Escribo esperanzado pero alerta ante esta gigantesca oportunidad de Chile: hacer una Constitución con 100% de los convencionales electos y 50% de cada género.

Alerta porque la tensión del conflicto será la atmósfera de la Constituyente, ya que la lucha es condición permanente de la humanidad para su progreso social. Pero la gracia histórica, al hacer una Constitución, ha sido la de los pueblos que supieron resolver la tensión en el diálogo y no en la fractura.

Consciente de mis antiguos sectarismos, cuido que no repitamos la ceguera doctrinaria, ni el voluntarismo de cuando milité 22 apasionantes años en ese PC que fue el más leal a Allende e inclaudicable contra la Dictadura. Aunque no volvería a ser comunista, reviso sin anticomunismo mi experiencia, con orgullo y autocrítica por esos años, que ahora publiqué con ese título : “Mi Encandilamiento…” No quiero que actualmente, la pasión por cambiarlo todo pudiera descarrilarse por ese impositivismo político casi religioso, de diferentes grupos e independientes que no entienden que una Constitución democrática exige dialogar con los que no piensan como uno mismo. Temo al discurso de certezas que ilusiona con soberbia sobre un nuevo orden, convicciones enceguecidas, doctrinarismo impositivo. Eso lleva al atrincheramiento de suma cero que, con una derecha encastillada, transformaría este proceso constituyente en un fracaso.

La movilización del pueblo conquistó esta oportunidad y su escritura debe hacerse en la serenidad, sin enamorarnos hasta la ceguera de nuestras propias ideas, como me equivoqué yo mismo tantas veces. Hoy es peor porque los partidos conducen poco. Luchar por el fin a los abusos y los justos derechos no nos debe confinar en sectas cerradas. La Nueva Constitución debe ser el marco común que mandata profundos derechos que se concretarán por medio de la ley y los gobiernos que el pueblo elija. Pero una Nueva Constitución no es la Revolución.

Esperanzado de no repetir nuestras historias fallidas, me reconfortan los conclusiones antimaximalistas que en estos días escucho en los debates que hacemos ampliando el lanzamiento de mi libro “Mi encandilamiento Comunista”.(Amazon)

Hoy, todo es tan distinto y tan parecido. Me resuena mi ilusión de hace 50 años cuando creía que con el socialismo había visto la luz, el fin de la injusticia social, de los abusos y de la explotación de unos sobre otros. Y la luz me cegó. Me encandilé, como muchos jóvenes que, solidarios, sin sufrir problemas económicos, concluimos que con nuestra caridad católica, de buen colegio pagado, ayudábamos a los pobres pero no pondríamos fin a la pobreza como lo haría la revolución. Nos sumamos a ella con pasión. Queríamos incendiar la estructura de la sociedad pero no el centro de Santiago.

No escribo con anticomunismos de conversos, sino con buen recuerdo autocrítico mi experiencia en el PC. Enfrentamos orgullosos a la dictadura a pesar de la cárcel y la tortura. Pero así como con Allende, intentamos imponer nuestras ideas para gobernar y después pretendimos equivocadamente con voluntarismo , botar a Pinochet, con las armas, hoy varios grupos parecen querer imponer una Constitución a su pinta. Actualmente sin riesgo de estrategias armadas, pero sí de conductas que estancan el proceso de cambio. Algunos no quieren ceder nada, como yo no cedía con el programa del Presidente Allende, a pesar que el PC era el más flexible y no ultraizquierdista. Pero los de hoy ni siquiera creen en los partidos. Me animan los rechazos a discursos que prometen alcanzar el cielo con las manos.

Por eso escribí el libro de mi militancia por la justicia social esperanzado de mejorar la política y vencer al conservadurismo con acuerdos que concreten las justas exigencias del pueblo. Pero la Constitución no debe ser la Carta que le gusta a un solo sector. Eso es lo que hizo Pinochet. Las democracias tienen constituciones para que el pueblo elija las formas de gobierno que quiera en elecciones libres.

No pretendo enseñar sino mostrar en “Mi encandilamiento Comunista”, mi experiencia de sectarismo, de unilateralidad, de disciplina tribal ciega atávica en la humanidad, para que cada uno la intérprete en su contexto.

Quiero seguir radical para exigir derechos pero moderado en lo político. En la Nueva Constitución no se podrá escribir todo lo que queremos. Pero las constituciones que le dan el gusto a un solo sector son las de las Dictaduras. Una Constitución debe ser la Carta de todos y no la doctrina de algunos. El diálogo no niega el conflicto. El sentido de comunidad y justicia social, debe ser la estrella polar que guíe la escritura de la Constitución. El sectarismo, en vez de construir comunidad aumenta la división, el desprecio clasista, la ceguera, la autocomplacencia, las barreras, la violencia y no consigue el cambio.