Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

Han pasado solo tres días del plebiscito mediante el cual el pueblo chileno le arrancó una convención constitucional a las élites del país. Es verdad que lo deseable hubiera sido una asamblea constituyente originaria que desde las mismas bases de la sociedad redactara una nueva Constitución que sembrara la democracia en el país después de 47 años de dictadura, directa durante los primeros 17 y de administración indirecta de la misma en los 30 posteriores.

Ríos de tinta han corrido en estas 72 horas. Superada la alegría inicial comprensible en un país cuyo pueblo desde hace muchos años está falto de victorias y donde lo tradicional es celebrar las derrotas, se vuelve a poner los pies en la tierra para entender que (disculpen el lugar común) “se ha ganado una batalla, no la guerra”.

¿Cómo intentar hablar del tema tratando de ser original y no caer en lo repetitivo? Confieso que dudé en hacerlo, pero me ganó la emoción, porque a pesar de la lejanía, percibo la efusividad de un todo que hizo posible este día. Pero la emoción también se manifiesta como indignación al ver cómo los causantes del desastre que ha vivido Chile en estos 47 años, ahora buscan apoderarse de la victoria intentando desplazar a sus verdaderos protagonistas.

En la embriaguez de un día glorioso para el pueblo, ya comienzan a buscarse para –una vez más- construir acuerdos de cúpula que impidan que las organizaciones populares elijan a sus representantes, no como independientes, porque deben “depender” de la voluntad de los sectores y territorios que los seleccionen y a ellos le deben rendir cuentas de su actuación. La connotación “independiente” tiene carácter político para hacer patente que no responderán a los partidos causantes de tanto dolor a los chilenos y chilenas.

No debemos perder la memoria, algunos de los que hoy celebran emitieron claras opiniones sobre la posibilidad de la constituyente mientras participaban jubilosos de la repartición del botín. Veamos algunos casos: “Yo dije que esta Constitución pasaba el test democrático. ¡Y lo sostengo! Si Ud. dice que (…) se acabó el binominal, se acabó la discusión de la Asamblea Constituyente!” Ricardo Lagos, ex presidente de Chile.

Otra opinión: “Yo no quisiera que el tema de la Asamblea Constituyente fuera una especie de droga. O sea, que nos pongamos a fumar el opio en escenario ficticio, inexistente, de una crisis institucional que no existe, de una Asamblea Constituyente que no se va a constituir nunca” Camilo Escalona, ex presidente del partido socialista de Chile.

Una más: “No hay ninguna razón que justifique en Chile la instalación de una Asamblea Constituyente. Una Asamblea Constituyente es una confrontación y eso no lo queremos, yo no lo quiero por lo menos”. José Miguel Insulza, ex ministro de los gobiernos de la Concertación y actual senador por el partido socialista.

Veamos lo que dicen ahora, después del domingo:
“Han tenido que pasar 30 años para que llegara este momento” […] «Lo importante es entender que los planteamientos de este 25 de octubre han sido planteados por muchos de nosotros desde hace mucho tiempo». Ricardo Lagos

Y esto es lo que manifestó José Miguel Insulza el mismo domingo en una entrevista para una agencia de prensa argentina: “…la necesidad de reformar la Constitución que surgió del plebiscito del domingo es la llave para empezar a construir un país más democrático y menos desigual”.

Desprecian al pueblo, creen que es ignorante y estúpido. Hasta el presidente Piñera asumió como propia la gran mayoría lograda. De inmediato dio orden al sector oficialista para dejar de lado las divisiones y avanzar hacia “la Constitución que queremos para Chile…”. Agregó que era necesario trabajar en orden a que los temas que estarán contenidos en la nueva Carta se ganen por los dos tercios necesarios aseverando que ello “va a depender mucho de la actitud que tendrá Chile Vamos [coalición de gobierno] para evitar volver a esos tres tercios y poder tener un país que le asegure a todos sus hijos un horizonte, una mirada larga, una mayor estabilidad”. Se refería al equilibrio histórico en Chile entre izquierda, derecha y ultra derecha que permitió mantener el status quo hasta 1973 y que fue roto por Pinochet, las fuerzas armadas, la derecha fascista y la democracia cristiana promotores y ejecutores del golpe de Estado.

En un largo artículo del periodista Camilo Villa J. publicado en la Radio de la Universidad de Chile el martes 27 se señala con amplitud de evidencias como se comienzan a vislumbrar los acuerdos de cúpula entre sectores de izquierda, derecha y seudo izquierda.

Para efectos prácticos de las elecciones del 11 de abril, hablar de gobierno y oposición no deja de ser una entelequia. Esa cantidad de aproximadamente 78% de ciudadanos que se expresó a favor de una nueva constitución no significa nada en términos de calidad. Se sabe que la derecha que gobierna, la derecha en la oposición y el oportunismo frenteamplista se pusieron de acuerdo el 15 de noviembre para que no pudiera realizarse una asamblea constituyente originaria como era y como es el deseo popular. Es muy probable que esa calidad se manifieste en el momento de redactar la nueva Carta Magna, de ahí que la verdadera “madre de todas las batallas” será la que se libre de cara al 11 de abril.

Hay que recordar cómo el sistema político chileno hizo surgir al MAPU en el momento previo al triunfo electoral de Salvador Allende y cuando era patente que ello se podría producir; al PPD en tiempos de franco retroceso dictatorial; y al Frente Amplio cuando era evidente que las luchas del pueblo chileno llegarían a la victoria del 25 de octubre. Todas estas organizaciones políticas fueron creadas con la misma misión: ralentizar, paralizar y torpedear desde adentro las grandes luchas y las victorias populares. Hoy, los líderes del MAPU y del PPD son parte de la casta política comprada por la derecha empresarial, y el Frente Amplio, fue gestor -junto a la derecha a la que supuestamente se oponen- de la componenda cupular del 15 de noviembre.

Mucha mayor franqueza manifestó Jacqueline Van Rysselberghe, del partido pinochetista Unión Demócrata Independiente (UDI), que defendió la continuidad de la constitución llamando a votar a favor del “Rechazo” y quien de inmediato convocó a trabajar “para que el cambio constitucional no parta de cero”.

Los acuerdos de las cúpulas opositoras poco importan hoy, cualquiera de ellos que se logre será una vez más para engañar al pueblo. En una mirada histórica se trata de la imposible misión de unir a los que promovieron el golpe de Estado, con los que lucharon contra la dictadura, los que catalogaron al gobierno de Allende como autoritario y aquellos que han usufructuado por treinta años de la Constitución que ahora dicen querer cambiar.

En la mirada más cercana, los mismos que se burlaron del pueblo el 15 de noviembre pretenden unirse con los que en la calle los obligaron a buscar una alternativa que evitara una derrota total del sistema. El fantasma del 88 vuelve a estar presente.

El propio artículo de Villa enumera los movimientos de dirigentes que se reúnen sin consultar al pueblo. En este contexto la única voz reflexiva pareció ser la de Alondra Arellano, presidenta de Convergencia Social quien en una entrevista con la Radio de la Universidad de Chile, haciendo un inusitado alarde de sensatez expuso que: “el rol de la oposición será restarse protagonismo y dárselo a los movimientos sociales e independientes”.

Mientras esto ocurre entre los chilenos, los mapuche, el otro pueblo que habita el país, genera su propia dinámica de lucha para determinar la cantidad de escaños que le deben corresponder en los debates constitucionales que lleven a que, finalmente, por hecho y por derecho, sean reconocidos de acuerdo a las estipulaciones del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo.

El problema es que este debate se da en los marcos de la comisión de constitución del Senado, conformada por dos parlamentarios de la derecha gubernamental, dos de la oposición de derecha y un independiente (ex demócrata cristiano) con la presencia de dos ministros de Piñera.

El mayor arranque de honestidad –aunque parezca increíble- provino de Tomás Fuentes diputado del derechista partido Renovación Nacional quien manifestó que: «El diseño de la constituyente está hecho para que no salga electo ningún independiente». Dijo que eso era imposible salvo que el candidato fuera algún conocido deportista o un miembro de la farándula, para lo cual ejemplificó con dos de ellos.

En su interesante explicación de la situación creada tras el evento eleccionario del domingo, Fuentes expuso que si los candidatos a ser elegidos el 11 de abril son los mismos políticos de siempre (puso como ejemplo a dos de ellos, uno de gobierno y otro de oposición) “…vamos a estar un año con los mismos políticos que están hoy en el Congreso, ¿acaso no habrá la misma frustración en las personas? Me imagino que si hacemos un diagnóstico honesto de lo ocurrido en el plebiscito, los 17 partidos políticos que hoy se encuentran representados en el parlamento se pondrán de cabeza a buscar candidatos con un perfil lo más parecido al ciudadano común“.

El diputado Fuentes explicó que si se creaban listas separadas de la oposición y del gobierno, se produciría una “sobre representación”. Ante eso, su sorprendente propuesta fue: “…si hacemos un esfuerzo y logramos concretar una lista para nosotros beneficiarnos de esa unión, solo se necesita tener un programa de mínimos comunes. Si la izquierda no va unida y nosotros sí, nosotros [se refiere a las fuerzas gubernamentales] seremos los sobre [re]presentados. Creo que hay que hacer esfuerzos […] por un proyecto común”. He aquí la “madre” de todos los acuerdos cupulares, es decir repetir la alianza que decidió el pacto del 15 de noviembre, pero ahora para elegir los convencionistas y eventualmente escribir la nueva Constitución, que no sería otra cosa que la misma de Pinochet y Jaime Guzmán pero ahora aprobada democráticamente.

Mientras están ocurriendo estos “tejemanejes” en la superestructura, el pueblo organizado en Unidad Social ha llamado precisamente a evitar que los partidos se adueñen del proceso constituyente. Según han explicado, “continuarán llevando a cabo cabildos ciudadanos cuyo objetivo es entregar insumos al órgano constituyente a la hora de considerar los temas que deben estar contenidos en una nueva Carta Fundamental”.

La confianza en la organización popular y la inteligencia de los ciudadanos que han sostenido este movimiento por un año, encontrará los caminos para resolver este intríngulis y ganar la nueva batalla. El lunes en la noche vi un interesante programa de televisión en el canal 8 de Peñalolén en el que dirigentes populares debatieron sobre el camino a seguir. Con alegría constaté la sabiduría popular y la seguridad de que con los “pies en la tierra”, el pueblo, las organizaciones y sus líderes tienen perfecta apreciación del momento que se vive a partir del domingo, las dificultades que emanan de las tareas por venir y los caminos a seguir.

Al escuchar ese programa, recordé aquella hermosa página de la historia de Chile cuando en marzo de 1818 tras el desastre de Cancha Rayada que supuso una importante derrota de las fuerzas patrióticas se generó el caos, un estado de pánico y confusión suprema y se avivaron rumores, noticias contradictorias y perniciosas que incluso anunciaron la muerte de San Martín y O´Higgins.

Y cuando el espanto y el pesimismo cobraron vigencia, sobre todo entre los sectores altos de la población, algunos de los cuales se apresuraron nuevamente a cambiar de bando, emergió la suprema convicción de Manuel Rodríguez cuya autoridad moral a toda prueba fue reconocida por la población cuando desde el balcón del palacio de gobierno proclamó en medio del generalizado desaliento “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”.

No tengo duda que los nuevos rodriguistas del siglo XXI recuperarán la patria para ellos y para las futuras generaciones.