Por Aurora Bilbao Soto*

 

La Era Nuclear nació bajo la presión político-militar para hallar un “medio” de producir la mayor capacidad de dolor, sufrimiento y destrucción con el mínimo esfuerzo (una única bomba). Esto la convierte en el paradigma de una destrucción sin precedentes, de la depravación humana más miserable, de la irresponsabilidad más egoísta y devastadora para la propia especie y para las demás, de una arrogancia sin límites …

 

A lo largo de todos estos años de historia nuclear, se han oído las voces de miembros sin conciencia de la comunidad científica, políticos y militares, pero también  se han oído voces de compromiso con la Humanidad. Es importante recordarlos y poner un altavoz a sus palabras para que su labor no sea silenciada por el “orden establecido”.

Leó Szilárd y Eugene Wigner fueron los autores de una carta dirigida al presidente Roosevelt en 1939 en la que le mostraban su preocupación por el proyecto nuclear de Hittler para conseguir una nueva bomba, cuya potencia y alcance iba a hacer posible ganar la guerra sin “dificultades”. Esta carta también la endorsó Albert Einstein y en ella solicitaban apoyo para que EE.UU. iniciara su propio programa nuclear. Fueron tan convincentes que en 1942 se puso en marcha el proyecto Manhattan. Ningún proyecto de “ciencia” obtuvo jamás un apoyo económico y humano tan importante. Daba comienzo la era nuclear.

Que las armas nucleares son una amenaza para la supervivencia de la Humanidad, se hizo evidente ya desde el año 1945 con el bombardeo de las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki.

El primer ensayo para probar las “bondades” de las armas nucleares se realizó “con éxito” en julio de 1945 en EE.UU..

No habían  pasado ni tres semanas cuando la población de Hiroshima se vio sorprendida por algo a lo que jamás se había enfrentado un ser humano antes.

La detonación de la primera bomba atómica causó: 118.661 muertos y 78.000 heridos, en una población de 350.000 habitantes y muchos de los supervivientes conservaron la vida, pero no escaparon al horror de sus consecuencias a largo plazo. En un intento de humanizar algo que es absolutamente inhumano, pusieron nombre a esta bomba, “Little Boy” (niño pequeño, pequeñín …), una perversión más del lenguaje.

Desde entonces, la carrera nuclear entró en una espiral de locura que llegó a alcanzar la cifra de 70.000 cabezas nucleares a mediados de los 80.

Inventarios mundiales estimados de ojivas nucleares 1945-2020. (Federation of Amerincan Scientists)

Tratado a tratado, golpe a golpe, como dijera Machado, fue necesaria mucha labor de pasillo para reducir esta cifra y entrar en el siglo XXI con 15.000 cabezas nucleares. Demasiadas, no debería haber ninguna …

No es solo la cifra la que nos asusta a muchos, sino en manos de quien están, líderes megalómanos, autoritarios, y algunos de ellos, de países muy inestables política y socialmente.

La posibilidad de una guerra nuclear no es una fantasía que hayamos fabulado los que queremos que las armas nucleares desaparezcan del planeta. Ni mucho menos es una utopía pensar que podemos acabar con ellas, de hecho, – la utopía sería pensar que podemos coexistir con las armas nucleares -, como decía el profesor Bernard Lown, cofundador de la IPPNW  (Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear) premio Nobel de la Paz 1985.

Bertrand Russell, unos días después de la primera utilización de armas nucleares sobre población civil, ya lo advertía – La perspectiva de la raza humana se ha oscurecido más allá de cualquier precedente. La humanidad se enfrenta a una clara alternativa: O bien morimos todos o bien adquirimos un ligero grado de sentido común. Un nuevo pensamiento político será necesario si se quiere evitar el desastre final-

Józef Rotblat, a quien tuve el honor de conocer, fue uno de los prestigiosos científicos que se vieron obligados a huir del nazismo de Hittler y refugiarse en los EE. UU… Junto con varios de sus compañeros científicos, formó parte del Proyecto Manhattan, del que salieron las bombas de Hiroshima y Nagasaki entre otras, hasta que su conciencia le llevó a abandonarlo en 1944. Fue el único en hacerlo en aquel momento. Cuando yo hablé con él, ya era un anciano venerable y afable, que transmitía paz, esa misma paz que había logrado al descabalgarse de tan descabellada e infame locura.

Albert Einstein no fue ajeno a lo que empezaban a significar las amas nucleares y la carrera que se había desencadenado para alcanzar la supremacía nuclear. Así, junto a Russell y Rotblat denunciaron lo que suponía, de hecho ya, la mera existencia de las armas nucleares. Así lo plasmaron en un importante documento que pretendía hacer reflexionar a los hombres de ciencia y a dirigentes políticos.

El manifiesto Russell-Einstein fue firmado en 1955 por científicos e intelectuales con mucha carga moral, ética y científica y de compromiso con la Humanidad.

Pedían el desarme nuclear. Esta frase resumiría el espíritu del manifiesto:

“Recordad vuestra humanidad y olvidad el resto”.

Feb de 1961. Bertrand Russell lidera marcha anFeb de 1961. Bertrand Russell lidera marcha antinuclear en Londres. Foto Tony French (CC3)

El manifiesto alentaba a trabajar para evitar la proliferación nuclear y pedían a los líderes mundiales que dirimieran sus conflictos por la vía pacífica, contribuyendo a encontrar soluciones que evitaran un nuevo Hiroshima.

Fueron muchas las personas, organizaciones, revistas y publicaciones científicas las que se pusieron del lado del desarme  nuclear, alertando de los peligros que amenazaban a la población mundial, asumiendo una clara misión, la de conseguir un mundo libre de armas nucleares.

Mencionaré algunos de los que han inspirado mi dedicación a la prevención de la guerra nuclear.

En 1947 fue publicado por primera vez el Bulletin of the Atomic Scientists, por miembros del Manhattan Project.   Es una publicación académica dirigida al público en general dedicada a temas relacionados con la supervivencia y el desarrollo de la humanidad ​ frente a las amenazas de las armas nucleares, armas de destrucción masiva, el cambio climático, ​ las tecnologías emergentes ​ y enfermedades.

En la portada de su primer número apareció un reloj simbólico, metafórico, el reloj del juicio final, que no pretendía medir el paso del tiempo, sino medir el que le queda a la Humanidad antes de su desaparición.

Un comité de expertos analiza cada año la situación del Planeta y sus habitantes y mueven las agujas de este reloj según la situación del mundo en ese momento, es decir, lo cerca o lejos que estamos de la destrucción total

Evolución del reloj desde 1947 hasta 2020

El reloj ha ido reflejando los momentos mejores y peores, dejando evidencia de que las situaciones de tensión y falta de acuerdo aproximan la manecilla del reloj hacia la medianoche.

Por el contrario, momentos de distensión y pactos por el desarme hicieron que el reloj atrasara la hora del holocausto-

Y, ¿cómo estamos hoy?

A juicio de los expertos y según los últimos datos sobre la situación mundial, estamos a 100 segundos de la medianoche.

Solo durante la Crisis de los misiles de Cuba y la explosión de la 1ª bomba H nos acercamos tanto a la medianoche. Cuando cambiaron la hora del reloj, no había aparecido aún el coronavirus y sus dramáticas consecuencias. Es de suponer que esta amenaza para la salud y la economía mundial nos ponga en una situación aún más comprometida si cabe.

A la línea marcada por este boletín, en el que participaron y participan prestigiosos científicos e intelectuales para reconducir a la ciencia y al pensamiento por el sendero de la cordura y del “progreso humano”, fueron sumándose otras iniciativas.

En 1955 surgió Movimiento Pugwash de Científicos por la Paz, a partir del Manifiesto de Albert Einstein y Bertrand Russell  y liderado por Józef Rotblat. Creado en plena guerra fría, su objetivo era: analizar, entre hombres de ciencia y universitarios del Este y del Oeste, los peligros que las armas de destrucción masiva representan para la humanidad, el desarme, la colaboración científica internacional y la ayuda a los países en desarrollo.

Józef Rotblat recibió el Premio Nobel de la Paz en 1995, cuarenta años después en reconocimiento a su labor y la de sus colegas.


Profesora jubilada de la UPV/EHU. Miembro de la IPPNW, colaboradora de ICAN