¿Qué es la época, sino el conjunto de las intenciones humanas actuando? La acumulación histórica, todas las huellas del pasado construido, pero también las aspiraciones de quienes están vivos, empujando al presente en una u otra dirección. Es esa frágil capa de conciencia que va determinando los acontecimientos y haciendo imaginar futuros diversos posibles.

En cada momento histórico los individuos y los pueblos van superando las dificultades impuestas por el mundo y permitiendo que la especie avance – o retroceda – un pasito más. Toda esa acumulación, ese enorme aprendizaje acumulado, va pasando de generación en generación y estableciendo nuevas condiciones, cada vez más posibilitarias, para quienes sobrevendrán.

Así, estos son los tiempos más complejos ya que retienen todo el saber humano en los más amplios campos del conocimiento, poseen toda la experiencia colectiva, los hechos contradictorios y crueles así como las enseñanzas de bondad. Estos son tiempos muy especiales en los que nada es seguro en cuanto a la dirección que pueden tomar los acontecimientos.

Menos aún en las circunstancias actuales, en las que un factor externo – un virus – pone en jaque el modo en que vivimos y acelera la crisis que ya venía arrastrando en tantos aspectos el sistema.

Las cabecitas de la gente, de toda la gente, determinan la época, orientando los hechos hacia valores e intangibles que estamos representándonos, imaginando, queriendo alcanzar. No da lo mismo qué se piense actualmente, ni qué se sienta. Ese pensar y ese sentir orientarán las acciones y según ellas serán los tiempos que vienen. Aquello que rechazamos y lo que consideramos obsoleto, todo lo que queremos superar.

Las encrucijadas globales ante las cuales estamos se resuelven en las propias conciencias y luego devienen hechos concretos. Pero si no se resuelven, si quedan como paradojas que no logramos enfrentar y superar, nos paralizan y no podremos escapar a la crisis ecológica, a la amenaza nuclear, al neoliberalismo despiadado, a la pobreza de las grandes mayorías, la discriminación, la violencia y la locura.

Estamos todos en la misma nave y su timón nos lleva hacia dónde lo pensamos. Son las grandes propuestas ideológicas o místicas, las ideas-madre, las que hacen falta en tiempos oscuros. Ideas que insuflen los corazones e iluminen el hacer.

La época es eso, ciertas interpretaciones de la realidad, un modo de descifrar lo que consideramos Sagrado y de emplazarlo afuera o dentro de uno mismo, algunas ideas-fuerza y principios que puedan regir la acción.

Siempre, en todo momento histórico, hubo seres humanos que intentaron conservar y mantener las condiciones imperantes (sobretodo si los favorecía) y hubo quienes apostaron por cambiarlas. Normalmente los cambios, aunque se retrasen, terminan por abrirse paso. Nada es estático e indefectiblemente la historia avanza. Pero también hay momentos en que se pueden acelerar las condiciones favorables a las transformaciones profundas, oportunidades en que la revolución es posible.

Si observamos con detención un determinado momento histórico, veremos dentro de él esos elementos más dinámicos, personas más resueltas, y advertiremos que de una manera u otra ellas establecen relaciones y se ponen en contacto, se inspiran recíprocamente, se apoyan para avanzar aún cuando se encuentren distanciados geográficamente e incluso culturalmente. Los elementos más progresistas entran en resonancia entre ellos y eso permite ganar en impulso evolutivo y logra dar dinámica al proceso.

Unas ideas van siendo reemplazadas por otras, se desgastan las viejas creencias y finalmente se alcanza a divisar en el horizonte las señales de un nuevo amanecer.

Pero esas personas que lo están oteando, que lo intuyen, a menudo entran en contacto entre ellas y se influyen recíprocamente.

Esa es nuestra tarea ahora. Encontrar a todas y todos quienes abren horizontes, construyen posibilidades más allá del hoy, buscan salir de los determinismos actuales para avanzar hacia otro tipo de sociedad y de ser humano particular.

No basta con un cambio social solamente ni tampoco con un cambio personal individual. Las cosas son en simultáneo o no son. Pero ya hay muchos que han comprendido esto y nuestra época está desplegando múltiples posibilidades, experimentos, propuestas, formulaciones nuevas que pueden cobrar fuerza si nos encontramos recíprocamente y nos empezamos a potenciar.

Cambiar la época es abrirse a quienes ya están en marcha hacia el futuro. Es levantar la propia antorcha y hacerse ver, dar señales para alcanzar a encontrarnos, disponernos positivamente hacia ello, porque nos necesitamos. Ninguno de nosotros saldrá solo hacia los tiempos que vienen, menos aún si los queremos reconciliadores, si buscamos asegurar la paz.

Necesitamos construir convergencias, encuentros, diálogos. Necesitamos valorar lo diverso, que a su manera y de modo diferente a nosotros, apunta igualmente en la misma dirección.