Este es un compromiso programático con la ciudadanía, que además resulta fundamental para generar fuentes de trabajo que terminen con la insoportable informalidad que recorre las calles de nuestro país. Más y mejor trabajo, recuperar la productividad y el crecimiento son los propósitos de la transformación productiva.

Tanto el proteccionismo en el mundo como el propósito del actual gobierno de diversificar la economía obligan a un nuevo enfoque en la política de relaciones económicas internacionales. No se trata de terminar con la apertura económica al mundo, ineludible para un país pequeño como Chile. Se trata, eso sí, de que los acuerdos comerciales sean funcionales a los cambios productivos comprometidos.

En consecuencia, las críticas a Ahumada apuntan en realidad a cuestionar las transformaciones productivas, superadoras de la extracción de recursos naturales. Se desconoce la importancia de potenciar el Hidrógeno Verde y agregar valor al litio, al cobre y a otros recursos naturales, lo que es además un compromiso programático con la ciudadanía.

Por tanto, revisar los TLC, sin renunciar a ellos, no es nada del otro mundo. Revisarlos, significa potenciarlos, habida cuenta de las nuevas realidades de la globalización y la propuesta transformadora del nuevo gobierno. Es lo que abrirá las puertas para que la inversión externa, y también la nacional, transiten desde la explotación de materias primas hacia nuevas actividades productivas, lo que debe contemplar transferencias tecnológicas y entendimientos creativos con el capital nacional. Si esto se logra, no parece un sueño imposible avanzar hacia un nuevo modelo productivo y una nueva canasta exportadora. Es lo que abrirá oportunidad a nuevos negocios, mejoramiento de la productividad y recuperación del crecimiento para nuestra economía.

Por otra parte, un buen gobierno debe escuchar, y no sólo a los gremios sino a la sociedad toda. Así como el subsecretario Ahumada se ha reunido con varios gremios empresariales, también le corresponde conocer las opiniones de distintas organizaciones de la sociedad civil, entre ellas a “Chile, mejor sin TLC”. Que todos opinen y se abran mil flores, es el camino para que un buen gobierno compatibilice visiones e intereses distintos, supere tensiones y alcance los equilibrios que exige toda sociedad democrática.

Finalmente, es bueno precisar que la postergación del acuerdo de modernización con la Unión Europea (UE) fue precisamente responsabilidad del gobierno de Francia, porque el TLC con Chile era tema de controversia electoral de Macron con la candidata nacionalista de la extrema derecha, Marine Le Pen. Las conversaciones se han retomado y, en medio de negociaciones normales, con temas menores aún pendientes, se espera un pronto cierre, como ha sido destacado por la canciller Antonia Urrejola.

A final de cuentas, los ataques a Ahumada son un componente más del accionar de la derecha, el gran empresariado y sus nuevos amigos, teñidos de amarillo, para impedir el término del Estado subsidiario y del modelo neoliberal.