por Javier Tolcachier

El año transcurrido en América Latina y el Caribe difícilmente habilita un balance sencillo. Balance que por las dinámicas en curso, tampoco permite trazar una ecuación con resultados definitivos.

Desde el punto de vista de la soberanía de los pueblos, debe señalarse el enorme mérito de la resistencia del pueblo y gobierno de  Venezuela ante el encarnizado asedio económico, diplomático y mediático por parte de Estados Unidos y sus satélites. La victoria bolivariana obtenida, pese a la adversidad objetiva que enfrenta por efecto del bloqueo y otras medidas coercitivas unilaterales de Washington, ha sacado a relucir la fuerza de la subjetividad revolucionaria, la vocación de soberanía y la asombrosa organicidad de un pueblo afectuoso, alegre y orgulloso de su pertenencia colectiva.

Por el contrario, la oposición digitada y financiada por la Casa Blanca aparece en el saldo debilitada por divisiones internas y escándalos de corrupción, lo que la aleja de poder cumplir el papel de referencia local adjudicado por el Departamento de Estado.

En esta misma columna debe anotarse la resiliencia de Cuba ante una similar presión originada por el ala de ultraderecha republicana, hoy determinante en la administración de Trump. El ataque contrarrevolucionario, que ya llega a las seis décadas, se ha centrado en un recrudecimiento del bloqueo y en el ataque a las brigadas de médicos cubanos que practican la solidaridad internacional. Una de las primeras medidas de los gobiernos derechistas ha sido la expulsión de los médicos cubanos, perjudicando a los sectores más vulnerables de la población, a los cuales atienden prioritariamente estas misiones.

Al mismo tiempo, Cuba ha logrado cerrar una fundamental reforma constitucional con la inserción de nuevos derechos y efectuado el recambio generacional en su conducción con la elección del ingeniero Miguel Díaz-Canel como nuevo presidente.

Dentro del bloque regional de izquierdas atacado por Washington, se encuentra también Nicaragua, que resistió el embate de sanciones unilaterales por parte del estamento legislativo de Estados Unidos (Nica-Act), la OEA y la Unión Europea, en la estela de la revuelta impulsada en 2018 por ONG’s, organizaciones estudiantiles, empresariales y el clero con el objetivo de derrocar al gobierno de Daniel Ortega y que tuvieron un saldo represivo lamentable.

Los sucesivos intentos de diálogo entre gobierno y oposición durante este año han sido entrecortados, pero han tenido como resultado la excarcelación de detenidos en las protestas del 2018 y el establecimiento de una Comisión de Verdad, Justicia y Paz para investigar los hechos acaecidos.

En el campo de las victorias populares, debe anotarse en lugar destacadísimo el triunfo electoral del Frente de Todos en Argentina. El resonante resultado dio por tierra las aspiraciones de continuidad de Mauricio Macri, uno de los principales personeros del sometimiento neocolonial a nivel regional y abrió las puertas a la configuración de un nuevo eje progresista en conjunto con el actual gobierno de México.

Andrés Manuel López Obrador celebró el 1° de Diciembre ante una multitud en el mítico Zócalo de la Ciudad de México “el primer año de gobierno democrático, honesto y humanista”.  El inicio de sexenio de gobierno cuenta con altísima aprobación popular, a pesar de ser permanentemente atacado por adversarios políticos y medios de comunicación, para intentar minar el rumbo de la Cuarta Transformación. El lema juarista “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada” será de crucial importancia en el marco de los embates geopolíticos que este gobierno deberá continuar afrontando en 2020.

Del mismo modo, se consigna como saldo positivo del 2019 la consistencia del signo de integración de las naciones del Caribe, esfuerzo que impidió, a pesar de las defecciones coyunturales de Haití y Santa Lucía, cerrar el cerco diplomático de asfixia contra Venezuela en la OEA.

Pueblos que han despertado

De enorme valor han sido también este año las masivas manifestaciones populares contra las imposiciones neoliberales en Ecuador, Colombia, Chile, Puerto Rico y Haití. En todos los casos, las políticas de ajuste y sumisión a los dictados del Fondo Monetario Internacional han quedado jaqueadas y los gobiernos desacreditados y cuestionados por las violaciones a los derechos humanos debido a la represión desatada. En Puerto Rico, el gobernador colonial debió dimitir, sin que se produzcan mayores modificaciones. Sin embargo, el éxito del pueblo dejó un rescoldo de insurrección que aún no se apaga.

El gobierno de Ecuador, ante su debilidad absoluta, se ha cobijado bajo las alas del Águila y emprendido una persecución judicial, sin sustento alguno, contra líderes y lideresas de la Revolución Ciudadana. Allí, luego de una breve “luna de miel” con el gobierno, se ha fortalecido la oposición militante del movimiento indígena, apareciendo como factor fundamental en una ecuación de fuerzas capaz de superar el giro derechista actual.

Colombia y Chile, socios dilectos de Estados Unidos en la región, modelos de dictadura económica y política apenas barnizados por periódicas votaciones, atraviesan una crisis feroz. Los pueblos chileno y colombiano emergieron este año como protagonistas principales en reclamos de transformaciones profundas en el sistema social y político. En el primer caso, a pesar del enconado esfuerzo de los representantes del Viejo Régimen por impedir el surgimiento de una Asamblea Constituyente, los avances indican que en el 2020, Chile vivirá un intenso proceso de democratización, cerrando el trágico capítulo del pinochetismo y sus sucedáneos en ese país.

En Colombia, el generalizado rechazo popular a los planes económicos de Iván Duque, la infame cadena de asesinatos de lideresas, referentes campesinos y ex combatientes desmovilizados, la traición a los Acuerdos de Paz, el doloroso hallazgo de fosas comunes de falsos positivos, la acusación a Uribe ante la Corte Suprema de Justicia y los resultados de las elecciones regionales y municipales celebradas en Octubre, muestran el temprano agotamiento de un gobierno débil.

Algo similar ocurre en Haití, en donde el gobierno del empresario Jovenel Moise se sostiene apenas gracias al respaldo de gobiernos extranjeros nucleados en el así llamado Core Group. Además de la caótica e inhumana situación social de las mayorías y la denuncia de la corrupción de la élite en el poder, se agrega la indignante comprobación de cientos casos de violación, abuso y coerción sexual por parte de las fuerzas de ocupación de la Minustah a niñas y adolescentes que quedaron embarazadas y han debido criar a sus hijos en situaciones de pobreza extrema.

Las movilizaciones populares en todo el país, lideradas por la oposición articulada en el Foro Patriótico, exigen transformaciones estructurales y sistémicas en el marco de una nueva Constitución. Transformaciones que deben garantizar el fin de la tutela neocolonial y de la enorme desigualdad social de una nación desgarrada por el hambre, la miseria y la falta de condiciones de vida mínimas.

El cono de sombras

Sin embargo, los avances populares en la región se han visto ensombrecidos este año por duros retrocesos como el del golpe de Estado sufrido por el Proceso de Cambio en Bolivia. Luego de una victoria en primera vuelta, con poco más de 10 puntos sobre el principal contendiente, Evo Morales fue forzado a dimitir por un golpe gestado desde los Estados Unidos, cuyos principales actores fueron la OEA, fuerzas policiales y militares, facciones de cívicos fascistas junto a los medios de comunicación privados.

En el marco de una cruzada de rasgos oscurantistas, el gobierno de facto, carente de toda legitimidad formal, ha asesinado, intimidado y lanzado una cacería de brujas contra los movimientos sociales del país y los partidarios del MAS-IPSP, utilizando además el supuesto “interinato” para acometer una derechización total de la política exterior del país, alineándolo bajo la órbita norteamericana.

Asimismo, entre los acontecimientos negativos del año, debe anotarse la derrota del Frente Amplio en Uruguay a manos de una coalición de carácter conservador con fuerte presencia de elementos militares en su interior. De igual modo, el triunfo de un representante de la derecha dura en Guatemala, el ex director del sistema penitenciario Alejandro Gianmattei, representa la continuidad de la corrupción estructural reinante en el país, la violencia contra los pobres y el férreo alineamiento con los deseos de la administración estadounidense.

A este cuadro de sometimiento se ha sumado en El Salvador, como era previsible, Nayib Bukele, quien ha roto lanzas con Venezuela y fortalecido lazos con la dominación imperial. En la región centroamericana, la elección del socialdemócrata Cortizo en Panamá y el continuado reclamo sectorial y sindical en Costa Rica no significan, por el momento, perspectivas de cambio real en el alineamiento forzado de ambos países con los propósitos de los EEUU.

El esquema de corrupción medular del Perú también ha despertado la indignación popular y generado múltiples movilizaciones. Impulsado por el reclamo masivo, el presidente Vizcarra – él mismo suplente del renunciado Pedro Pablo Kuczynski – ha disuelto el Congreso y convocado elecciones anticipadas de congresistas para Enero 2020. La reciente excarcelación de Keiko, lideresa visible del clan Fujimori indica que, lejos de acercarse a una etapa de regeneración, el Perú continuará estando en el corto plazo sumido en la podredumbre de su sistema institucional, funcional a la concentración de poder y la desigualdad social.

Otro caso similar es el de Mario Abdo Benítez, que acaba de cerrar acuerdos con el FBI y el Departamento de Estado para hacer de Paraguay la principal base de espionaje y actuaciones de “inteligencia” estadounidense. Precio que debió pagar por las gestiones de la embajada de aquel país, que lograron sostenerlo en la presidencia a pesar del reclamo popular en su contra suscitado por la entrega de soberanía en negociados energéticos con Brasil por la represa Itaipú.

A su vez Brasil, el gigante latinoamericano, de posible potencia mundial en el marco del BRICS se ha degradado a pieza subalterna de la política exterior de Estados Unidos. Con un gobierno sin existencia política real, sometido a la voluntad de la Casa Blanca, los mandos militares y un congreso controlado por retrógrados, violentos y corruptos, Brasil ha emprendido un camino de reformas neoliberales que amenaza no sólo con retrotraer los avances conseguidos por los gobiernos de Lula y Dilma, sino con entregar gran parte del entramado estatal de empresas a multinacionales extranjeras.

En este país, la pesadilla neopentecostal, la manipulación mediática convencional y de las redes digitales y la guerra jurídica han sido el instrumental con el cual la oligarquía y el imperio actuaron para impedir la redistribución de riqueza y el comienzo de un nuevo orden social más justo. Tan sólo la libertad provisional de Lula resultó un bálsamo entre tanta agresión, odio y retroceso.

El cuadro completo

Todos estos sucesos están conectados y se explican en el contexto de una guerra multidimensional desatada por el otrora indiscutido hegemón occidental, los Estados Unidos, en la que los pueblos son rehenes de una pugna por la predominancia económica y geopolítica.

En desventaja en la puja intercapitalista contra potencias emergentes como China e India y reemergentes -sobre todo en el campo militar y energético- como Rusia, los Estados Unidos pretenden recuperar el dominio total sobre América Latina y el Caribe. La guerra se desarrolla en todos los niveles. Es una guerra comercial, financiera, tecnológica, mediática, judicial y de violencia armada, de apoderamiento de recursos materiales e intelectuales, de vías de comunicación e infraestructuras, pero también de predominio cultural y geopolítico.

Dadas las características de mundialización alcanzadas, es una guerra planetaria, cuyo objetivo no sólo es evitar la multipolaridad geopolítica y la reformulación del statu quo institucional surgido después de la Segunda Guerra Mundial. Es una guerra por conservar la preeminencia occidental frente a la evidente rebelión contra la imposición cultural que anida en esta competencia.

Desafíos a futuro

En razón del proyecto de agresión antipopular emprendido por el imperialismo, el poder financiero transnacional y las oligarquías locales, es evidente que los elementos más progresivos de América Latina y el Caribe deberán gestar una unidad estratégica. Unidad en la diversidad, que en la actual coyuntura, será unidad en la adversidad.

De primer a importancia será para esta alianza conectar con el empuje revolucionario de las nuevas sensibilidades, encarnadas en el movimiento feminista, en el ecologismo anticapitalista y en jóvenes que reclaman un nuevo mundo, pero también un modo diferente, participativo y horizontal, de alcanzarlo.

Entre los desafíos a afrontar por el campo transformador estará, en primera línea, la necesidad de democratizar el ejercicio de la comunicación para contrarrestar las maniobras de manipulación del sentido común de las mayorías. Del mismo modo, se habrá de encontrar el modo de neutralizar la difamación y la mentira cuya circulación veloz y segmentada se multiplica a través de las redes digitales manejadas por las corporaciones.

En el campo político, el sistema intentará reprimir o encauzar en el molde tradicional al empuje transformador de los pueblos movilizados, para diluir su carácter sistémico. Será importante volver a llamar a las cosas por su nombre y la palabra “revolución” – en su acepción de cambio profundo y radical de las estructuras, no necesariamente violento- deberá poder articularse sin miedo ante un esquema capitalista desgastado y sin salida para las mayorías.

También es obvio que la reacción del sistema en caída continuará apelando a la violencia, por lo que un tema de primer orden será evaluar la relación y posible acción de las fuerzas armadas en defensa de los cambios emprendidos.

Otro punto esencial, acaso el desafío más complejo, será comprender el significado de la estructura de reacción que representa el avance de las corrientes oscurantistas en la región y el mundo. Corrientes fundamentalistas que otorgan a la derecha la base social que no lograrían construir a través de sus propios postulados de neoliberalismo antipopular.

Sin duda conducente será entender que el abandono social, pero también la soledad, el quiebre de vínculos, la degradación ética, la defraudación sistémica, el sinsentido existencial y la incerteza respecto al futuro individual y colectivo han creado un campo propicio para el crecimiento de corrientes irracionales y reflexionar si es que acaso no estamos en presencia de un fracaso del absolutismo materialista.

Para recuperar una mística social revolucionaria imprescindible, que vaya más allá de la mera mejora de condiciones objetivas de vida, quizás las fuerzas evolutivas deban retomar, de manera creativa el mito del “hombre” y la “mujer” nuevos. Ese “ser humano nuevo”, que no será producto de condiciones futuras, sino condición simultánea para que aquéllas finalmente se produzcan.

Es hora sí, de reemprender con fuerza y en unidad, el camino de humanizar el mundo. Acaso los momentos más oscuros, sean apenas la antesala del ansiado mundo nuevo.

 

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.