Por Natalia Sierra

La crisis sanitaria y los efectos económicos, sociales y psicológicos derivados de la misma, que afectaron con mayor dureza a los sectores sociales empobrecidos, ha sido la excusa perfecta para que los gobiernos radicalicen sus abusos y estafas en contra de la sociedad.

Antes de la pandemia, el gobierno ecuatoriano al igual que muchos otros, mostraba serios problemas de legitimidad. Las revueltas de octubre del 2019 evidenciaron un profundo malestar de la sociedad por las políticas económicas asumidas por el ejecutivo, que respondían a las exigencias de los organismos de crédito internacional y no a las demandas y necesidades urgentes de la sociedad. Las decisiones en política económica del gobierno de Moreno se alinearon a las directrices del capitalismo financiero global.

No es desconocido que la gobernabilidad neoliberal global ha sido la causante de los mayores desastres modernos. Expansión del capitalismo extractivo, daño ambiental, desigualdad social extrema, desintegración social, la mayor miseria de millones de seres humanos, desplazamientos y migraciones forzadas, intervenciones militares continuas, crecimiento de una deuda global impagable, corrupción y crimen organizado creciente, etc.

Estos efectos adversos los hemos vivido en la región y en el país de forma continua. Desde el retorno a la democracia todos los gobiernos que se han sucedido en la administración del Estado, con ciertas diferencias, han aplicado las directrices de la política neoliberal en sus distintas variantes. Los bienes naturales, sociales y culturales sufrieron saqueo y destrucción constante; los territorios, la economía social y popular, la democracia, la ética, la salud, la educación han sido sistemáticamente golpeadas en beneficio de la acumulación de capital y de poder de las élites nacionales e internacionales. Esta catastrófica situación movilizó a las sociedades en todo el continente, en su intento de detener el proyecto de destrucción que amenaza su vida.

El 2019 fue un año de convulsión social a nivel mundial, debido a la presión de la dominación capitalista patriarcal y colonial que se radicalizó con la globalización neoliberal en su momento de decadencia. Los pueblos se cansaron de tanta estafa y cinismo de las élites globales y sus representantes locales y, como en el caso de Ecuador, se levantaron y movilizaron para detener los negocios sucios del poder.

El cambio de año estuvo marcado por esta indignación activa de la sociedad en contra de las trafasías capitalistas. De pronto, llegó la pandemia y con ella la gran reclusión. Decretaron el estado de excepción; limitaron nuestros derechos; nos encerraron en nuestras casas, convertidas en prisiones privadas; justificaron la destrucción de las economías medias, pequeñas y familiares; desgravaron su responsabilidad sobre la expulsión estructural de miles de trabajadores, y los recortes en derechos laborales, etc.; justificaron el deterioro del sistema de salud y educación pública devastado desde hace décadas por sus políticas de ajuste estructural; ampliaron la deuda externa con dinero ficticio que se imprime sin ningún respaldo y que, sin embargo, hipoteca los bienes reales de los pueblos. La pandemia fue la tormenta perfecta para que las voraces élites financieras den la estocada final a la sociedad, todo se justifica con la pandemia y sus olas de contagio.

Por supuesto, no respondieron a la emergencia sanitaria garantizando mínimamente la salud de la sociedad. Los sistemas sanitarios colapsaron, no tanto por los numerosos contagios, como por la falta de una política de salud integral y por un sistema hospitalario destartalado por el neoliberalismo. No garantizaron de manera adecuado el alimento para millones de personas recluidas sin recursos para sostener la cuarentena.

Millones de niños y adolescentes paralizaron sus estudios teledirigidos por falta de mínimas condiciones para llevar adelante un programa de ese tipo, ya se habla de una catástrofe educativa en toda una generación. Lo que sí hicieron es aprovechar la emergencia sanitaria para robar los pocos recursos que el Estado tiene para enfrentarla. Los casos de corrupción ligados a la emergencia del COVID, saltaron en casi todos los países de América latina y por supuesto en el Ecuador.

Como no podía ser de otra manera el gobierno de Moreno ha hecho su parte en estos abusos del poder. En plena crisis pago la deuda, cuando los propios organismos de crédito daban cierta flexibilidad para una moratoria; su gobierno está salpicado por actos de corrupción ligados a sobreprecios en insumos médicos y kits alimenticios, reparto de hospitales, etc. Ha ensanchado la deuda externa dejando la economía del país en rojo y, evidentemente, tiene que responder a las exigencias de los prestamistas.

Entonces, en un rápido juego justificado en la crisis sanitaria y sus efectos económicas, privatiza bienes estatales, libera los precios de los combustibles, entrega la comercialización de los mismos a la empresa privada con uso de instalaciones estatales, con los efectos que ha mediado y largo plazo tienen esas medidas para la economía media y popular. Obviamente no se les ocurrió topar los intereses de los banqueros y las grandes corporaciones de comercialización de alimentos y medicinas que elevaron su tasa de ganancia en la pandemia.

Para descargo del gobierno de Moreno, tengo que decir que lo que ha hecho no es nada diferente a los que todos los gobiernos vienen haciendo desde el regreso a la democracia: aplicar con absoluta obediencia las directrices de un poder global decadente, que en el momento actual está llevando a la humanidad a su descalabro civilizatorio. Es un buen empleado del capitalismo más depredador de toda la historia del capital. Tendrá su recompensa a costa del sufrimiento de millones de ecuatorianos y ecuatorianas.