Ya va siendo hora que los gobiernos digan la verdad sobre el coronavirus. Creo que la situación se ha vuelto lo suficientemente inmanejable como para que sigan intentando mostrarse efectivos en una situación que con claridad los sobrepasó.

Den las cifras reales de lo que está pasando. Dejen de mentirle a la opinión pública ocultando casos, negando muertes, inflando capacidades de respuesta que no son tales.

Desde Asia, pasando por Europa, Latinoamérica y también África, hay un común denominador de incapacidad para testear adecuadamente y se trabaja con números muy bajos, que escamotean la realidad y permiten fortalecer los discursos negacionistas. Más allá de las incapacidades lógicas que cada país ha tenido, si se hubieran planteado desde el minuto cero, la cooperación ciudadana podría haberse sostenido de manera más informada y consciente, y no tendríamos tantas divergencias de posturas ideológicas que ponen en peligro a decenas de millones de personas en el mundo.

El gran problema es que si los gobiernos fueran transparentes y mostraran como la voracidad privada e individualista ha enajenado la posibilidad de los pueblos de darse buenos gobiernos y gestiones adecuadas para garantizar sus derechos humanos, eso pondría en entredicho al sistema imperante en cada lugar, ya sea democrático, teocrático, financierocrático o plutocrático.

Todas las denuncias e investigaciones serias marcan esa tendencia a camuflar las muertes sospechosas de Covid-19 para evitar mostrar el nivel de negligencia sistémico en el que estamos encajonados. No solo eso, si no, que la propia ideología de muchos políticos coincide con intereses empresarios y oligárquicos, con lo que se pone por delante el lucro y la explotación, lo que lleva a no respetar las verdaderas necesidades sanitarias para evitar una fuerte disminución de la cantidad de habitantes en el planeta.

De todas maneras, podemos decir que la prudencia de las cuarentenas, de las conductas de aislamiento social y otras medidas oportunas, están evitando millones de otro tipo de muertes. Pero pareciera que la pulsión humana por su extinción nos conduce a retomar el camino de violencias brutales sostenidas.

A lo que no se sabe responder es al sinsentido de la vida y creo que ese es el gran aliado del híper individualismo y el negacionismo a ultranza. ¿Cómo no vamos a negar los relatos, si es evidente que son falsos? El problema es que no se reemplaza el relato con datos duros, con pruebas, con evidencia, sino que cada quien encuentra en el océano de versiones, aquella  hipótesis que le cierra más con sus propios prejuicios.

La devolución de la naturaleza a los excesos de la especie humana, el castigo divino, un plan de exterminio que responde a diferentes intereses: socialismo, sionismo, iluminatis, el listado es enorme. También hay lugar para los extraterrestres, para un ataque bacteriológico chino o estadounidense.

En fin, cada uno juega sus cartas en la guerra geopolítica. Esto queda muy evidenciado en la competencia por llegar a la vacuna milagrosa, o a cualquier tratamiento milagroso, que en el fondo sigue siendo lo mismo, poder demostrarle al resto que uno lo supo antes. En la egolatría de las naciones, podemos llegar a entenderlo en un sentido de disputas de hegemonía, en lo personal genera un poco más de ruido, porque combina la soberbia, con el fanatismo al que se aferran aquellos que están muertos de miedo.

Saldrán a cruzarme los que defenderán a tal o cuál gobierno, a tal o cuál funcionario y está bien, porque hay actitudes loables en medio de todo este caos. Pero es necesario aplicar un llamado colectivo, porque la generalidad es el miedo a revelar la verdad. Incluso, estoy convencido que muchos prefieren desconocer la verdad, porque no se sienten preparados, o se saben no preparados, para hacer frente a esa realidad.

Necesitamos un tiempo prudencial para poder ir elaborando y descubrir la información concreta de la que disponemos y asumir las transformaciones que son imprescindibles para salir de este atolladero histórico.  Debemos tener el coraje que requiere borrar y empezar de cero en un montón de ítems. En caso de no hacerlo, seguiremos dando vueltas en una rueda de hámsters.

No hay apuro, si bien nunca estuvimos tan cerca de la extinción, tampoco nunca estuvimos tan cerca de ese momento crítico que pueda acelerar los procesos transformadores. Por eso es que intuyo que en caso de plantear las cosas tal cual son, asumiendo las consecuencias de ello, podríamos refundar un sistema nuevo de relaciones entre personas y naciones. Quizás en 20, 30 años, eso podría ser un hecho consumado. Que no solo garantizaría la supervivencia de la especie, sino un salto cualitativo en la vida humana y del resto de las especies, porque el futuro humano no puede escindirse de la salud de nuestro ecosistema.