Quiero analizar el proceso constituyente que vivimos en Chile a partir de los años 2019 y que tendrá un próximo hito en el plebiscito del próximo 4 de Septiembre del 2022 para aprobar, espero, la Nueva Constitución.

Pretendo poner el contexto de este momento y como preámbulo quisiera que nos preguntemos sobre el acontecer histórico, pero en relación a la propia vida. El acontecer social y el acontecer de la historia es vivido por mí, no soy ajeno sino parte. A veces nos parece que el acontecer es un torrente que nos arrastra sin que podamos hacer nada para variar su dirección. Otras veces nos sentimos impulsores de la corriente, la agitamos y en vez de sentirnos arrastrados por ella, somos impulsores del caudal. Acaso, las tormentosas corrientes de la historia ¿llevan alguna dirección, tienen algún sentido? Y mi propia vida en el torrente, que dirección y qué sentido tiene. Observo que la respuesta a esta pregunta me produce un vacío y una cierta alerta, un darme cuenta de la existencia, y la particularidad del hecho histórico vivido.

Tengo la sospecha de que en el fluir de la historia hay momentos de sincronía, en que grandes conjuntos participan de una misma experiencia; momentos en que la individualidad se suspende y somos parte de una experiencia común; como si nuestra individualidad fuera parte de algo mayor y ese sentimiento nos hermana. Esa sincronía produce terremotos históricos en que los acontecimientos corrigen la dirección de la historia y dan cauce a las mejores aspiraciones humanas. Esa energía humana que se produce en los momentos de sincronía, es tan poderosa que también desborda en formas de violencia e inhumanidad, y nos dificulta la interpretación y comprensión del fenómeno histórico.

La primera vez que sentí la experiencia de la irrupción psicosocial fue durante los movimientos juveniles en 1968, lo que se conoció como el “mayo 68 francés”. Incluso quizás viví algo parecido el día que asesinaron a Jhon Kennedy, años antes. Era muy pequeño, pero sentí el temblor de una fuerza que se manifestó en mí. No supe interpretarlo entonces. Luego ocurrió una experiencia similar en 1970, cuando Salvador Allende y la Unidad Popular gana la presidencia en Chile y las multitudes celebran en las grandes Alamedas de Santiago; el siguiente fenómeno psicosocial que experimenté fue la derrota a la dictadura de Pinochet en el plebiscito de 1988, decenas de miles vigilaban esa votación resistiendo toda provocación. Un año después una corriente eléctrica subía por mi columna vertebral cuando caía el muro de Berlín; estuvimos con Tomás Hirsch y Roberto Blueh el 2006, en la instalación de la Asamblea constituyente en Bolivia conmocionados hasta las lágrimas; por último, la revuelta en Chile de octubre del 2019 y el inicio de la Convención constituyente. Todos fenómenos históricos de los pueblos, en que nadie puede arrogarse la autoría o el liderazgo de haber provocado esa experiencia humana conjunta. Todos fenómenos en que la violencia no tiene ningún rol, y en cada individuo se manifiesta algo, que no podemos precisar, una esencia de humanidad.

Luego de estos despertares conjuntos pero que vivimos cada uno, se desbocan las fuerzas de la violencia con la que se pretende controlar aquella libertad ganada y que nos abre al infinito. Y la violencia tiene algún éxito, pero no por su eficacia sino porque está todavía en nuestra propia conciencia. Nos dejamos tomar por el rencor o el resentimiento y al reaccionar con violencia nos convertimos en su prisionero.

Pero el punto a resaltar es la manifestación ocasional de un fenómeno psicosocial que vivimos como individuos, como cada uno, y al mismo tiempo sentimos que somos parte de la humanidad.

Estamos viviendo en Chile las consecuencias de uno de esos momentos psicosociales en que por un momento fuimos uno, algo se expresó sin edad, sin sexo, sin raza, sin patria, sin identidad. Y este acontecimiento psicosocial o psicohistórico, como diría Asimov,  esta experiencia tuvo una traducción social en la conformación de una Convención Constituyente para cambiar el modo de convivir, de relacionarnos y compartir un proyecto social conjunto de mayor justicia y participación, incorporando la diversidad.

En 1970 Salvador Allende llega a la presidencia de Chile para construir una república socialista, apoyada democráticamente y sin usar la violencia armada. Sin embargo, la violencia como arma de lucha social tenía mucho prestigio y los grupos violentos fueron ocupando el escenario social hasta el golpe militar de 1973. La dictadura impuso una constitución en 1980, que permitió a una elite concentrar el poder político, económico y militar.

Antes del golpe militar me sumé al movimiento humanista por la no violencia, en torno a las enseñanzas de Silo. Tomé este camino porque sentí la imposibilidad de un cambio real, si las personas mismas no intentábamos un cambio mental. Era imprescindible un tipo de lucha social que nos permitiera cambiar internamente; un cambio de la estructura mental misma donde radica el sufrimiento y la violencia.

Los partidos humanistas del mundo se esforzaron durante la década de los 90 en crear una propuesta de cambio social. Nos preguntamos dónde están las claves con las que las elites controlan a la sociedad y concentran el poder. Lo llamamos el Libro Naranja. En Chile tenía cuatro ejes fundamentales:

1)      El sistema de pensiones AFP, que se usa para financiar al poder económico y no para dar pensiones dignas y solidarias a los trabajadores.

2)      La privatización de los recursos naturales, minerales y energéticos privatizados.

3)      La especulación financiera que endeuda y lucra con los derechos humanos y sociales de salud, educación y vivienda.

4)      La constitución de 1980 que permite todo lo anterior y despojó a la gente de sus derechos.

Curiosamente son las demandas que dieron origen y se convirtieron en el grito callejero de las multitudes en la revuelta de 2019, llamada “estallido social”. Toda la protesta fue decantando en una sola demanda: Nueva Constitución. Una intuición general concluyó que cada uno de esos ejes depende del marco constitucional. Aunque se intentó una asamblea constituyente, se alcanzó un acuerdo para esta “convención constituyente” cuya conformación logra la más amplia representatividad social y cultural que podíamos imaginar.

Estos son los contextos para lo que estamos por vivir, confío en que esa formidable sincronía vuelva a expresarse.