Siglo XXI, año 2020, mes de mayo, día 3, del calendario gregoriano.

Entendemos por máquina a un conjunto de elementos móviles y fijos cuyo funcionamiento posibilita aprovechar, dirigir, regular o transformar energía, pero una máquina también es un sistema de relación de datos o fundamentos, como un calendario o un horóscopo; en este sentido la máquina es relativa al concepto en lugar del instrumento en sí. Estas máquinas datan de los principios de la cultura humana.

Las Leyes aparecen relacionadas a formas, siendo éstas abstractas. Cuando estas Leyes y estas formas se hacen perceptibles nos encontramos con las máquinas. Estas máquinas nos entregan todo un sistema de relación expresado geométricamente. [1]

En tiempos remotos fueron esbozados los mitos bajo un firmamento en el que danzaban los cuerpos celestes. En aquella coreografía nocturna volvía a reaparecer la Luna llena cada 29 días 12 horas 44 minutos y 2 segundos. Su ciclo era más irregular que eso, pero este convenio sirvió para que aquellos hijos de la Luna de Babilonia midieran el transcurrir en los tiempos de las diosas (Innana, Hécate, Isthar…).

Un calendario con meses de 29 y 30 días se ajustaba bastante bien a los ciclos de la Luna. Solo habría que añadir 1 día a 1 mes de 29 días cada 30 meses.

Después, en Egipto, el gran Sol presenciaba el curso del Nilo, con sus inundaciones periódicas, lo cual era esencial para los agricultores. El calendario solar egipcio resultó bastante exacto respecto al año trópico, ciclo en que la Tierra completa una vuelta de 360º alrededor del Sol cada 365 días 5 horas 48 minutos y 45 segundos.

Se estableció el calendario oficial, que constaba de 365 días divididos en 12 meses de 30 días cada uno, a los que añadían cinco más (epagómenos). Estos 5 días eran los dedicados al nacimiento de los dioses Osiris, Horus, Seth, Isis y Neftis, llamados hijos del desorden descendientes de Nut y Geb. Los meses se agrupaban en estaciones, cada una de las cuales constaba de 4 meses, de 3 semanas de 10 días cada una.

Nut (arriba), junto a Geb (abajo, tumbado). Entre ellos está Shu, su padre.

La Tierra dio algunas vueltas hasta llegar al tiempo de los romanos –lo cual ahora fue sólo el instante de pulsar la tecla return del teclado.

El gran imperio no prestaba excesivo interés por los astros; contaban los años desde la fundación de Roma ab urbe condita. Por extensión, en occidente se impuso el canon cristiano, donde se cuentan los años desde la encarnación del Señor ab incarnatione Domini. A partir del modelo geocéntrico de la época, se pasó de la coreografía ancestral a la cartografía de las estrellas fijas.

Se mantuvo todo bastante estable por mucho tiempo hasta que comenzó a pesar la mirada de Dios, que todo lo sabe, sobre nosotros que no sabemos nada. Entonces los historiadores señalaron un cambio de etapa, porque lo nuevo ya no podía ser considerado como parte del periodo de la Edad Media. Dios no era ya el patriarca totalitario, como resultado de la copia de hitos, fechas, lugares, personajes de los mitos ancestrales, cuando no, de la retorcida manipulación bíblica. [2]

El concepto de divinidad de los humanistas renacentistas era antropocéntrico. Trataban de develar los misterios del mundo por vía de la inspiración espiritual, por lo que se salió del quietismo hacia el movimiento. Las mentes inquietas del Renacimiento volvieron su mirada a un pasado remoto de belleza y armonía para elevarse en una inspiración sagrada. Con ello trajeron de vuelta las máquinas, junto a la alquimia, la astronomía y todo aquello demonizado en la etapa de Medievo.

Lo que en el Dante es poesía, para muchos de sus lectores termina siendo la descripción de una realidad física que se encuentra en los mares del sur. El vate relata: “Me  volví  a  la  derecha,  reparando  en  el  otro polo,  y  vi  cuatro  estrellas  nunca  vistas  desde  los primeros  humanos.  Gozar parecía el cielo con sus resplandores.  ¡Oh septentrión,  que  triste  lugar  eres,  pues  que  te  ves  privado  de  mirarlas!”.  El  Purgatorio, Canto I. La Divina Comedia. Para Dante, la Tierra, según el sistema de Tolomeo, está inmóvil. A su alrededor giran  las  esferas  celestes  y  con  ellas  el  Sol,  los planetas  y  las  estrellas.  En  el  poema  estas  son  las direcciones del mundo: al norte, Jerusalén sobre el abismo infernal; al sur, en las antípodas de Jerusalén, la montaña del purgatorio; al este, el Ganges; al oeste, el estrecho de Gibraltar. El infierno y el purgatorio están en  la  Tierra,  el  uno  en  forma  de  abismo,  el  otro  en  forma  de  montaña,  en  cuya  cúspide  está  el  paraíso terrenal.   Por   lo   demás,   La   imagen   Tolomeica   seguirá   vigente   aún   después   de   la   publicación   de Revolutionibus orbium coelestium, de  Copérnico en 1543. Como este negaba que la Tierra fuese centro del universo  su  concepción  fue  resistida  vigorosamente.  En  1609  Galileo  introdujo  el  anteojo  astronómico  y confirmó  la  teoría  heliocéntrica  de  Copérnico,  pero  aún  pasaron  varias  décadas  para  que  se  cimentara  la nueva visión de la realidad.[3]

La conciencia inspirada de aquellos tiempos quedo reflejada en la esfera armilar. Inventada de manera independiente en la Antigua Grecia y la Antigua China, ha sido a lo largo del tiempo una máquina que ha despertado emociones profundas.

Johannes Kepler buscó la música celeste descrita por Platón en “Epinomis”. Pero, tras una vida de perseverancia, descubriría que el Universo no se ajustaba a la cosmología poliédrica. En cambio, su aparente fracaso, su renuncia a una metafísica de circunferencias perfectas, dio como resultado –en siglo XVI– la formulación de las leyes del movimiento planetario con trayectorias elípticas alrededor del Sol.

Representación del modelo musical del Universo de Kepler.

En tiempos de la Modernidad surgió una concepción mecanicista del mundo que se impuso como idea de totalidad. Galileo, Leibniz, Newton establecieron nuevas leyes de movimiento, integrando las formas espaciales en las ecuaciones, frente a la engañosa apariencia de lo perceptual. Se construyó una lógica matemática integral. Era una época de euforia de la razón y de optimismo en Europa, que impuso su supremacía en los territorios colonizados.

Se forjaron los cimientos de la física clásica. El mundo era al fin cognoscible y controlable a partir de sus condiciones iniciales inamovibles y temporalmente reversibles. Descartes aseguraba que si se fabricara una máquina tan potente que conociera la posición de todas las partículas y que utilizara las leyes de la mecánica para saber su evolución futura se podría predecir cualquier cosa del Universo. Si bien era una forma de expresar la naturaleza ordenada del mundo, se convirtió también en un ensueño colectivo hacia la ingeniería y la perfección.

No deja de sorprender que tanta lucidez no haya sido sinónimo de paz y libertad, sino que todo ello haya formado parte de una larga historia de violencia y crueldad. Motivo suficiente para proyectar una mirada hacia atrás sin apegos que nos impulse hacia un futuro elevado respecto a los desgraciados y torpes episodios de nuestra evolución.

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[1] Carpeta Naranja.1974

[2] Idea expresada por Mircea Eliade en referencia al Yahvismo, en el capítulo VII de “Historia de las Creencias y de las Ideas Religiosas I”. 1999

[3] Silo. Sobre Colon. El ensueño y la acción. 2000

Máquinas del tiempo I

Máquinas del tiempo III: La incertidumbre

Máquinas del tiempo IV: Desajustes en el transcurrir

Máquinas del tiempo V: La cosmovisión definitiva

Máquinas del tiempo VI: Singularidad

Máquinas del tiempo VII: En movimiento