Hay que realizar un cambio de modelo de ciudad y revertir las tendencias insostenibles de las grandes metrópolis.

Aunque desde el inicio de las civilizaciones el ser humano ha depredado la naturaleza, es a partir de la revolución industrial que el fenómeno se acrecienta, hasta llegar al momento actual en el que se llevan a cabo acciones como la deforestación a gran escala para acceder a recursos naturales o preparar tierras de cultivo de modo intensivo que empobrecen el suelo y lo desertizan en pocos años, la contaminación de ríos y acuíferos ya que se usan como cloacas donde verter los residuos, la contaminación del aire, no solo por CO2 sino también por micropartículas y otros contaminantes que acrecientan enfermedades respiratorias, la destrucción de ecosistemas diversos para ser ocupados por ciudades, carreteras etc.…

La población urbana mundial se ha multiplicado por 5 en los últimos 50 años, la tendencia global es la de concentrar cada vez mayor número de personas en grandes urbes, en estos momentos más del 50% de la población mundial vive en ciudades (según datos de ONU-habitat). Desgraciadamente, las grandes metrópolis generan un fuerte impacto sobre el medio ambiente y sobre las personas: consumen muchos recursos como suelo y agua, generan gran cantidad de desechos y contaminación, degradan el medio ambiente y rompen las cadenas ecológicas, que son las que nos aseguran los servicios ecosistémicos como aprovisionamiento de agua limpia, regulación del clima, o polinización.

Además del impacto sobre el medio natural, las ciudades son generadoras de grandes desigualdades, en este momento tenemos una sociedad muy polarizada, con amplias capas de excluidos sociales que tienen dificultades de acceso a los servicios básicos como la vivienda, la sanidad, la educación o la energía, que viven en la calle o hacinados en viviendas pequeñas o en naves ocupadas sin las condiciones mínimas de higiene y una minoría que acumula grandes cantidades de riqueza y de poder. Hay que tomar conciencia de estos riesgos e impulsar un modelo urbano más respetuosos con los ecosistemas naturales, más justo con las personas, más sostenible con el medio ambiente y más resiliente ante crisis y catástrofes.

Algunos investigadores como Peter Daszak, ecólogo de enfermedades, relacionan la aparición de la pandemia de coronavirus con este modelo urbano predador y con la destrucción de hábitats de algunas especies que nos hacían de barrera ante la propagación del virus. “A medida que tenemos más contacto con la vida silvestre con la construcción de carreteras, la tala de bosques, o la ocupación de zonas vírgenes por la agricultura, estamos más expuestos a estos virus”.

Según Jordi Serra-Cobo, biólogo de la Universidad de Barcelona, «en el caso del covid-19, ha influido la pérdida del 30% de la superficie forestal del sudeste asiático en los últimos 40 años. Cuando destruimos masa forestal es para poner en su lugar asentamientos humanos. Y una parte de la fauna salvaje que estaba allí pasa a refugiarse en las construcciones humanas, al desaparecer su hábitat natural. Una de estas especies son los murciélagos, que son posiblemente el origen del contagio de la actual epidemia de coronavirus”.

La destrucción de los hábitats naturales por búsqueda de recursos o por crecimiento de las ciudades, el cambio climático y la globalización del transporte de personas y animales han contribuido al número creciente de brotes epidémicos desde 1980, según explica el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el informe “Emergencias pandémicas en un mundo globalizado: amenazas a la seguridad”.

El modelo urbano de grandes megalópolis muy centralizadas en las que los servicios están gestionados por oligopolios genera fuertes impactos sobre el medio ambiente, la salud y la calidad de vida de las personas, mientras que las ciudades medianas, con servicios descentralizados consumen menos recursos, generan menos residuos, su relación con el medio ambiente es más equilibrada, permiten una movilidad más sostenible a pie o en trayectos cortos para acceder al trabajo o a los servicios y al estar cercanas del entorno rural pueden llegar a autoabastecerse de alimentos, recursos, o desarrollar actividades en la naturaleza.

Por otro lado, tenemos una gran dependencia con otros territorios en cuanto a abastecimiento de recursos alimenticios, energéticos, sanitarios etc, es importante plantear la autosuficiencia y la autogestión de nuestras ciudades en sectores estratégicos como el de la alimentación o la energía, es decir, tenemos que recuperar la capacidad de producir, distribuir y autoabastecernos de alimentos, energía etc, así como aumentar la resiliencia; la capacidad de recuperarnos tras una crisis. Apostar por un consumo de proximidad, que además de generar un empleo más digno a nuestros agricultores y productores deja una huella ecológica menor, ya que el producto no ha de viajar miles de kilómetros antes de llegar a nuestras casas. También hay que reducir la producción de residuos para lo cual, hay que alargar la vida de los productos y explorar otros modelos como compartir el servicio sin ser propietario del producto “la servilización”.

Las ciudades pueden compararse a estructuras disipativas tal y como las planteaba el Premio Nobel de Química Ilya Prigogine, importan energía y materia para mantener su actividad y exportan entropía al entorno en forma de residuos, contaminación y desestructuración del paisaje. Si queremos reducir la entropía, tenemos que reducir el consumo de recursos y disminuir la generación de residuos, para ello hay que realizar un cambio de modelo de ciudad, hay que revertir las tendencias insostenibles de las grandes ciudades actuales.

Para desarrollar ciudades más humanas, justas, sostenibles y noviolentas, es necesario que previamente se produzca un cambio de valores en el conjunto de la población y en los que toman las decisiones, es necesario anteponer a las personas y sus derechos sobre el capital y los mercados, es necesario anteponer la vida sobre los grandes beneficios económicos y la ambición desmedida.