“Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores, tus valores se convierten en tu destino.”  Mahatma Gandhi

El destino de la humanidad es sin duda incierto. Nadie tiene una bola de cristal para adivinar el futuro ya que hay demasiadas variables en juego. De por sí el ser humano mismo es impredecible. Su conducta puede variar ostensiblemente dependiendo de los estímulos externos, de los problemas que le toque afrontar.

El ser humano se constituyó en la especie dominante de la Naturaleza gracias a su capacidad cognitiva y de lenguaje. El hecho de poder transmitir de una persona a otra y de generación en generación, mitos sobre Dios, el Estado y el Pueblo hizo que millones de individuos se organizaran en una comunidad humana con objetivos comunes.

Aunque a través de la ciencia y la tecnología hemos conseguido solventar algunos de las enfermedades que nos han afectado durante siglos, ser más eficientes en el manejo de los recursos y la información y movernos ágilmente de un lugar a otro debemos reconocer que no hemos podido manejar a la Naturaleza y sus embates, lo que nos obliga a tener la humildad de pensar que somos parte de la Naturaleza y no sus dueños.

El hecho de creernos los reyes de la creación nos hizo capaces de construir grandes obras, pero es precisamente eso lo que nos limita hoy y nos hace incapaces de asumir nuestro verdadero lugar en la tierra y desprendernos de esas mismas ideas sobre Dios y el sistema liberal capitalista que regula el orden mundial y que nos subyuga a un estilo de vida basada en un consumo irrefrenable. Además nos encontramos progresivamente en un mundo donde la tecnología solo está al alcance de unos pocos y lo será aún más en el futuro. En el futuro quizá estemos hablando de implantes que mejoren el rendimiento intelectual o psicomotriz de una persona sana con las repercusiones sociales que ello tendría, ya que habrían unos humanos de elite favorecidos con estos avances por el mero hecho de tener capacidad o apoyo económico para conseguirlo.

Podríamos llegar a hablar la misma lengua, formar parte de una misma nación, acabar con el hambre, pero jamás compartiremos los mismos valores porque la individualidad va atada a nuestra naturaleza.

El hombre ha tenido que adaptarse a condiciones cambiantes muy extremas en los últimos años. En efecto, el cambio climático viene golpeando al planeta hace solamente un par de décadas y en el último año una pandemia ha puesto en jaque nuestra habitual forma de vida y nuestras economías.

Lamentablemente estos fenómenos parecen estar produciendo un rebrote de los nacionalismos ante la desesperación por la falta de trabajo, la escasez de los recursos y la incertidumbre del futuro. Los países empobrecidos muchas veces presas de la corrupción están provocando ingentes procesos migratorios que el cambio climático tenderá agudizar hasta hacerse insostenible.

La conducta muy humana del sálvese quien pueda es posible que nos amenace en un futuro cercano, y los populismos nacionalistas pueden tomar inusitada fuerza. Los países ricos probablemente tenderán a cuidar con dientes y muelas sus recursos y se enclaustrarán en sus fronteras ante el avance incontenible de las oleadas migratorias.

Este escenario catastrófico exige a los gobiernos tomar posiciones comunes distintas para afrontar este futuro previsible. Es necesario fortalecer y democratizar al efecto las instancias multilaterales como Naciones Unidas y los Países no Alineados en orden a buscar soluciones plausibles ante un futuro difícil pero salvable con la voluntad de los gobernantes mundiales.

El futuro de la humanidad será muy difícil si la tendencia a la desigualdad económica sigue en incremento. El factor político será fundamental si pretendemos abordar posibles escenarios futuros donde la desigualdad se acentúe, o donde se planteen posibles soluciones.

El posible desastre de una tercera guerra mundial, el impacto de un asteroide de grandes dimensiones, o el despertar de un supervolcán son posibilidades que pueden alterar absolutamente el destino de la humanidad. Un virus que solo ataque a un determinado perfil genético. Un genocidio pactado para evitar la superpoblación

Las migraciones están influyendo en la dilución paulatina del concepto de patria y nación para dar paso a estructuras geográficas multirraciales y multiétnicas bastante distintas. Hoy como nunca se necesita la prevalencia de los valores humanistas en el contexto internacional que imponga la cordura en situaciones de tanta incertidumbre.

Se planteará, la viabilidad y la conveniencia de un gobierno único efectivo para todo el planeta. Con el avance de los siglos, hemos convertido a la Tierra en un puzzle geopolítico con piezas que encajan, pero que nunca satisfacen del todo a los intervinientes.

Podremos llegar a hablar la misma lengua, formar parte de una misma nación, acabar con el hambre, pero jamás compartiremos los mismos valores porque la individualidad va atada a nuestra naturaleza.

Algo está cambiando, pero lo que está pasando es mucho más grande de lo que parece a simple vista. La humanidad ha hecho un giro radical respecto al camino que llevaba, hasta el punto de que la energía actual de este planeta no tiene nada que ver con la energía que había hace 20 años

Todo va a cambiar: la política, la economía, la naturaleza, la manera como nos relacionamos. Todo de hecho, ya está cambiando a gran velocidad, y se va a ir acelerando. Este cambio tiene una parte de reto, porque siempre hay trabajo por hacer. Este caso no es una excepción.

Todos los cambios tienen sus dificultades. Hay que adaptarse, y esto requiere un cierto trabajo. Esto implica dejar atrás muchas de las cosas que hemos aprendido a lo largo de la vida, y también muchas de las que hemos descubierto hace poco y que creíamos que nos acompañarían el resto de nuestros días. No va a ser así, lo que ayer era nuevo hoy está obsoleto. Lo que se aprendió ayer ya no sirve hoy. La humanidad ha despertado. Ya nunca nada volverá a ser igual.

El Orden mundial tal como lo conocemos se está agotando y se necesitan liderazgos preclaros que impongan la cordura del entendimiento y los acuerdos. La conducta humana en especial lo relativo al consumo tal como la conocemos históricamente hasta hoy ya no nos servirá para el futuro. La impronta de los gobernantes guerreros amantes de los colonialismos imperiales que disuaden y amenazan a la humanidad con su armamento convencional y nuclear está absolutamente obsoleta. Ha llegado la hora de que los gobernantes mundiales se pongan a planificar juntos el futuro en forma colaborativa tratando de resolver los grandes desafíos que se le presentan a la humanidad con una visión mundialista generosa y solidaria distribuyendo los recursos de una manera distinta entre la población mundial en crecimiento constante, la que se duplicará en la próxima centuria. Sin duda un gobierno mundial representativo de todas las naciones, o la que sea la estructura geográfica futura, es una posibilidad muy probable que requiere de un ser humano distinto, de gobernantes de otra estatura, de otro nivel de desarrollo intelectual, espiritual y moral. Y sin duda el humanismo mundial tiene un papel relevante que jugar en el destino de la humanidad.

La competencia por los recursos naturales tan vigente aún hoy, y su control por parte de las grandes multinacionales de los países desarrollados tiene que dar paso necesariamente a una distribución más igualitaria de ellos para que todas las personas de todos los países puedan tener acceso a ellos. Las sanciones, los bloqueos, los colonialismos económicos y las guerras por el poder y los recursos, sólo están produciendo el empobrecimiento y la escasez de muchos países y de sus habitantes generando cada vez más desplazamientos y hambrunas que impactarán progresivamente más a los países del primer mundo. Hoy, y más aún en el futuro está siendo particularmente cierto que el desarrollo y el crecimiento tiene que ser para todos sino se quiere provocar desastres humanitarios que en definitiva cual boomerang impactará violentamente a los países desarrollados.

Los futurólogos, místicos y científicos aparecen divididos respecto al destino de la humanidad, algunos científicos como Stephen Hawkins predicen que la tierra arderá como una bola de fuego en un par de siglos, o que las armas nucleares acabarán con la humanidad. Sin embargo, para Maharishi Mahesh Yogui, fundador de la Meditación Trascendental, luego del epílogo de la Era de Piscis y la entrada a la Era de Acuario que acaba de comenzar habrán siglos de bienaventuranza y paz que terminará con el actual estado de cosas por el nuevo nivel de conciencia que adquirirá la humanidad. Para otros yoguis comienza recién una fase de transición que durará doscientos años, por lo cual es posible que la incertidumbre sobre el futuro continúe, durante el cual pueden acontecer muchas cosas.

Todas estas alternativas son posibles, todo depende de nosotros los humanos. Hay una cosa cierta: si se sigue con el sistema depredador de la Naturaleza como lo es el actual modelo basado en el consumo y el libre mercado que fomenta una cultura individualista y competitiva que concentra la riqueza en pocas grandes empresas, y como corolario los pueblos y sus gobernantes se tornan nacionalistas, racistas y xenófobos, el destino de la humanidad terminará en un verdadero desastre que seguirá los vaticinios de Hawkins.

Pero si por el contrario, la especie humana recapacita fruto de calamidades mundiales como el Covid-19 que ha desnudado la total desprotección que se encuentra la humanidad para enfrentar este tipo de desastres con sus desigualdades inaceptables entre personas ricas y pobres y entre países desarrollados y en desarrollo, y se pone a trabajar multilateralmente con objetivos comunes, se abre una esperanza clara de que la situación mundial cambie para mejor y avancemos como humanidad hacia un nuevo estado de cosas. Para consolidar lo anterior necesitamos a nivel mundial de una educación centrada en los grandes valores cívicos y humanistas que desarrollen la conciencia comunitaria de las personas, que le otorguen un sentido de fraternidad y tolerancia con sus pares de otras razas y culturas, y lograr además una cultura basada en la austeridad que economice recursos para compartir entre todos los habitantes del planeta.

Aunque suene un poco ingenuo y cándido, es la última carta que se juega la humanidad para lograr un final feliz.