CUENTO

 

 

 

Por Maxi Elegido
Noviembre de 2020

 

A Tania, que me transmitió su gran cariño por México

 

Se me hace extraño caminar con mascarilla por la plaza del Zócalo de Ciudad de México en el Día de Muertos. Es raro que haya bastante espacio entre nosotros y que la algarabía se mezcle con silencios intermitentes, en este lugar siempre bullicioso. Este espacio enorme invita a mirar en todas direcciones, aunque debe su nombre a un proyecto inacabado.

Una calavera danzante, con la boca tapada, pasa empujándome a un lado mientras continúa correteando entre la gente.

En ese momento, de repente, recordé ese gran bazar peculiar en el que se convierte el barrio de Tepito en los días feriados, lleno de rincones variopintos, donde incluso hay un templito a la Santa Muerte, no cabe un alfiler y avanzas con dificultades entre personas «sólidas». Nadie se ablanda y sientes fragilidad pensando que en este lugar no existe la depresión. Todos tienen una imagen clara de lo que quieren conseguir, todos tienen su proyecto. También recordé el mercado de Sonora: entre olores de tantas hierbas medicinales, te hacen una «limpia» de todas las tensiones que acumulas en el transcurrir. Y vi la plaza Garibaldi, a la que acudes después de un golpe vital que trunca tus expectativas, donde los mariachis facilitan el llanto, y el «toque eléctrico» te levanta el ánimo … o te colapsa.

¡Qué pueblo, donde conviven simultáneamente proyectos, fracasos y nuevos comienzos! Es viejo y joven a la vez; mercados y plazas están cerca unas de otras, pero sin apenas mezclarse. Puede parecer algo ingenuo o de vaga memoria, pero es desde ese espacio vacío en el que cabe un futuro nuevo, de donde saca su fuerza.

He ido angulándome hacia un lado de la plaza y tengo la perspectiva de poder ver los grandes poderes religiosos, políticos y económicos representados en el Zócalo, aunque observando a la gente siento ahora a esos supuestos poderes como gigantes con pies de barro.

Veo a una joven de unos treinta años sentada en un banco; no tiene disfraz y no parece esperar nada, aunque su postura erguida desentona con su neutralidad. Me siento a su lado respetando la distancia y comienzo una plática que es de las más impactantes que he tenido.

Si bien su serenidad es lo que me atrajo, voy descubriendo su belleza sin igual, más basada en su gracia que en los cánones a la moda, y que he visto en ocasiones en estas tierras latinoamericanas. Sus rasgos son marcados, firmes pero armónicos, y de la misma manera transcurrió su cálida charla.

«Hola, qué hubo», le digo. Ella gira levemente la cabeza, me mira con curiosidad y se detiene en mi mirada que sostengo lo más calmadamente que puedo. Tras un rato, mira de nuevo a la plaza y desarrolla el siguiente monólogo:

«He venido aquí en este día porque andaba confusa y desorientada, y quería conectar con mis muertos para intentar tomar decisiones.

Ya hace más de 10 años se puso difícil la chamba, sin trabajo, a veces haciendo encuestas de marketing o vendiendo tacos en alguna feria, pero nada que me permitiera lanzar proyectos.

Pasados unos años sopesé el emigrar al norte y llamé a mi primo, que me desalentó al contarme las dificultades para conseguir papeles y salir de los trabajos de miseria.

Deseché estudiar empresariales o buscar un marido con recursos, pues era como vender mi alma al diablo y solo pensarlo me angustiaba.

Luego dijeron que estábamos recuperando la economía, pero no sé quiénes se estaban recuperando, pues con mis amigos estamos igual…

Y finalmente llegó el bardo este del virus, una «pausa» de futuro incierto, donde varios cercanos han muerto y muchos que lo han tenido siguen con fatigas y demás. Ahora dicen que las mujeres y los jóvenes deberemos esperar diez años más para poder empezar a estar bien.

Muchos de mis amigos y familiares están en la misma onda, alentándome en esa dirección, que puedo resumir en un ísálvese quien pueda! pero que parece más un «cada uno a lo suyo». Puede imaginar cómo me sentía, anudada por todos lados, cada vez más detenida.

En esas andaba viendo qué hacer, rondando a la Santa Muerte, y si me dejaba llevar por ella …

Entiéndame bien, lo importante no es tanto que antes de que acabe una crisis me veo sumergida en otra. Lo que comprendí es que así no quiero seguir, de tropiezo en tropiezo sin preguntarme hacia dónde voy … mejor asumir mi fracaso que continuar huyendo.

Entonces, amigo, prosiguió tras una pausa, de repente una puerta se abrió y un silencio creció en mi interior destaponándome. Algo en mí se aligeró y una neblina permanente, que no suelo ver, se difuminó.

Me vi como desde afuera, sentada en el banco reflexionando sobre qué hacer con mi vida. Estaba rodeada de personas, pero lo extraño es que no me sentía como me suelo sentir o cómo se supone que debo sentirme con estas consideraciones. Estaba neutra, muy neutra, y conectada con las personas. Como si una gran tela de araña uniera cada movimiento y cada uno repercutiera en toda la red.

Entonces recordé que, de pequeñita, cuando me pregunté por primera vez sobre la muerte pensé en lo que quería ser de mayor, qué quería hacer con mi vida antes de morir.

Y volví a extrañarme de cómo podía estar tan calma con estos pensamientos.

No me reconozco, no me siento yo como me siento habitualmente, algo se contrajo en mi interior y me asusté. El susto formó de nuevo la neblina. No lo entiendo, pues me parecía muy bien esa forma de estar, muy despierta diría.

Volví a mi ser y usted se sentó en el banco», dijo volviendo a mirarme.

«[He decidido!», afirmó. «Vaya iniciar un camino que me hará mucho más feliz. Creo que voy a ir a la universidad Claustro de Sor Juana, donde tengo buenos amigos que me dicen que es un buen lugar para estudiar Humanidades -y añadió, esbozando una sonrisa- y Gastronomía … es tiempo de hacer un buen guiso con mi vida».

Antes de que se levantara alcancé a decirle que hace 26 años estuve en un foro humanista en ese claustro, teniendo una experiencia muy enriquecedora. Un brillo en sus ojos me indicó que algo le había encajado.

Mientras ella caminaba decidida sorteando a los viandantes, quedé sorprendido con la resonancia que hubo en ese banco; si había sintonizado a ese nivel con alguien con diferentes vivencias, edad, sexo y cultura, me parece que debe haber muchas personas buscando esas puertas que abren verdaderamente el futuro.