Por Ailynn Torres Santana

Todas las mujeres han sido objeto de violencia por ser mujer en algún momento de su vida. A la vez, esa violencia se manifiesta en distintos grados, dependiendo de a qué otras exclusiones esté sometida.
En las últimas semanas uno de los debates más resonantes y sistemáticos en Cuba está siendo el de la violencia de género, sobre todo en voces institucionales, medios de comunicación y redes sociales. Distintos elementos han convergido en ese sentido.

El 25 de noviembre cada año se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. A propósito de esa fecha se realiza en el país una extensa jornada de activismo institucional para visibilizar la problemática y profundizar el análisis del tema. Se han sumado también proyectos comunitarios, culturales y distintas voces sociales.

Además, Cuba está en el umbral de un enorme cambio normativo después de la aprobación de la nueva Constitución de la República. Más de 50 leyes serán modificadas o creadas en los próximos años. El calendario debe ser público antes de abril de 2020. Ese proceso ha habilitado la pregunta de qué lugar va a ocupar la violencia de género en el nuevo cuerpo legal.

Ha sumado interés al asunto una solicitud ciudadana a la Asamblea Nacional, entregada el 21 de noviembre de 2019. El pedido central es la inclusión en el calendario legislativo de una Ley Integral contra la Violencia de Género. Ese esfuerzo ha contribuido a visibilizar las dos opciones que se están manejando en el espacio institucional: 1) Ley Integral contra la Violencia o 2) inclusión del tema dentro de otras leyes.

Aunque el debate presente indica que la discusión está avanzada, aún hay preguntas básicas sobre la mesa. Contribuir a responderlas es urgente si se quiere avanzar con celeridad.

¿Qué es la violencia de género?

Una tesis habitual es la que reza: la violencia no tiene género, todas las violencias son iguales, las normas no deben hacer una innecesaria diferenciación.

Quienes trabajan sobre el tema han promovido la inclusión de la violencia de género en el campo institucional y dentro de la agenda de problemas por resolver en Cuba. La novísima Constitución cubana lo reconoce en su artículo 43.

Sin embargo, en el sentido común, aún no se reconoce la especificidad de la violencia de género. El problema no está en las personas que así creen y que abanderan tales tesis, por supuesto.

La causa principal es el aún escaso debate al respecto, que no está instalado en la conversación ciudadana.

Como saben muchas víctimas, como sabemos las mujeres y como han denunciado desde hace décadas las organizaciones internacionales, la violencia de género es una forma específica y diferente de violencia y necesita reconocerse como tal para poder resolverse o atenuarse.

Hay distintas definiciones. La mayoría comparten elementos claves:

1.la violencia de género se refiere a toda conducta, acción o omisión que (re)produce una relación desigual de poder que está basada en el género de la víctima;
2.puede expresarse en espacios públicos o privados;
3.tiene como resultado el menoscabo del reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos de la víctima.
Las víctimas de la violencia de género son aquellas personas a quienes se les identifica como mujeres (de distintas orientaciones sexuales, identidades de género, edades, condición “racial”, pertenencia religiosa, etc.).

¿Qué quiere decir que una violencia esté basada en género y por qué las víctimas son mujeres?

Quiere decir que la víctima es subordinada porque se le identifica con un género específico. No por otra razón. Me explico enseguida.

Aunque en la realidad se cruzan distintos tipos de violencia, no sería un caso de violencia de género, por ejemplo:

Si la víctima lo es sólo porque está en desventaja numérica respecto a sus agresores. Pensemos en un hombre que es agredido por un grupo de cuatro hombres.

Si la víctima lo es sólo porque está en una situación irregular, como es el caso de la violencia ejercida sobre una persona migrante.

Si la víctima lo es sólo porque está en situación de dependencia física. Pensemos en el abuso, robo o sujeción a una persona con necesidades especiales de movilidad.

Cualquiera de esos casos podrían agravarse si, además, hay violencia de género. Pero no son casos de violencia de género en sí mismos. Muestran otros tipos de violencia.

La violencia de género, por el contrario, se deriva de los patrones de dominación masculina sobre las mujeres. Esos patrones de dominación masculina están presentes en todo el mundo (aunque con diferencia de grados y tipos de prácticas en cada región y país) y son visibles en:

los códigos culturales que subordinan a las mujeres y que se expresan, por ejemplo, en las normas sociales (una mujer debe ser “femenina” y tener a lo largo de su vida pocas parejas sexuales) y en las expectativas sobre nosotras, nuestros roles y nuestros cuerpos (entre nuestros destinos está ser madres y si no lo somos no estamos completas, debemos ser las cuidadoras de la prole o de quien lo requiera, debemos ser satisfactoras sexuales de las parejas masculinas, una mujer debe poder hacer trabajo asalariado y tareas domésticas óptimamente porque es lo que le corresponde) etc. Esas expectativas y normas no existen respecto a los hombres, pero el problema no es que sean diferentes, sino que esas expectativas y normas subordinan a las mujeres, limitan su autonomía económica, coartan derechos.

las estructuras y dinámicas económicas que excluyen a las mujeres. Por ejemplo, a lo largo y ancho del mundo las mujeres participamos menos que los hombres de los mercados de trabajo, tenemos menor presencia en sectores económicos de mayores ingresos, somos menos propietarias de activos económicos, de la tierra, de las viviendas y, en muchos lugares, ganamos menos salario por igual trabajo, etc.

las estructuras y dinámicas políticas visibles, por ejemplo, en nuestra menor presencia en los órganos de representación política y en cargos directivos, o menor reconocimiento político, social y cultural de nuestros aportes.

las formas de control social y sobre el cuerpo de las mujeres, que son más víctimas de trata y tráfico de personas, tienen prohibido parcial o totalmente la interrupción de los embarazos en muchos lugares del mundo (aunque somos las encargadas de la crianza), son violentadas en centros de salud con procedimientos ginecológicos inadecuados, o cuyas denuncias son desatendidas sistemáticamente en sistemas judiciales ciegos o miopes a la desigualdad y la violencia.

Todas las mujeres han sido objeto de violencia por ser mujer en algún momento de su vida. A la vez, esa violencia se manifiesta en distintos grados, dependiendo de a qué otras exclusiones esté sometida. No es una cuestión aditiva. No se trata de que mientras más exclusiones una mujer acumule, más objeto de violencia es. Pero hay contextos en los que ciertas exclusiones (de estrato socioeconómico, “raza”, situación migratoria, etc.), y su convergencia, acentúan los grados de violencia. Lo mismo podría decirse respecto a los hombres, que pueden recibir violencia por ser pobres, migrantes, ancianos, racializados. Pero no por ser hombres.

¿Hay violencia de género sobre los hombres?

Un hombre también puede ser objeto de violencia, pero esa violencia no se ejerce sobre él porque, debido a su condición de hombre, se le considere (implícita o explícitamente) inferior.

Ese hombre puede ser víctima de violencia por ser pobre, por ser negro, por campesino en una sociedad urbano-céntrica, por ser viejo o demasiado joven, por sus creencias religiosas o políticas, etc. Esos son otros tipos de violencia, imprescindibles de atender. No son, sin embargo, violencias de género.

No sucede lo mismo en el caso de las mujeres que, cuando son víctimas de violencia de género, en ese gesto hay detrás toda una sociedad que justifica o habilita esa violencia hacia ella por el hecho de ser mujer. Algunos ejemplos pueden ayudar a entender que esa violencia existe y se reproduce por caminos distintos a otras.

En sociedades con bajos índices de violencia social, la violencia hacia las mujeres continúa existiendo y siendo alta. Pensemos en el caso uruguayo, uno de los países con mejores indicadores sociales de salud y educación de la región, y con bajos índices de criminalidad. Sin embargo, continúan existiendo feminicidios y siendo elevadas las tasas de violencia hacia las mujeres. Eso sugiere que ese tipo de violencia se está (re)produciendo a través de otras vías; lo mismo que resuelve la criminalidad en general, no resuelve la de género.

En segundo lugar, aunque la violencia de género se desarrolla tanto en espacios públicos como privados, el hogar y las relaciones de pareja son un lugar especialmente peligroso para las mujeres, no así para los hombres.

Según un informe de la ONU, en 2017 el 34.48 por ciento de los asesinatos a mujeres en todo el mundo fueron cometidos por sus parejas o ex parejas. En el caso de los hombres, no es así.

Los hombres asesinados, lo son sobre todo en espacios públicos y por otros hombres, no por mujeres. Parece ser, entonces, que las mujeres son más víctimas de un tipo de violencia que es distinta y que tiene como uno de sus escenarios (no el único) el hogar.

De los asesinatos y las violencias al interior de la pareja, la gran mayoría de los perpetradores son hombres. En España, entre 2008 y 2017 en el 90 por ciento de los casos de violencia en el seno de la pareja el agresor fue el hombre.

Los hombres también son mayoría entre los agresores en general, hacia hombres y hacia mujeres. Cerca del 95 por ciento de los asesinatos que se cometen en todo el mundo, son por sus manos.

Los análisis feministas defienden que esa estadística no retrata a los varones de forma personal, a los hombres individuales. El predominio de hombres en esos números sobre violencia es resultado de la forma en la que están organizadas nuestras sociedades y el poder, la economía, la política, la cultura, las leyes.

Con ello no se desresponsabiliza a las personas concretas, pero se advierte que la solución no es solo individual, porque se trata de un problema mayor. La forma machista de ordenamiento social es perjudicial para el conjunto. A los hombres se les socializa a partir de un cánon en que su poder dependerá del poder (implícito o explícito) sobre mujeres (madres, hermanas, parejas, colegas de trabajo, hijas).

En las agresiones hacia las mujeres, la apropiación del cuerpo juega un papel principal, a diferencia de en los casos de violencia hacia los hombres. La violación previa al asesinato es muy común.

La violencia sexual sobre el cuerpo es también una marca de las agresiones a las mujeres en los espacios públicos. En casos de acoso laboral, por ejemplo, donde es posible que las víctimas sean tanto hombres como mujeres, cuando las víctimas son las mujeres el acceso al cuerpo es central, y el ejercicio de poder se viabiliza con mucha más frecuencia, en el sometimiento sexual. Lo mismo sucede en situaciones de conflicto armado o de violencia política.

En los casos de abuso a menores, las niñas son más frecuentemente víctimas que los niños. Aunque pueden tener la misma exposición a la situación, son ellas las más abusadas.

Podrían mencionarse muchos más ejemplos.

La conclusión gruesa es que, aunque la violencia es una pandemia en nuestras sociedades, los espacios y dinámicas de violencia hacia las mujeres muestran un patrón específico. Por tanto, requiere respuestas de prevención, educación ciudadana, penalización, acompañamiento y reparación también específicas, incluidas las de carácter legislativo. Si eso no se hace, la violencia hacia las mujeres y las niñas no se va a resolver.

¿En Cuba existe violencia de género?

En Cuba existe violencia de género y es un problema que ha ganado reconocimiento público. Distintos proyectos, esfuerzos institucionales y personas han aportado información y conciencia sobre el tema desde 1990, fecha en que la Federación de Mujeres Cubanas creó las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia.

No hay, sin embargo, cifras sistemáticas sobre todas las formas y espacios de la violencia hacia las mujeres y las niñas. Esa es una dificultad grande, porque no permite dimensionar el tema en su integralidad. Sin embargo, se conoce información suficiente para demostrar la existencia creciente del problema.

Al interior de las relaciones de pareja, los índices de violencia cubanos son comparables con los del resto del mundo. Según ONU-Mujeres, el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental o violencia sexual por parte de otra persona distinta a su compañero sentimental.

En Cuba, la última encuesta sobre igualdad de género mostró que alrededor del 39 por ciento de las mujeres declararon haber sido víctimas de violencia por parte de su pareja en algún momento de su vida. Si expandimos el diapasón e incluimos a otros agresores (no solo la pareja) es probable que sea más.

Sabemos también que en 2016 fue asesinada por su pareja o expareja alrededor de una mujer por semana. Y que en 2013 la cifra fue superior, alrededor de 66 en todo el año. La tasa específica para el 2016 fue de 0,99 por cada 100 mil mujeres de 15 años o más. Si se compara esa cifra con las de otros países para el mismo periodo de tiempo, vemos que Cuba tiene tasas inferiores a algunos y superiores a otros. Entonces, somos parte del problema.

El acoso callejero no está contabilizado, pero está registrado que es notable. Campañas lideradas por consorcios institucionales cubanos trabajan contra esta forma específica de violencia, muy expandida en el país.

La violencia de género en espacios laborales, estudiantiles, culturales y de medios de comunicación, está menos contabilizada. Pero a juzgar por cómo se comporta en el resto de los espacios, es de esperar que los índices sean altos.

La violencia de género en Cuba no es solo una cuestión cultural, aunque también se reproduce en la cultura. Está sostenida en estructuras de desigualdad que –a pesar de las políticas universalistas, las medidas renovadoras y beneficiarias para las mujeres desde muy temprano después de 1959 y el trabajo institucional– aún se reproducen con salud.

Por ejemplo, la tasa de participación laboral de las mujeres cubanas es baja. Nuestra presencia en sectores de mejores ingresos también lo es, y nosotras somos menos propietarias de la tierra.

Las mujeres realizamos mayor número de horas de trabajo de cuidados no remunerados en el hogar (aunque además realicemos trabajo remunerado fuera del hogar), y los programas de cuidados públicos de menores y personas dependientes son escasos e insuficientes, lo cual nos sobrecarga y limita nuestras posibilidades de autonomía económica.

Las mujeres cubanas tenemos menor presencia en el sector privado de la economía, donde las garantías de derechos laborales son menores y nos mantiene en desventaja (licencias de maternidad y por cuidados infantiles, posibilidad de guarderías, etcétera).

Somos menos reconocidas en los premios nacionales de todas las ramas de la cultura y la ciencia (aunque tenemos mayor presencia en las universidades). Y los patrones culturales aseguran que seamos nosotras las casi exclusivas cuidadoras del hogar y su decendencia: luego de 11 años de autorizadas las licencias parentales en el país (lo cual es una política tremendamente progresista) sólo 125 hombres han hecho uso de las mismas.

Nuestra mayor asistencia a centros universitarios, nuestra alta participación en los aparatos políticos, y las políticas universalistas de salud y educación, no han asegurado que la desigualdad de género se desactive.

Con todo, la respuesta es sí, en Cuba también existe violencia de género, que se verifica en un suelo de desigualdad que todos y todas debemos ayudar a desactivar. Por eso hoy, con honestidad, justicia y razones, es imprescindible discutir y poner sobre la mesa legislativa el problema para conseguir tener normas específicas. La violencia, definitivamente, sí tiene género.