Por Juan Gómez Valdebenito

Estamos viviendo tiempos difíciles en todo el mundo producto de diversos fenómenos tanto naturales como sociales que nos hacen preguntarnos reiteradamente sobre sus verdaderas causas y posibles soluciones. En efecto, el cambio climático con inundaciones terribles en algunas zonas y sequías igualmente pavorosas en otras latitudes nos hace sentirnos atemorizados. Asimismo las expresiones sociales en Latinoamérica como en Europa y Asia, que se han manifestado en levantamientos, estallidos, rebeliones, han tendido un manto de temor y ansiedad ante lo que parece ser un cambio inminente en la forma de vida que hemos llevado hasta ahora. Las amenazas de guerras con un claro riesgo de detonaciones nucleares contribuyen aún más a acentuar las aprehensiones de un futuro incierto para la humanidad. Y finalmente las epidemias virales se constituyen en un nuevo factor de preocupación para toda la humanidad ya vapuleada con tantas convulsiones.

Nuestra forma de vida basada en el consumo en una economía de mercado con necesidades de crecimiento permanente parece estarse agotando y no se muestra congruente con un planeta que está cambiando. No sólo eso, sino que socialmente ya no está dando respuesta a las necesidades de las mayorías de las poblaciones.

El cambio climático y las inequidades propias del sistema capitalista están empujando a la humanidad al colapso, que se manifiesta en migraciones masivas, pobreza y hambruna en muchas regiones, disputas desenfrenadas por los recursos naturales, en particular por el agua y el petróleo, y conflictos raciales y religiosos ante las masivas migraciones.

Hace más de un siglo se viene construyendo un sistema que prometía ser la solución a los problemas de las sociedades en el mundo entero. El sistema basado en el desarrollo capitalista prometía dar trabajo a la mayor parte de la población, acceso a la salud, educación, vivienda y una forma de vida confortable con grandes posibilidades de disfrutar de las bellezas naturales, de la familia y seres queridos, con todos los bienes y servicios al alcance de la mano.

Lo que comenzó a ocurrir es que el desarrollo y el crecimiento no llegaba a todos los lugares por igual, con grandes zonas de África, Asia y Latinoamérica con niveles de desarrollo muy inferiores o derechamente con bolsones de miseria espantosos, y regiones como Europa y Norteamérica que comenzaron a concentrar toda la riqueza. Lo hicieron a través de empresas que se internacionalizaron invirtiendo en los países más pobres, pero llevándose la inmensa mayoría de las utilidades a sus respectivos países. Estas transnacionales empezaron a crecer en forma desmedida, concentrando y acumulando el capital, creando feudos con no sólo un inmenso capital económico, sino además un enorme poder político.

Al interior de la mayoría de los países también se adoptó ese sistema y surgieron las empresas criollas, con muy pocas posibilidades de competir con las grandes transnacionales, pero con grandes oportunidades de dar trabajo a sus connacionales y contribuir al crecimiento del país.

Estas empresas nativas replicaron la misma tendencia que se venía dando en todo el mundo, creando una desigualdad enorme en los ingresos en condiciones de mucha explotación, y con salarios en la mayoría de los casos inferiores a las necesidades básicas de las personas. No hay que olvidar que el trabajo comenzó en condiciones de total esclavitud, sin derechos de ningún tipo, sin pago de remuneraciones, sino solamente lo mínimo necesario para subsistir y en condiciones infrahumanas. Fue un proceso largo y durísimo terminar con la esclavitud formal, con miles de mártires que dieron su vida para que se lograra su abolición. Sin embargo esa tendencia a la explotación de los empresarios hacia los trabajadores ha subsistido a través de los siglos, y si bien es cierto la esclavitud formal se ha abolido, la informal ha prevalecido con alrededor de 40 millones de personas que laboran en condiciones de esclavitud, incluso niños, según cifras de Freedom United. La ambición, y su expresión superlativa, la codicia, no tiene límites, carece de respeto y empatía, y arrasa con todos los derechos humanos.

El sistema capitalista con una economía de mercado libre, con pocas regulaciones, prevaleció con muy pocas excepciones, para luego del desmembramiento de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, dar rienda suelta a la economía de mercado prácticamente en todo el mundo llamado “libre”.

El modo de vida así creado ha desarrollado a los países en términos de avances científicos y tecnológicos logrando mejorar enormemente la productividad, elaborando productos que sin duda han contribuido a elevar el nivel de confort y comodidad a buena parte de la población. Sin embargo ha generado enormes desigualdades entre países ricos y pobres y al interior de los países mismos. La concentración de la riqueza ha alcanzado niveles sorprendentes y escandalosos, a tal punto que el 0.1 % de la población es dueña de la mayor parte del capital mundial.

Las comunicaciones y los transportes han tenido un avance espectacular, casi todos cuentan con un celular con internet, y buena parte de las familias hasta con un automóvil particular. Sin embargo estos mismos avances comunicacionales han dado a conocer a la población la realidad en la que viven, y comunican a través de las redes sociales sus gustos, intereses, ideas, pensamientos, inquietudes, y también se generan llamados al activismo social y político.

Para que este sistema capitalista neoliberal se perpetuara era necesario educar con contenidos curriculares acordes a este sistema, centrados en conocimientos científico-técnicos y muy poco contenido social y humanista. La idea era crear buenos prosumidores (productores y consumidores) que fueran eficientes y productivos en las empresas de los dueños del capital y con un gran apetito por el consumo de bienes y servicios que esas mismas empresas produjeran.

Este sistema educacional, ha producido personas ambiciosas, egoístas, muy poco empáticas, indolentes y absolutamente carentes de respeto por sus semejantes, mucho más centradas en el tener que en el ser. Esta realidad social ha afectado a todas las capas sociales, trabajadores no calificados, profesionales y ejecutivos. Los mejor relacionados y posicionados social y económicamente crean empresas y dan trabajo precario a una mayoría carente de oportunidades.

Este ser humano centrado más en el tener que en el ser, y con muy pocos valores humanos se ha puesto codicioso, reduciendo todas sus áreas de intereses a lograr una mayor rentabilidad de donde sea posible, con buenas o malas artes. Y como esto afecta a todas las personas, cualquiera sea su condición laboral, hemos visto como una pandemia la corrupción a todos los niveles: gobernantes, congresistas, policías, jueces, militares, etc.

La dinámica del consumo, necesario para hacer girar la rueda de la economía, ha estimulado la productividad, pero también la competencia, generando grandes necesidades entre las empresas de reducir los costos de producción, la mayoría de las veces a costa de las remuneraciones de los trabajadores. Así como de incrementar sus utilidades generando prácticas insanas como la monopolización y la colusión en la comercialización de sus productos.

La codicia se ha desatado, la ambición desmedida no conoce límites, se talan bosques milenarios para vender su madera y en su lugar plantar soya o aceite de palma, se hacen explotaciones mineras echando abajo glaciares, se perforan pozos petroleros en el Ártico, se matan los elefantes y rinocerontes para vender sus colmillos, se venden armas a países cuyos gobiernos criminales que atentan contra su propia población e invaden a sus vecinos asolando los derechos humanos. Y aún más, se destinan trillones de dólares a la industria nuclear, principal amenaza para la especie humana. Se planifican y generan guerras para conservar el dominio sobre los recursos naturales. La venta de armas está en su apogeo gatillada por políticas exteriores que fomentan la inseguridad y la amenaza de conflictos.

Ningún pueblo en la práctica es dueño de escoger su destino. A los que osan hacerlo en contra de los intereses del mercado le quitan todo tipo de apoyo, lo sancionan y lo bloquean hasta derribar a los gobiernos que encarnen esa osadía.

El capitalismo patriarcal que nos cobija con su hormonal sed de dominio insta a conquistarlo todo, tierra, agua y aire con todo lo que contienen y ejercer su dominio sobre las personas y las cosas para tenerlas como propiedad privada, incluso a la misma mujer, último bastión de la conquista machista. Todo se transa en este mercado libre, bienes, servicios y personas, hasta los mismos sentimientos. Todo queda sujeto a la conveniencia e interés personal, la que le fija el precio de mercado.

El apetito empresarial todo lo reduce a lucro, y busca maximizar sus utilidades sin ningún pudor. Cobra por sus productos y servicios mucho más de lo debido. A todo le pone precio, aún a los productos de mayor importancia vital, como los servicios básicos y los productos farmacéuticos. Y como no hay regulación de precios en una economía de mercado libre, ni siquiera en los productos más necesarios para la vida, los comerciantes cobran lo que pueden por ellos.

En esta jaula mercantil que el sistema ha creado estamos atrapados y no hallamos como salir. Como en una bolsa de gatos nos culpabilizamos mutuamente y defendemos las posiciones nuestras y de nuestros cofrades, aún sin tener la razón, para afirmarnos en nuestro ego. La tolerancia y el respeto ya casi no existen, incluso a nivel personal. Las relaciones de pareja tienen una fecha de vencimiento promedio de 7 años dada la incapacidad de sus miembros de aceptar sus diferencias de gustos e intereses. Incluso en el ámbito político las lealtades casi no existen. Sólo las conveniencias.

Culpabilizamos a los que no piensan y sienten como nosotros, los tratamos de asesinos, corruptos, ladrones, sin aceptar ni comprender que somos la misma especie, que todos somos potencialmente asesinos y ladrones, sólo que a algunos el destino puso en una situación de tener que ejercer el poder y la violencia y a otros en un ambiente de mayor concordia y armonía. Los violentos tratan de violentos a los demás sin reconocer su propia violencia interior. Esto es válido para todos los que estamos encerrados en esta jaula.

Los cerrojos son férreos, pero no inexpugnables. La sociedad civil se está despertando y levantando en todo el mundo exigiendo respeto por la naturaleza, los animales y por los derechos humanos. Mucho ha contribuido la revolución comunicacional a través de los teléfonos móviles y sus redes sociales. La gente se comunica y se moviliza. Ha costado mucho dar a entender a los gobiernos, en particular a los de los países desarrollados, que es la sociedad civil la que en el futuro señalará los rumbos que ha de seguir la sociedad. El pueblo se está cansando de los representantes políticos que han sido cooptados por el poder económico-empresarial y que en connivencia con ellos, han legislado a su favor y en contra de la ciudadanía. Han permitido que las empresas abusen del pueblo con cobros exagerados sin ningún tipo de auditoría en sectores tan sensibles como la salud y educación.

La gente no se siente representado por ellos, les retiró su confianza y se ha alzado casi en armas a exigir un cambio en las políticas de gobierno para que obren en favor de la ciudadanía. Por eso el estallido social en Chile y tantos otros lugares del mundo. El pueblo se siente indefenso a merced de unos monstruos voraces que no se cansan de esquilmarlos. Ha salido a las calles a decir basta de tanto abuso, de tanta corruptela y mercachiflería.

Sin embargo, a pesar de todo, es necesario llamar a la calma, a la racionalidad, cosa que nadie hace, a hacer las cosas con inteligencia de una forma no violenta y que esto no se transforme en un salvajismo irracional que sólo perjudica al mismo pueblo que dice defender.

La demanda social en Chile, muy justa en sus intenciones, crea expectativas sobredimensionadas. La gente ilusionada con mejoras sustanciales, al no ver satisfechas sus demandas ni en los plazos ni en su extensión, puede verse defraudada y frustrada en el intento. Y las soluciones más radicales de un cambio de modelo económico y político no se ven tan realizables. Se percibe una cierta inmadurez política por parte de la ciudadanía, y un sector anarquista violento está cooptando peligrosamente al movimiento social. Muchas veces no se adivina a ciencia cierta si las reivindicaciones no tienen un componente de envidia hacia el sector más favorecido por el sistema mas que un legítimo idealismo social.

Porque genera una tremenda irritación la inequidad con que el mercado libre asigna los ingresos por distintas actividades laborales. Al respecto podemos citar los ingresos que tienen los jugadores de fútbol, sus entrenadores, que a veces superan en un mes lo que un trabajador no calificado gana en toda su vida. Lo mismo con algunos artistas. Para no mencionar a los ejecutivos que ganan a veces más de cien veces lo que un trabajador de la misma empresa.

En lo que respecta a la educación es necesario decir que un sistema deshumanizado no puede producir frutos verdaderamente humanistas. Por lo tanto no es difícil colegir que la mayoría de las personas no están preparadas para un modelo económico distinto, comunitario y cooperativo. No lo estuvo antes en los tiempos de Allende, y parece ser que hoy lo está aún menos.

Necesitamos desesperadamente una nueva educación verdaderamente humanizadora que sea capaz de formar personas integrales, capaces de resolver sus conflictos por medios no violentos, que sean capaces de aceptarse, conocerse y comprenderse a sí mismos para también aceptar y comprender a los demás. Una educación formadora de la persona más que impartidora de conocimientos. De lo contrario sólo cosecharemos desilusiones y frustraciones, y por supuesto, violencia irracional y represión brutal.

A lo que podemos aspirar hoy en día es a un amplio acuerdo nacional, a una convergencia que surja desde la base, de los cabildos y asambleas ciudadanas como se ha estado haciendo, no de las cúpulas políticas habituales. Para construir el futuro nos necesitamos todos, trabajadores, profesionales y empresarios sin exclusiones para ningún sector. Para nadie es legítimo imponer sus ideas a los demás, aunque sean mayoría, y relegarlos a un rincón sin darle participación ni libertad de expresión. Es necesario insistir aunque sea majadería, que la buena educación es la clave para formar personas que sean verdaderamente capaces de lograr estos grandes acuerdos. Una educación impartida en colegios no segregados socialmente, en los cuales haya estudiantes de todas las capas sociales, con un sentido de integración, de cooperación, de entendimiento, de respeto mutuo, de resolución de conflictos de forma no violenta, poniéndolos a ellos mismos como centro de las enseñanzas educacionales. En ese momento seremos capaces de lograr un cambio social, político y económico generador de equidad en todos los términos.