Por Gabriel Fernández *

Las dudas y las polémicas resultaron lógicas, más allá de los medios que resolvieron eliminar toda inquietud de fraude. En las últimas horas se comprobó que con apenas 43.000 votos más en tres Estados, Donald Trump podría haber ganado.

Esos votantes, distribuidos entre Arizona, Georgia y Wisconsin, configuran la exigua diferencia que está impidiendo la re elección del actual presidente estadounidense. Una diferencia de tres décimas y 10.457 votos facilitó la victoria demócrata en Arizona; una de dos décimas y 11.779 papeletas en Georgia; y siete décimas y 20.682 sufragios devolvieron Wisconsin al partido de Biden.

El litigio persiste hasta ahora. Sobre 239 millones de electores este año participaron unos 158 millones, lo cual es elevado para la estrecha democracia norteamericana: la asistencia resultó del 66%, la más alta en 120 años.

Certificados los resultados por territorio y plasmados ante el Colegio Electoral, es posible indicar que si los números fueron inversos los medios estarían hablando de un empate técnico. En estos momentos, siguen descalificando todo intento de revisión.

Ahora bien, esto no significa que Biden careciera de respaldo. De hecho, obtuvo una ventaja general de siete millones de votos. Logró 81,2 millones (que representan un 51,3%), frente a los 74,2 millones de Trump (46,8%).

Sin embargo, el esquema indirecto norteamericano –preparado para amañar los guarismos cuando resulte pertinente- jamás se movió en base al sufragio directo. En este caso, casi sale el tiro por la culata.

Quienes decidieron censurar los interrogantes acerca de la transparencia de los comicios, deberían indicar ahora que algún indicio existía. Tras esta elección, resulta claro que los Estados Unidos están sometidos a la voluntad de un gran elector universal y que toda objeción será descartada.

* Director La Señal Medios