Desde la detonación de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki no hay país del mundo capaz de competirle a los Estados Unidos en peligrosidad. Su liderazgo como la potencia más cruel y funesta contra la especie humana y la salud del planeta ni remotamente podría ser igualado. Desde aquellos cientos de miles de japoneses pulverizados, los estadounidenses no han cesado de ocupar territorios que no les pertenecen, segar la vida de millones de habitantes, usurpar bienes ajenos y gastar ingentes recursos para mantener su hegemonía mundial. Llevando muerte y destrucción a todos los confines de la Tierra.

Qué duda cabe que en la historia universal no ha habido y posiblemente nunca exista otro imperio que se le compare en ocasionar tanta muerte y desolación. Ninguno de los tiranos y dictadores del pasado puede competirle al conjunto de gobernantes demócratas o republicanos que se suceden en la Casa Blanca y el Capitolio norteamericano como ejecutores y cómplices del hambre, la guerra y las violaciones fundamentales de todos los derechos humanos consagrados aunque universalmente tan vulnerados.

El territorio estadounidense alberga a unos 320 millones de seres que resultan ser muy pocos si se les compara con la población de China, de la India y tantas otras naciones. Estudios señalan que este país podría acomodar dentro de su vasta extensión a más de la mitad de los habitantes del mundo y todavía tendría una densidad poblacional inferior a la de muchas naciones europeas que viven ciertamente mejor, con mucho menos habitantes y recursos naturales.

Sin embargo, las cifras indican ahora que al menos un 15 por ciento de los estadounidenses son pobres y que la riqueza que ostenta este país se concentra en un núcleo muy reducido de personas, por lo que también este país destaca como una de las naciones más desiguales del planeta. Muy impugnable es, por lo mismo, el éxito de su ultracapitalismo.

De esta manera, el llamado “sueño americano” es otra gran mentira, un mero recurso publicitario, una de las principales noticias falsas o fake news. Pero es tan altanera la riqueza y el consumismo de los estadounidenses ricos que, de toda la contaminación mundial, ellos son responsables de más de un 14 por ciento de las emisiones tóxicas. Una polución que en el caso de Rusia o Japón alcanza el 4.5 y 2.8 por ciento respectivamente. Solo para ilustrar, el dióxido de carbono que emite Estados Unidos supera los índices de todas las naciones latinoamericanas o africanas juntas.

Pese a esta realidad, los gobernantes estadounidenses pretenden que todo el mundo imite su  sistema político y forma de vida, cuando hay calificados científicos que piensan que si, de pronto, todos los seres humanos de la Tierra consumieran y contaminaran como lo hacen los estadounidenses, vendría una hecatombe medioambiental y el fin de toda nuestros ecosistemas, pues se necesitarían tres planetas para abastecer dicha demanda.

Cada cuatro años se reelige o se renueva al presidente de los Estados Unidos y con cada uno de ellos surge la esperanza que desde esta misma nación se levante algún mandatario que ponga fin a la carrera armamentista, respete la libre determinación de los pueblos y viva en armonía con el medio ambiente o la “casa de todos”. Pero solo hemos podido comprobar frustraciones: ni Kennedy, ni Clinton ni Obama lograron ser mejores, por ejemplo, que sus adversarios republicanos, y los cálculos dicen que durante sus respectivos mandatos las guerras se intensificaron, así como poco o muy poco lograron en cuanto a discriminación racial como para mitigar toda esa suerte de abusos cometidos diariamente por las policías y los soldados estadounidenses contra sus propios connacionales.

Para colmo, gracias a su tan cuestionable sistema electoral ya se van a completar los primeros cuatro años de un Donald Trump que, por supuesto, buscará ser reelegido. Un imbécil y envanecido gobernante que todos los días hace noticia por sus lamentables declaraciones y decisiones que tienen también a este país a la cabeza de número de víctimas de la pandemia mundial del Coronavirus,  y a quien a diario le renuncian ministros y toda suerte de colaboradores hastiados de su soberbia y peligrosidad. Al mismo tiempo que decepciona a sus naciones aliadas, y desde todas partes surgen esfuerzos por convencerlo de que desista de reelegirse, o bien que los ciudadanos de su país lo derroten ejemplarmente en las urnas en noviembre próximo.

No en vano un prestigioso periodista chileno señalo que sería justo que en las elecciones presidenciales de Estados Unidos sufragaran todos los pueblos del planeta, por la importancia que estos comicios tienen en el destino universal. Pensando, además, en la insolvencia política archi demostrada por los votantes de esos cincuenta estados agrupados y que, en realidad, representan intereses muy distintos y hasta contrapuestos. Tanto así que muchos auspician que para bien de la humanidad hasta sería saludable que sobreviniera  la desintegración política y administrativa de Norteamérica, así como llegaron a eclosionar la Unión Soviética, los Balcanes y, ahora se reeditan, con más fuerza que antes, las luchas autonomistas e independentistas en España y varias otras naciones unidas realmente a la fuerza. Muchas veces bajo el símbolo de las decadentes monarquías mundiales y los ejércitos de ocupación.