Luego de una campaña intensa y cargada de emociones, viene el golpe de realidad.

El 25 de octubre pasado, más de 7 millones y medio de chilenos acudieron a las urnas para decidir entre la continuidad del sistema político-constitucional actual o un cambio en las reglas del juego. El cambio ganó con casi un 80 por ciento de aprobación, legitimando las exigencias de una sociedad en pie de lucha, cansada de los abusos del neoliberalismo crudo y duro implantado en Chile desde el golpe de Estado perpetrado por el general Pinochet y respaldado con dinero y logística por Estados Unidos. Esta victoria del movimiento de protesta, gatillado por los estudiantes secundarios en octubre del año pasado, ha abierto una ruta de esperanza, pero también de fuertes desafíos.

Uno de los primeros obstáculos a vencer es esa sensación de victoria rotunda que podría transformarse en una peligrosa actitud de triunfalismo en algunos sectores de la ciudadanía. La voluntad de redactar una nueva Constitución y, para ello, conformar una asambles ciudadana relativamente independiente de las estructuras políticas actuales, las cuales han perdido una buena cuota de credibilidad durante los años recientes, exigirá una enorme cuota de madurez y reflexión en la ciudadanía.

Las dificultades naturales de consolidar una plataforma inclusiva, representativa y claramente democrática, así como puede ser un ejemplo de civismo para el mundo, también se puede convertir en una trampa de recelos, rivalidades y ruptura de consensos. Lo más importante, en el inicio de la nueva etapa de cambios, será conservar la sensatez y abrir los caminos a un debate de altura entre los protagonistas de esta oportunidad histórica. Así como los políticos tradicionales han de ceder espacios a representantes de la ciudadanía organizada, también la sociedad habrá de aceptar la importancia de contar con la experiencia de políticos conocedores de los entresijos de la administración del Estado y, de paso, observar el correcto desarrollo del proceso.

Chile comienza un camino plagado de desafíos; aun cuando el plebiscito demostró a las claras que el pueblo está cansado de las falsedades y abusos de un sistema impuesto para favorecer a un pequeño puñado de familias enriquecidas a fuerza de privilegios y corrupción, llegar a los acuerdos necesarios para preservar los espacios ganados no será fácil en un engranaje diseñado con trampas y compartimentos estancos. Son muchas décadas de frustraciones como para restañar, de la noche a la mañana, esas heridas profundas a una democracia funcional y consolidada.

En el proceso será indispensable incluir las voces de la generación que puso sus ojos, su energía y su valor en la vanguardia callejera; esa juventud, sin retroceder ni un paso, hizo de la plaza de la Dignidad un símbolo mundial de protesta legítima. Esa generación de jóvenes –adolescentes, muchos de ellos- expusieron, sin espacio para interpretaciones arbitrarias, una exigencia por un cambio profundo que les garantice un futuro de desarrollo y bienestar. Lucharon por la educación, lucharon por la salud, por el respeto a los pueblos originarios y por el derecho al agua. Lucharon por la vida y merecen un espacio en la toma de decisiones.

Chile ya vivió su jornada, ya triunfó la decisión por el cambio de la Constitución y se ha iniciado la cuenta regresiva del proceso. Lo que se logre en esa trayectoria dependerá de la madurez democrática de sus protagonistas y del respeto por la legitimidad de la diversidad de posturas que van a participar en esa plataforma de consensos. De su fortaleza cívica dependerá el resultado de este nuevo comienzo.