¿Qué tengo que deconstruir? ¿Cómo hago para desmontar ese inmenso edificio que es mi memoria? Los modelos de vida que me mostraron, los cuales algunos elegí, otros negué y otros omití, no son con los que quiero vivir. Siento y veo otras formas que no corresponden con esas normas de vida.

Desde muy pequeña, caminaba por la huerta que sembraba mi madre para que tengamos hortalizas frescas, iba a jugar a la hamaca que estaba colgada del nogal o aprovechaba cuando le llevaba la comida a las gallinas para imaginar que estaba en otro mundo. Todos los espacios libres que tenía o que buscaba eran para contarme cuentos de otros mundos. Nunca coincidía la forma de vida que llevaba con lo que yo quería. Un día, a los siete años, tuve una experiencia importante, fue como un shock donde me pare en el patio de esa casa y me dije a mi misma: ¿Qué me está pasando? esto no está bien, esto no es la realidad, tengo que dejar de hacer esto, no me puedo contar más cuentos o inventar historias.  En ese momento, en una irrupción de otro nivel de conciencia, me di cuenta -siendo tan pequeña- de que hacía algo que me gustaba, pero que sospechaba “que no estaba bien para los otros”. Dejé de contar historias durante tres días, pero, luego, volví a contármelas porque era la única manera que tenía -ensoñando- de poder vivir con otro modelo dentro mío. Quería otro mundo, imaginaba y armaba otro modo de estar en él.

Ya de adolescente, me decía: “Siento que me estafaron, las cosas no son cómo me las enseñaron”. Lo que me enseñaron en el colegio, en mi casa, lo que me fue dado, lo que me mostraron e inculcaron de la vida está hecho desde una forma, una creencia. Tal vez ese lugar no era el mío, sino el de otros, ensoñaba que quería viajar, quería conocer. Ensoñaba con irme a vivir sola, armar mi vida, viajar por el mundo, nunca me vi haciendo lo que otros esperaban o suponían de mí. Tenía sueños que compensaban las situaciones cotidianas que experimentaba, contándome historias a mí misma, no me gustaba el tipo de vida que tenía que vivir, la pasaba muy mal. En soledad con mis cuentos, mis historias, no sabía por qué, pero la desazón era inmensa. Hacía lo que tenía que hacer, lo que era “normal” para todas nosotras, pero sentía que eso no era lo mío, como si imitara o copiara, porque lo que yo quería no era claro, pero tampoco posible. Yo era rara.

Ante toda esta experiencia, sigo existiendo entre contradicciones, modelos de conducta que me generan sufrimiento, violencia de género, malos entendidos y me pregunto: ¿Por dónde empiezo? En ese momento, aparecen las palabritas mágicas que todos pronuncian y repiten incansablemente: “hay que deconstruir esos modelos”.

¿Qué es deconstruir? ¿Sacar ladrillos de una pared? ¿Demoler un edificio?

La deconstrucción viene siendo una temática de la literatura y la filosofía europea y patriarcal cuyos argumentos intentan invertir las categorías filosóficas tradicionales binarias y desmontarlas. “Ellos” me dicen lo que tengo que hacer de acuerdo a sus valores y modelos, pero yo creo que -previamente- hay que descolonizar el género. Desde mi concepción, esta idea nos permite salir del armado de la civilización patriarcal eurocéntrica, la cual impone que el género, la etnia, la clase u orientación sexual, como otras categorías sociales, que lejos de ser “naturales” o “biológicas”, son construidas y están interrelacionadas.

Según algunxs filósofxs que estudian el género, lo femenino entonces también necesita un cambio de enfoque, ya que muchas mujeres no se identifican con lo femenino y construyen sus identidades de otra manera.  Yo tampoco sé que es lo femenino, tengo grabado lo femenino cómo lo que me lo enseñaron: ¿Qué es lo femenino para la civilización patriarcal? Ser calladas, sumisas, hablar cuando nos dan permiso, no gritar, que no discutamos, que no hagamos intervenciones en temas que son de varones, vestirnos y peinarnos adecuadamente para la ocasión, no provocar, etcétera.

No solamente lo femenino está vinculado con comportamientos y formas de ser, sino que también, históricamente, se nos han asignado actividades laborales naturalizadas por el sistema. Entre ellas, los polirrubros de ser ama de casa o ama de llaves, especialmente. A nosotras se nos trata desde estos modelos. El jefe pide lo mismo que el marido. Pero yo tengo un uniforme diferente para la casa y para el trabajo. ¿A qué me refiero con actividades naturalizadas? Que son así y no se pueden cambiar, que así es la vida y te jodes si queres otra cosa. Cuando me doy cuenta que no es así, comienzo a interpelar todo.

Hace 10.000 años que se cree que los roles de las mujeres son esos, estos comportamientos ya los describí en otro artículo¹. Con correr del tiempo, estos roles que aprendimos en nuestro entorno y ámbitos donde crecimos, fueron cambiando, pero nosotras seguimos haciendo las cosas como las aprendimos en nuestros paisajes de niña, en nuestros paisajes de formación². Con paisaje de formación me refiero al entorno donde crecimos, con valores y modelos de una época, con creencias y tradiciones que nos impusieron. Estos nos generan un sinfín de sufrimientos y contradicciones, donde lo que queremos, deseamos y pensamos para nosotras no lo podemos hacer porque el patriarcado te pega o te mata. Por nombrar la violencia de género más grave que se siente en el cuerpo ya que el degradé de estas situaciones hacia nosotras es infinito.

Aquí viene el gran reto: ¿Cómo desenmascaro eso “natural” y me doy cuenta que está intencionalmente construido con violencia? ¿Cómo modifico esto en mi cuerpo, en mi emoción, en mi pensamiento?

A partir de allí, tengo que comenzar a sustituir ese paisaje en el que me formé por otro donde el sufrimiento y la contradicción sean superados, donde le dé una dirección querida a mi existencia y comience a diseñar una nueva; solidaria, no-violenta, compasiva, eligiendo qué valores y modelos de vida quiero, con formas de relación horizontales y sin jerarquías. Ir liberándonos de esos modos heredados e intentar desarrollar lo imposible. Hay un nuevo acercamiento entre mujeres donde vamos intercambiando y dialogando acerca de estas conductas y modelos. Entre todas y con las nuevas generaciones hay una interpelación permanente acerca de lo que queremos modificar. Desde allí se vislumbran nuevas formas que mientras las discutimos también las vamos construyendo. ¿Cómo lo estamos haciendo? Desde juntarnos entre tres a contarnos y compartir hasta encuentros grupales, con movimientos sociales, políticos, asambleas, conversatorios, miles de formas, variadas, heterogéneas y donde prevalece la horizontalidad, sin jerarquías, ninguna le dice a la otra lo que tiene que hacer, nadie de nosotras tiene el modelo, así que lo vamos aprendiendo mientras nos encontramos, dialogando. Porque lo colectivo mejora lo individual.

Esta es la primera forma que intencionamos: “Estamos desarmando entre nosotras las enemistades que el patriarcado construyó durante siglos”.


¹ La naturalización del trabajo de las mujeres después de cuatro décadas (pressenza.com)
² Bibliografía: Silo, Obras Completas, vol. II,  pág. 128, Argentina: Ediciones Magenta. Ammann, L.A, Autoliberación, pág. 193, Argentina: Editorial Altamira.