Por Madeleine John/José Rivadeneyra

La pandemia del coronavirus ha evidenciado, sin disimulo, una crisis global presente hace mucho tiempo. Soplan vientos de cambio, son múltiples y diversas las señales de que nada será igual y que más que nunca, se requiere ubicar al ser humano como valor y preocupación central de toda construcción histórica y social.

Pero ¿qué está inspirando y empujando esa dirección de significativos cambios? Claramente, no son las pandemias o los accidentes externos. Es en la profundidad de la conciencia humana donde se gestan estás direcciones humanizadoras, evolutivas, ahí, en esa profundidad se trazan las búsquedas y aspiraciones que, traducidas en imágenes, impulsan y direccionan nuestra acción de construcción de un mundo querido.

Se afirma que, gracias al desarrollo de la tecnología de comunicación virtual, hoy tomamos conciencia que somos una única humanidad. Pero, valdría la pena preguntarnos ¿qué impulsó a través de generaciones la creación de esa tecnología?

Nuestra amplia y diversa historia humana tiene evidencias que desde siempre nos hemos buscado los unos a los otros; vislumbrando nuestra unidad hemos avanzado intuyendo que ese encuentro nos enriquece y nutre, nos permite ampliar nuestras libertades y posibilidades; pero, sobre todo nos permite conectarnos con nuestra grandeza humana. En este contexto de cuarentena, si alejamos lo miedos y bajamos el ruido mental, podemos conectarnos con ese impulso profundo y lograr sentir la presencia de nuestros seres queridos y registrar la alegría anticipada del día en que volveremos a fundirnos en el afecto del abrazo.

Hace mucho que nos venimos reconociendo como humanidad, conmoviéndonos con la presencia del otro, del diferente. Ese acto de reconocimiento de uno mismo y del otro se ha traducido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la abolición de la esclavitud, en los movimientos de liberación, se viene expresando en los movimientos feministas, étnicos, en la permanente lucha por la inclusión de personas con capacidades diferentes y en cada acción que dignifica la vida humana.

Puede existir mucho desarrollo de la tecnología informática; pero, por sí misma no produciría la conciencia de que somos una sola humanidad. Es esa búsqueda y disposición de la conciencia humana al encuentro del otro la que permite esa experiencia de reconocimiento de una misma humanidad.

No es el coronavirus el que ha despertado la solidaridad entre nosotros. Basta reconocer que el desarrollo de la medicina con sus vacunas, remedios y métodos de curación son resultado del impulso humano de aprender y conocer; que, así como la bondad y la compasión, son fuerzas presentes a lo largo de nuestra historia que nos han impulsado sin límites. El afecto y la solidaridad ha demostrado innumerables veces que son más poderosos que el temor. Si eso no fuera parte de nosotros, no habría epidemia que despertara la solidaridad.

Así también, hoy ya está lanzado el acto de búsqueda al encuentro con seres conscientes en los confines del universo ¿Se imaginan la alegría? ¡No estamos solos en el universo! ¡No somos el resultado del azar! Es un acto profundo de la conciencia humana que se lanza al infinito para ampliar su libertad más allá de este espacio y este tiempo buscando Sentido.  Aún no es el momento, tenemos problemas que resolver aquí. Pero, ya está operando esa intención esperando su momento. Y también están aquellos que quieren instrumentalizar esa esperanza profunda del alma humana con el afán de encontrar minerales, agua, conquistar nuevos territorios.

Los grandes cambios empiezan traduciendo aspiraciones y búsquedas profundas, luego se expresan en múltiples acciones transformadoras de la sociedad, las relaciones humanas, y de nosotros mismos.

Contamos con una acumulación histórica que nos habilita la posibilidad de dar un salto cualitativo hacia una conciencia más amplia, más profunda y plena, propicia para expresarse en un nuevo mundo en sintonía con ella.

No sabemos cómo se seguirán desarrollando los acontecimientos con y después del coronavirus. Pero si sabemos que en nuestro imaginario colectivo ya se configuró la imagen de un mundo sin violencia y sin discriminación, de igualdad de oportunidades y libertades para todos, de bienestar común, en el que cada ser humano sea el valor central. Y ese impulso viene desde muy lejos en la historia humana y es indetenible. Tarde o temprano se abrirá paso. Queda a cada cual sumarse a esa correntada de la vida que a través de nosotros busca plasmarse en una nación verdaderamente humana.