Por Cristina Chacón Ramos

Confinar implica que todo se detenga, que tu rutina cambie, que todo lo que hacías antes varíe en su forma de llevarse a cabo. El 2020 ha tratado de esto. Y lo que llevamos del deseado 2021 va por el mismo rumbo. Porque parece que, si no te toca de cerca o si no lo vives en primera línea, es un cuento de ciencia ficción. Pero nada más lejos de la realidad. Ha obligado a que las personas se detuvieran, reordenasen sus prioridades, echasen de menos aquello que pensaron que nunca añorarían: los abrazos. Se acostumbraron a que todo fuese más despacio que antes.

Para la mayoría de las personas esto supone un cambio sin precedentes. Para otras, no es nada nuevo. Si tienes una discapacidad, todo eso mencionado anteriormente tampoco es nada extraño. Incluso parece que la sociedad empieza a evolucionar, aunque aún no se sepa muy bien en qué dirección va.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que en el mundo hay más de cien mil personas ─cifra que irá aumentado debido a la tasa de envejecimiento, entre otras razones─ que conviven con alguna discapacidad o un motivo por el cual su ser funciona distinto a lo considerado socialmente como normal. Para este colectivo, el día a día también se ha transformado durante la pandemia. Quizás menos, pero sí. El café ya no sabe cómo cuando se tomaba en una terraza charlando con un amigo, tiene otro sabor. Lo mismo pasa cuando vas al supermercado o a la farmacia. Pero puede que donde más se note sea en la distancia social. El contacto cercano, el tú a tú. Aunque para muchos, en el primer mundo, las redes sociales, las videollamadas, y la mensajería instantánea rompieron las barreras de la comunicación, para bien, hace ya unos pocos años.

El contacto con los demás es importante pero la autonomía de cada uno lo es, quizás, todavía más. El hecho de ir a dar un paseo o en bus, por ejemplo, se ha paralizado durante un largo rato y esta vez no es por su situación vital sino porque el mundo ha dicho: hay que pararse.

Uno de los ámbitos donde más se ha notado el confinamiento es en los centros residenciales o de promoción de la autonomía personal (también en los destinados a personas mayores) donde, al principio todo fue un caos, miedo y mucha incertidumbre; donde se han vivido días que parecían no tener fin. Rostros con ojeras que al mismo tiempo esbozaban una media sonrisa a modo de ─“tranquilos, no sabemos cuándo pero esto pasará”. Readaptándose a una realidad socio-sanitaria desconocida en todos los sentidos.

Vamos por la tercera ola y esto todavía no ha terminado pero la vacuna da una pequeña esperanza a que ese café en el bar pronto volverá, aunque no se nos olviden todas aquellas vidas que se han perdido, pero nunca dejarán de estar para muchos.

Las personas con discapacidad ya vivíamos confinados en una silla de ruedas, o a un bastón blanco antes del 2020 pero teníamos nuestros espacios y respiros. Ahora estamos metidos en otro confinamiento perimetral como si de un espiral se tratase, por eso el aire libre de las calles es un anhelo muy profundo. Mientras no llega ese momento de liberación mi testimonio será el de aquellos que conviven en las residencias con esa esperanza.

 

Cristina Chacón Ramos es graduada en Periodismo por la Universidad de Valladolid

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