Leo el testimonio de un médico italiano que se muestra sorprendido por la alarma pública que ha provocado en Chile el Coronavirus. Nos dice que él vive y trabaja en uno de los países que tiene altos índices de infectados y que allí la población parece tener plena conciencia de que se trata de uno de los virus más benignos y con más baja letalidad, como lo demuestran, por lo demás, todas las cifras mundiales. Nos advierte que la histeria provocada en Chile es completamente exagerada, si se considera que al escribir esta líneas solo tenemos cuatro casos de pacientes que habrían portado el mal desde el extranjero y todos, hasta aquí, ya se encuentran muy lejos de arriesgar sus vidas.

Desde La Moneda, el Coronavirus le ha ofrecido una oportunidad magnífica al Presidente Piñera y a sus subordinados para atemorizar al país y tratar de ponernos a todos en ascuas frente a un riesgo mucho menor que el provocado por los miles de pacientes que mueren esperando atención en los hospitales públicos y por los que seguirán falleciendo a diario por la influenza y otras enfermedades de alta letalidad. El propio jefe de estado no cesa de hablar y dictar cátedra sobre este tema para evitar seguramente un pronunciamiento sobre las acuciantes demandas sociales de nuestra población y que son las culpables de los padecimientos de los millones de pensionados, los cientos de miles de niños infectados por las drogadicción y las miseria. Además de las víctimas que aumentan por el maltrato cotidiano y criminal que Carabineros ejerce sobre los que han debido salir a las calles a reclamar por sus derechos conculcados, por los abusos de los poderosos y la corrupción de los gobernantes.

Con la prensa adicta, Piñera, el ministro de Salud y otra serie cómplices copan los canales de televisión con noticias alarmistas que desplazan a las que son realmente importantes en Chile y el mundo. Noticiarios, matinales y toda suerte de programas para cumplir con este propósito. Supuestos periodistas o noteros abyectos que ven en este tema una verdadera oportunidad mantener sus puestos de trabajo, cuando ya el Festival de Viña se ha esfumado y los embustes sobre Venezuela y otros países perdieron atractivo. Nunca tantos profesionales de la salud y de otras especialidades han tenido espacios tan exquisitos en los medios de comunicación para obtener clientes. Tal como los laboratorios, farmacias y clínicas para especular con los precios de aquellos productos o fármacos que pudieran ser útiles para el día en que la epidemia y pandemia “golpee” a nuestro país.

De lo que se trata es atemorizar a la población para que se quede quieta ojalá la mayor parte de su tiempo y en sus casas. Para que se suspendan los espectáculos masivos donde la rechifla y las consignas contra Piñera crecientemente superan los aplausos a los deportistas y artistas. Para ello, las autoridades han llegado a hacernos un ofertón de licencias médicas para quioenes se sientan afiebrados, nerviosos o temerosos de haber contraído un mal que en el mundo jamás podrá superar la cifra de muertos o mutilados por las guerras y desastres naturales. Como tampoco la de los cientos de miles o millones de latinoamericanos afectados por las diversas pestes; la de los millones de africanos y asiáticos asesinados por el hambre y las políticas neoliberales o la de los cientos de miles de europeos o estadounidenses que se suicidan o fallecen por el hartazgo de sus hábitos culinarios y vicios.

Algunas autoridades de Gobierno y de la derecha más recalcitrante hasta manifiestan su esperanza de que se posterguen el itinerario institucional, el plebiscito y las próximas elecciones, ya que estos eventos podrían constituirse en un fatal “caldo de cultivo” del Coronavirus, si se piensa, por ejemplo, en los recintos de votación, las reuniones y manifestaciones. Evidenciando con ello el temor que le tienen a que el país se infecte realmente de buenas ideas, y el descontento social y las movilizaciones sean el ariete de los cambios tan soñados. Del “Chile Nuevo” que Mariano Puga, nuestro ejemplar sacerdote obrero, visualiza en su agonía. Ahora que el pueblo, según él, ha despertado.

Lo que más debiera intimidarnos, en realidad, son las alucinaciones y la desvergüenza de Sebastián Piñera, que ya no es capaz, siquiera, de percibir el rubor que provoca hasta en sus más cercanos seguidores sus delirantes y desatinadas alocuciones en que, además de su obsesión por el Coronavirus, se traiciona en su machismo rampante y otros descriterios que lo han convertido en el principal hazmerreir del país