Si miramos hacia el pasado podemos descubrir que todos nuestros mandatarios han debido enfrentar profundos desacuerdos entre sus partidarios además de la férrea oposición de sus contendores. A pesar del épico triunfo de la llamada Revolución en Libertad (1964), Eduardo Frei Montalva se enfrentó al temprano disenso entre los demócratas cristianos que, además, gobernaron solos, negándose a formar coalición alguna. La Moneda terminó en una grave querella con la propia directiva de los llamados falangistas que posteriormente derivara en la escisión definitiva de esta colectividad, con la aparición del MAPU y la Izquierda Cristiana.

Algo parecido ocurrió después entre los integrantes de la Unidad Popular, coalición que respaldara a Salvador Allende, donde surgieron un sinnúmero de desacuerdos y el propio partido del Presidente se disgregara en más de diez expresiones distintas y beligerantes. Mucho se dice que el extinto mandatario terminó solo con la lealtad del Partido Comunista, lo que ciertamente explica también el desenlace trágico de su gobierno y figura.

Más hacia atrás, todavía, es posible constatar las divisiones al interior de los gobiernos radicales e, incluso, la ruptura de Gabriel González Videla con los comunistas, incordioque lo llevó hasta organizar campos de concentración para los militantes de este partido que lo había respaldado en su triunfo electoral. También el derechista Jorge Alessandri terminó su sexenio con el solo apoyo de las centrales patronales debido a que los partidos de derecha quedaran completamente abatidos.

Es muy posible que a Gabriel Boric no le suceda algo parecido, cuando ya, antes de asumir, el país ha podido comprobar desacuerdos entre los propios integrantes de su primer gabinete, como ha sucedido con la posibilidad de extender el estado de emergencia en la zona de la Araucanía. Se conoce, además, que en los nombramientos presidenciales ha habido muchas tensiones derivadas de los apetitos de poder de las agrupaciones boricistas, especialmente por el fenómeno del cuoteo, lo que en este caso no solo impone conciliar la representación de todos sus partidos pactos y subpactos, sino darles satisfacción también a las demandas de equidad de género cuanto a la representación de nuestras empoderadas etnias.

El país presidencialista que hemos conocido hasta aquíle ha permitido a nuestros gobernantes encarar severas crisis a causa de tales disensos. Al final, los chilenos confían en que las decisiones, cualesquiera sean, las adopte el Jefe de Estado, confiriéndole, además, expulsar de La Moneda y convocar a las expresiones políticas que le parezcan. De esta forma es que algunos confían en que la “luna de miel” del nuevo oficialismo dure, en realidad, muy poco y sean otras las colectividades y personas que terminen las que sigan o se sumen a su lado. Entre estos, debemos suponer que hay no pocos políticos que hoy se sienten desplazados y que esperarán que el joven Mandatario termine reconociéndoles su experticia para desenvolverse en los cargos públicos. Toda vez que ya tenemos algunos que han logrado colarse al juvenil gabinete, como al servicio exterior y otras funciones, que, sin estar en la primera línea, les permita una espera holgada como una nueva oportunidad.

Cuento aparte es lo que pueda suceder con la Convención Constituyente y la cada vez más difícil posibilidad de alcanzar una Carta Fundamental de amplio consenso. Ni pensar que un resultado adverso o, incluso, apenas favorable para los que esperan un nuevo ordenamiento institucional pueda impedir mantener en su sitio a los actuales parlamentarios o. incluso, al propio Gobierno. Y no estemos en los próximos meses exigiendo nuevas elecciones, con nuevas expresiones y coaliciones políticas.

A todo lo anterior, debemos sumar la capacidad que demuestren las nuevas autoridades en avanzar hacia la paz social en la macro zona sur del país, ahora realmente convulsionada por la violencia, el sabotaje y la inclaudicable resolución mapuche de alcanzar sus demandas quien quiera esté en La Moneda. Considerando, además de lo anterior lo que logre hacer Boric y su equipo en pos de encarar las masivas inmigraciones a través de nuestro Desierto, además de hacerle frente a la corrupción masiva de nuestra oficialidad castrense y mitigar el enorme poder consolidado por el narcotráfico.

Sin olvidarnos, tampoco, de una economía que a fuerza va a tambalear a causa  de la guerra en el norte de Europa, las sanciones impuestas por las potencias y la incapacidad hasta aquí de que las naciones tercermundistas y en especial de nuestra Región puedan enfrentar la crisis que está inspirando una nueva demarcación de las fronteras y zonas de influencia entre los países y continentes.