El coronavirus COVID-19 está poniendo en jaque a los más diversos sistemas políticos y económicos. El partido se está jugando apostando a las capacidades que unos y otros tienen para responder a los inéditos desafíos que está planteándonos la pandemia.

En lo político ya salen a la palestra quienes sostienen que las dictaduras, o más eufemísticamente, los regímenes autoritarios, están en mejores condiciones para encarar al coronavirus que aquellas sociedades que se asumen como democráticas. Mientras unos postulan la necesidad de imponer una vigilancia totalitaria –vía drones, cámaras de vigilancia, reconocimientos faciales- que permita saber a una suerte de estado todopoderoso, dónde estamos y qué estamos haciendo en todo minuto. Otros plantean la necesidad de un empoderamiento ciudadano en el que cada uno asuma su responsabilidad en el trance en que está situado. Esta postura se centra en que lo que ocurra y depende de cada uno de nosotros, no de un Estado todopoderoso.

En los países donde prima la vigilancia totalitaria, la información que se recoge de cada uno de nosotros, en todo momento, donde quiera que estemos y donde estemos, es analizada –vía big data, data analytics, data mining– para tomar decisiones con la precisión que las circunstancias aconsejan. La privacidad de los datos, por cuyos derechos las sociedades democráticas han estado bregando ante la aparición de las nuevas técnicas asociadas a la inteligencia artificial, salta por los aires en las sociedades totalitarias.

Estas últimas parecen llevar la delantera en el abordaje de la pandemia. De hecho, China, país origen de la crisis que se está viviendo, pareciera estar saliendo del paso, mientras que sociedades democráticas aún se debaten en la definición de las estrategias más apropiadas para detener el crecimiento de casos y muertes.

España e Italia constituyen una muestra de las dificultades que encierra, no la existencia de regímenes democráticos, sino que la ausencia de un empoderamiento ciudadano, esto es, que al menos en los momentos iniciales los ciudadanos  no fueron capaces de ajustar voluntariamente sus conductas y comportamientos a la envergadura de la crisis. Esta realidad se ha hecho extensiva, en mayor o menor grado, a los otros países europeos, así como a los países latinoamericanos y al propio EEUU. De hecho, en la práctica, ante la incapacidad para imponerse a sí mismos cuarentenas, los propios ciudadanos exigen que los estados les impongan cuarentenas, cordones sanitarios, y otras hierbas.

Lo expuesto es revelador de algo no menos preocupante: que nuestros regímenes, si bien se presentan como democráticos, difícilmente pueden serlo cuando sus ciudadanos solicitan que se les imponga lo que por sí mismos son incapaces de imponerse. La tentación totalitaria está siempre presente, sobre todo en tiempos de pandemia.

 

Foto: Lianhao Qu en Unsplash