El país literalmente se desangra por sus cárceles, el lugar donde el Estado y la sociedad oculta sus injusticias y la indiferencia frente a ellas; lugar donde se recluye a los enmiserados, a aquellos que se les ha despojado de un futuro y aún peor de la esperanza. Con la pandemia, las desigualdades, las injusticias y la indiferencia parecen haber incrementado, a pesar de lo que se esperaba, teniendo en cuenta que la humanidad se enfrentó con su indigencia biológica. Al contrario, los poderes económicos y políticos aprovecharon la tragedia sanitaria para enriquecerse aún más, para succionar como depredadores hambrientos los pocos recursos que les han dejado a los pueblos, golpeados históricamente por la voracidad del mandato del capital de acumular valor a costa de la vida de los seres humanos y del resto de la naturaleza.

Como ya lo decía Marx, la burguesía ha desgarrado sin piedad todo vínculo entre los seres humanos para erigir como la única relación reinante al frío cálculo egoísta del interés mercantil, “Ha hecho de la dignidad de la persona un simple valor de cambio.” La justicia, la solidaridad, la decencia, la empatía, la honestidad, en fin la ética hoy por hoy aparecen como “la más oscura de las conspiraciones” que amenaza el orden del saqueo, la depredación y la ganancia capitalista.

Cuando los pueblos estallan en indignación, cansados de tanta corrupción del poder, como ocurrió en octubre del 2019 en Ecuador y en varios países de Latinoamérica, son inmediatamente acusados de conspiración terrorista en contra de la sagrada Real Politik de la ganancia inmoral, mafiosa y criminal que domina el sistema económico global.

Nadie puede atreverse siquiera a cuestionar la marcha inexorable del capital, aunque ésta destruya la vida social y natural. Los grandes medios nacionales en una sintonía, esa si de conspiración, se lanzan en contra del terrorismo de los pueblos vándalos, mientras alcahuetean el robo descarado de la burguesía como hoy lo hacen con las filtraciones de los Papeles de Pandora.

Cuantos ecuatorianos y ecuatorianas están confinados en los depósitos de desgracia llamadas cárceles, la mayoría por haber intentado sobrevivir a la miseria a la que son condenados por la acumulación y concentración descarnada de la riqueza social en las pocas manos de los ricos; por ser la mano de obra más barata para el micro-tráfico, al que han sido lanzados por la propia indiferencia del Estado.

Mientras los que evaden impuestos y saquean la riqueza de toda la sociedad están gobernando y hablando de honestidad, justicia y encuentro. Aquellos que por robar para comer van a la cárcel y son señalados, acusados y condenados por toda la sociedad, que mira a otro lado cuando sabe que han sido masacrados por las mafias del capital ilegal, son las víctimas de los que no solo que ganan con los ahorros de los depositantes, sino que evaden los impuestos que tienen que pagar al Estado.

Según dicen las filtraciones, el Sr. Lasso, presidente del Ecuador, que habla de honestidad y justicia, ha recurrido a 14 sociedades financieras opacas en Panamá para evadir impuestos. Sin ninguna vergüenza dice que los que más tienen más paguen, cuando él, como buen empresario financiero, ha evadido los impuestos que tenía que pagar. Siempre habla de que empezó a trabajar a los 14 años y que con su duro esfuerzo llegó a ser el banquero exitoso, pero nuca nos dijo que sin pagar impuestos y estafando a la sociedad. ¿Cómo una persona así puede pretender tener una voz confiable y hablar de honestidad? Solo en el mundo éticamente devastado por la ganancia capitalista y más aún por la del capital financiero-usurero.

Esta historia de saqueo no es nueva, es vieja, conocida y encubierta por leyes, por pactos, por omisiones intencionales. El Estado no es otra cosa que esa institución pervertida que garantiza el permanente y sistemático robo a la riqueza social, y los gobiernos los grupos que ejecutan ese robo en complicidad con las empresas corruptas.

La pregunta es obvia: ¿Quiénes realmente son los criminales?