La propiedad privada vino a reemplazar a la propiedad colectiva, aquella que disfrutaban nuestros ancestros en los remotos pero gloriosos tiempos de su vida de cazadores-recolectores, aquella sociedad comunista en donde no existía la noción de propiedad, pues incluso los hijos eran de la comunidad, es decir propiedad de nadie.

En los albores de la humanidad se vivía el día a día, no había posibilidad de conservar alimentos, y la caza era furtiva, por lo que había que seguir a los animales hacia donde ellos migraran. La recolección de frutos también era variable porque dependía de la estacionalidad. Los cursos de agua, más estables, tendían a atraer a estas comunidades por el evidente recurso hídrico para su sustento.

La vida por tanto era nómade, estableciéndose en ciertos lugares por tiempos limitados, migrando muchas veces por razones climáticas hacia donde hubiera mayor abundancia de alimentos cárneos y arbóreos.

Indudablemente en esas condiciones era muy difícil que alguien fuera dueño de algo, y el fruto de la caza y la recolección era repartido entre todos para su sustento. Era una vida comunitaria en donde el concepto de familia no existía porque había que vivir en comunidades extendidas para sobrevivir. Como decía, los hijos eran criados como parte de la comunidad, ya que la paternidad no se podía establecer con claridad ni certeza, pues las mujeres se apareaban con varios miembros de la comunidad y por lo tanto no existía el concepto de pareja que tenemos hoy en día. Es decir, en términos simples en dichas comunidades todo se compartía y nadie era dueño de nada. Eran sociedades más bien matriarcales, y por cierto no había ni machismo ni feminicidios.

Por razones que no están claramente establecidas, estas comunidades se hicieron sedentarias. Tal vez se dieron cuenta que era difícil seguir el ritmo de vida nómade huyendo de las bestias salvajes con niños o ancianos a cuestas, y tal vez porque comprendieron que era mejor domesticar y reproducir los animales en vez de andar a la caza de ellos en condiciones tan azarosas, y que de la misma manera era bueno cultivar especies de hortalizas y frutales y cosechar una gran cantidad en la siguiente temporada. Sin duda había mayor conocimiento también de las estaciones, y con ello de las lluvias y las estaciones secas. Sea cuales fueran las razones que sirvieron de base para este cambio cultural de nómade a sedentario, algunos autores sostienen que fue un error histórico de proporciones porque se pasó de una vida de bastante libertad, con muy pocotrabajo, a una vida de subyugación que lo hizo mucho más dependiente de un regimen laboral sacrificado. Y con ello las modificaciones en la estructura social que veremos a continuación.

El modo de vida sedentario abrió la posibilidad de cultivar la tierra, la cual obviamente tenía que hacerse en un predio, en un terreno con tierra relativamente fértil para lograr una cosecha apropiada. Ahora bien, el terreno puede ser comunitario, pero era relativamente difícil repartir las funciones y decidir el tipo de cultivos, además de que los terrenos eran más bien limitados en términos de extensión y obviamente no podían trabajar todos en el mismo, por tanto, se fueron parcelando las tierras, las cuales empezaron a tener nombre, es decir propietario (s). La comunidad humana hubo de fragmentarse también por razones operativas, por lo que se conformaron clanes familiares de un tamaño más reducido, los cuales eran propietarios de las tierras. Aquí nació el sentido de propiedad que conformaba límites infranqueables frente a otros clanes y que establecía dominio sobre los terrenos. El producto de su cosecha no era ya tan compartible como los bienes de la caza y la recolección, sino que más bien intercambiable en una suerte de trueque. Así comenzaron las disputas por el mejor terreno. El trabajo era agotador, por lo que prontamente comenzaron a ver alternativas para hacer el trabajo más liviano y la producción mayor. Como había guerras con otras comunidades extranjeras en donde hubo posibilidades de rehenes, se puso a trabajar a éstos en una suerte de esclavitud en sus terrenos. Nació así la esclavitud humana, esclavos que posteriormente hubieron de conseguir en otras tierras lejanas en donde había otros habitantes dignos de esclavizar. Así se trabajaba menos y se producía más. El hombre de entonces no tuvo cabal conciencia de que esto daría lugar a milenios de luchas intestinas entre trabajadores y propietarios, con intereses contrapuestos por el valor del trabajo. Esto fue así porque posteriormente no fueron solamente esclavos los trabajadores de la tierra, sino personas de otros clanes que no tenían la misma capacidad empresarial y solamente podían trabajar la tierra. Así comenzó luego partiendo de aquí mismo la estratificación social en donde había propietarios, empleados y esclavos. Los primeros a su vez generaron la casta militar y sacerdotal futura. La suerte de la humanidad estaba echada. Nunca más hubo la igualdad que existía en las comunidades primitivas.

Posteriormente, con el sentido de propiedad en la cabeza, con recursos materiales producto de la propiedad agrícola, el propietario se sintió grande y poderoso, sentimientos que trasladó al interior de su clan familiar. Si se hizo propietario de sus animales, también podía hacerse propietario de su mujer y de los hijos que ella pariera. Ya la mujer no era comunitaria como en las sociedades primitivas, y a instancias de la misma mujer estos clanes familiares se fueron hicieron cada vez más pequeños y circunscritos a relaciones sanguíneas. Pero esta estructura favoreció el sentido de dominio del macho sobre la hembra y ésta quedó confinada a segundo plano destinada a la reproducción y la crianza de los niños perdiendo incluso los derechos de herencia que dejaron como beneficiario al primogénito varón. Se instaló así el patriarcado machista que subsiste hasta nuestros días. El sentido de propiedad comenzó así a ejercer su influencia nefasta sobre las mujeres y sobre otros hombres.

Mientras más degradaba a la mujer, más el hombre la comenzó a sentirse su dueño y a conculcarle todos los derechos que ella legítimamente poseía, dominándola, subyugándola y en caso de infidelidad o de traición, sencillamente matándola. Comenzó así la larga y triste historia del feminicidio.

Producto de lo mismo, a medida que el hombre se enriqueció producto de sus propiedades y sus negocios, comenzó a endiosarse, a creerse dueño de la Naturaleza y del Universo, lo que fue respaldado por la mítica creencia de que el destino de las personas era otorgado por Dios, y que algunos habían nacido para reyes, para militares, para sacerdotes y también para campesinos y esclavos. Y como un príncipe era de un linaje otorgado por Dios, entonces era merecedor de grandes palacios. Lo mismo los grandes sacerdotes y jefes militares. En agradecimiento, y para rendir un tributo a Dios, le erigieron suntuosas catedrales. Todo para su gloria según ellos, y no para satisfacer el ego vanidoso de los hombres que los habitaban y oficiaban culto en ellos. Aquí fue que la humanidad equivocó para siempre su camino, y para conservar su estatus se embarcó en conquistas de nuevas tierras a sangre y fuego, combatiendo en todas las guerras que han sido la vergüenza de la historia.

La ambición humana no hacía más que crecer de la mano con las creencias religiosas de que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios, y que por tanto era el rey de la creación y el amo de la Naturaleza. Y mientras más crecía la creencia en el mito de la designación divina como líderes de una nación, más crecía su desprecio por la gente del pueblo.

Obnubilados por sus mitos y falsas creencias los líderes mundiales se consideraron merecedores de ser dueños del mundo, y como amos de la Naturaleza se dedicaron a expoliarla en forma inclemente, a sacrificar a todos sus animales en forma masiva, a sojuzgar a todos los pueblos originarios con una codicia voraz hasta llegar a la preocupante situación que enfrentamos hoy como especie, al borde de una guerra nuclear, con la extinción de la mayoría de las especies animales, con un nivel de contaminación galopante y con crisis sociales y políticas por doquier.

El camino que eligió el hombre fue ligarse a sus bienes y propiedades y no al cultivo del espíritu y las virtudes. Y así la humanidad entera hubo de pagar el precio de su ambición materialista. Al creerse dueño de las cosas el ser humano se esclavizó a la materia y nunca más pudo hacerse dueño de sí mismo y de su espíritu.

Si esta especie humana hubiera elegido compartir con sus pares todos sus bienes materiales en base al amor entre pares, se habría escrito otra historia para la humanidad, una historia basada en la fraternidad y la tolerancia y el desarrollo integral de todas las personas.