RELATO

 

 

 

 

Lo veo feliz junto a sus compañeros. Le gusta el colegio, jugar al «pilla pilla», al escondite… Soy su profesora y lo observo durante el almuerzo. Sus compañeros exhiben sus tarteras con filetes empanados, exuberantes croquetas, albóndigas con tomate, patatas fritas picantes.

«¿Siempre comes arroz hervido?», le pregunta alguien sin maldad.

«Mamá dice que en casa somos intolerantes a la comida y que el arroz nos sienta bien», responde sin dejar de observar las tarteras.

Yo le acaricio el pelo con dulzura, y anhelo el día en el que todos seamos intolerantes a la pobreza.

 

© Miguel Ángel Gayo Sánchez