No es la intención ni los objetivos de este artículo dar a conocer los acuerdos tomados en la COP 26, no es necesario, ya que se sabe desde ya que estos no serán en ningún caso suficientes para controlar los gases de efecto invernadero que aceleran el cambio climático y amenazan con hacer subir la temperatura del planeta en 2.4 grados Celsius hacia fin de siglo (lo más probable es que sea mucho antes como van las cosas).

Los países más contaminantes, todos lo sabemos, son los países industrializados, en particular China y Estados Unidos. Podemos también sumar a Rusia si consideramos el gasoducto NordStream II y las prospecciones petroleras que realiza Gazprom en el Artico.

Todo parece indicar que los combustibles fósiles tienen para rato y que se encuentran lejos de querer desaparecer del mercado aun cuando muchas empresas automotrices aseguran que de aquí a diez años la mayoría de sus vehículos van a ser eléctricos. Sin embargo, la calefacción y la industria parecen ir a mucho menor velocidad con el recambio a juzgar por los hechos. Actualmente la matriz energética depende en un 75 % y se sigue usando carbón y el petróleo está fuertemente subsidiado. Esto ha redundado en que las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) haya aumentado en vez de reducirse a un ritmo de un 3 % anual, de acuerdo a lo comprometido. La frecuencia de los desastres naturales ha aumentado considerablemente debido al cambio climático y va a generar migraciones gigantescas desde zonas geográficas que se van a tornar inevitables.

Sin duda los países desarrollados no están aportando lo suficiente para contener la emisión de gases contaminantes prefiriendo pagar por contaminar, ni tampoco contribuyen lo necesario con el financiamiento de esta cruzada. Los compromisos adquiridos por estos países son demasiado limitados para el presupuesto que se necesita mundialmente. El fondo verde comprometido para apoyar a los países del sur se está cumpliendo muy parcialmente. Parecen no comprender con suficiente claridad que esta tarea requiere mucho más que un aporte pequeño que no signifique un riesgo para sus intereses económicos. La ayuda pública al desarrollo (APD) no alcanza a la mitad de lo comprometido ya hace varias décadas.

Los países industrializados no se resignan a hacer cambios drásticos en sus procesos productivos para lograr una industria plenamente sustentable como se necesita desesperadamente. Se resisten porfiadamente además a adoptar una política de relaciones exteriores basadas en el derecho internacional y el fomento de las confianzas mutuas entre Estados. Una política de esta naturaleza abriría la posibilidad de contener la carrera armamentista y las amenazas militares que son fuente de contaminación y distracción de recursos.

Los países ricos siguen en forma miope sus competencias geopolíticas tratando de posicionarse estratégicamente para cautelar los recursos naturales del planeta, desconociendo las enormes posibilidades que significarían trabajar en forma conjunta en su propio desarrollo y el de los países pobres. Siguen comportándose como históricamente lo han hecho en base a la dominación armada que tanto sufrimiento, muerte y destrucción ha significado a la humanidad.

La no violencia es la fórmula para acabar con los males de la humanidad incluido el cambio climático. La competencia por el dominio del planeta y sus recursos naturales sólo traerá más desastre a la especie humana y animal. Aumenta la brecha entre países ricos y pobres que desencadena oleadas de migraciones hacia los países ricos. La fraternidad entre todos los pueblos del orbe tras comprender que todos somos iguales, con los mismos derechos y necesidades es el único camino para salvarnos del colapso que se avecina.

Los empresarios del mundo y los gobernantes que los defienden tienen terror a poner en riesgo sus intereses y a perder su poder económico y político, sin darse cuenta que nuestro barco está haciendo agua por todos lados y que si no trabajamos todos juntos en la misma dirección va a naufragar y pereceremos todos ahogados. Lo más preocupante y temible es que los poderosos prefieran suicidarse antes de perder sus posiciones de poder, arrastrando a toda la humanidad al precipicio.

Sin duda se hace imprescindible adoptar nuevas formas de vida más austeras en base a un consumo sustentable usando la economía circular, adoptando una matriz energética en base recursos no contaminantes como la energía solar y/o eólica, en ningún caso la nuclear porque es altamente peligrosa considerando las catástrofes naturales que estamos padeciendo en todo el planeta. Y por sobre todo, una política social poniendo en su centro al ser humano, sus derechos y sus necesidades básicas.

Todo indica que mientras no adoptemos una nueva forma de relacionarnos como especie humana que se base en los grandes valores humanos como la fraternidad, el respeto y la tolerancia ideológica, racial, religiosa y de género, no podremos avanzar como humanidad en la lucha por contener el cambio climático, el avance del COVID y de los nuevos virus y plagas que pueden sobrevenir.

Para lograr lo anterior es necesario aprender a querernos los unos a los otros, ya que sin una cuota de cariño fraternal es imposible lograr metas y objetivos comunes. Y sin un desarrollo equitativo de toda la sociedad humana las grandes tareas de la humanidad no se podrán cumplir y la vida en la tierra se tornará más y más difícil.