Por Ricardo Uribarri/ctxt

La ex atleta belga, ganadora de cuatro medallas en los Juegos Paralímpicos y con tetraplejia progresiva desde los 14 años, puso fin a su vida de forma voluntaria a finales de octubre.

Paralizada desde el pecho hasta abajo, sin apenas visión, con ataques epilépticos, y dolores tan fuertes que en ocasiones apenas la dejaban dormir 10 minutos seguidos. Con esa situación, la deportista belga Marieke Vervoort, de 40 años, puso fin a su vida el pasado martes 22 de octubre mediante eutanasia, legal en su país. Vervoort tenía preparada esta opción  desde 2008, para cuando no pudiera aguantar más las consecuencias de la tetraplejia progresiva que padecía desde la adolescencia. El deporte fue su mejor medicina en estos últimos años, le permitió disfrutar de momentos únicos, como las medallas conseguidas en los Juegos Paralímpicos. “A pesar de mi enfermedad, he vivido lo que otros solo pueden soñar”.

Marieke nació en la localidad de Diest en mayo de 1979. De pequeña era muy activa y le gustaba mucho nadar, montar en bicicleta y hasta practicar jiu-jitsu. “No paraba, no era como otras niñas que juegan con cachorros. Ella prefería juntarse con chicos, subirse a los árboles…”, recuerda su padre. Una vida normal que cambió cuando con 14 años tuvo una inflamación en un pie que le provocaba unos dolores que pronto notó también en las rodillas. Empezó a visitar doctores y el único diagnóstico que le pudieron dar es que sufría una enfermedad degenerativa para la que no se conocía solución y que algunos especialistas consideran que pudo originarse por un problema entre la quinta y la sexta vértebra de la columna vertebral, aunque a día de hoy se sigue investigando. Pronto tuvo que empezar a andar con muletas y finalmente, en el 2000, terminó en una silla de ruedas.

Pese a las limitaciones, no quiso dejar de hacer deporte, llegando a practicar el baloncesto en silla de ruedas y, especialmente, el paratriatlón, donde su carácter competitivo la llevó a proclamarse campeona del mundo en 2006. En 2007 llegó a competir en una prueba que destaca por su dureza, el Ironman de Hawai. Al año siguiente ya no pudo ir. La enfermedad avanzaba y los dolores se hacían insoportables. Tanto que a Marieke le empezó a rondar por la cabeza la idea del suicidio viendo que ya ni siquiera podía realizar deporte. Pero un médico le habló de otra posibilidad. La de la eutanasia, que en Bélgica es legal desde 2002 para aquellas personas con un pronóstico de enfermedad irreversible, que padezcan un sufrimiento físico o psíquico constante e insoportable. Justo el caso de Vervoort.

“Yo no lo veo como un asesinato, sino que me da paz. No quiero vivir como una planta y como tengo los papeles desde 2008 sé que cuando tenga demasiado dolor podré decir que ya es suficiente, ahora quiero morir” explicaba en una entrevista en El País. Para conseguir el permiso necesitó la firma de tres doctores y hablar con una psicóloga. Actualmente la eutanasia solo se autoriza en cinco países: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia. Otros reconocen el derecho al suicidio asistido, opción en la que es el propio enfermo el que realiza la acción para acabar con su vida. Esta posibilidad se permite en Suiza, Alemania, algunos estados de Estados Unidos y en el estado australiano de Victoria. En España, donde según una encuesta realizada en 2017 por Metroscopia, el 84% de los españoles está de acuerdo en que un enfermo incurable debería tener derecho a que los médicos puedan proporcionar algún remedio para poner fin a su vida sin dolor, la inestabilidad política ha aparcado hasta por dos veces la tramitación de una ley en este sentido.

Esa tranquilidad de poder decidir su futuro le dio fuerzas a Marieke para seguir viviendo y centrarse en el deporte, especialmente en las carreras de sillas de ruedas después de que durante una estancia en Lanzarote –la isla a la que viajó con frecuencia por el alivio que suponía su clima para sus dolores–, la animaran a tomar parte en una prueba. El entrenamiento y la competición se convirtieron “en un medicamento” para ella, hasta el punto de que en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 consiguió la medalla de oro en la prueba de 100 metros y la de plata en la de 200 metros, ambas en la categoría T52 (personas con buen control de hombros y parte superior del cuerpo y función limitada en tronco y piernas). “Cuando me siento en mi silla de carrera, todo desaparece. Expulso todos los pensamientos oscuros, el miedo, la tristeza, el sufrimiento, la frustración”, reconoció.

Los resultados deportivos así lo demostraron a pesar de los obstáculos a los que tuvo que hacer frente. En 2013 estableció dos récords mundiales en 400 y 800 metros y uno europeo en 200 metros. Ese año sufrió una caída durante el Mundial de Francia y se lastimó el hombro, necesitando cirugía y una rehabilitación de 10 meses, pero pese a ello volvió a batir dos marcas mundiales en 2014, en 1.500 y en 5.000 metros. Otra vez tuvo que estar cuatro meses parada tras sufrir quemaduras en sus piernas al caerle agua hirviendo de una cazuela en su casa, donde vivía independizada de sus padres por deseo propio, a causa de un ataque epiléptico. Eso no le impidió competir en el Mundial de Doha de 2015, donde ganó tres medallas de oro en 100, 200 y 400 metros.

Antes de viajar a Río de Janeiro para disputar los Juegos Paralímpicos de 2016 se convirtió en noticia mundial al conocerse que tenía firmados los papeles que le permitían acabar con su vida a través de la eutanasia. Algunos medios dijeron que pensaba llevarlo a cabo tras el evento, pero después de ganar dos nuevas medallas, una de plata en 400 metros, conseguida después de 30 horas de fuertes malestares y de recibir sueros de hidratación durante un día entero, y un bronce en los 100 metros, obtenido tras una infección en la vejiga que le provocó fiebre alta, aclaró que aún tenía cosas que hacer en la vida. “Cuando llegue el momento, cuando tenga más días malos que buenos, entonces tengo mis papeles de eutanasia, pero ese momento aún no ha llegado”. Sí anunció que dejaba el deporte porque quería pasar más tiempo con su familia y amigos y porque ya le costaba mucho entrenar seis días a la semana como había hecho hasta entonces, a costa de tener que utilizar en numerosas ocasiones inyecciones de morfina y Valium para soportar el dolor. Su cuerpo le decía que era el momento de dejarlo.

A partir de entonces la vida de Marieke se convirtió en una lucha entre las cosas que quería hacer, como visitar Japón, escribir un libro (Marieke Vervoort, el otro lado de la medalla), hacer paracaidismo bajo techo… y las que su enfermedad le permitía llevar a cabo, cada vez menos. Acompañada de forma constante por su perra labrador ‘Zenn’, entrenada para despertarla cuando sufría un ataque epiléptico, su organismo se fue debilitando. A finales de 2017 tuvo que ser ingresada en el Hospital Universitario de Bruselas, donde pasó la Navidad. Su ánimo decayó y reconoció que estaba pensando en activar la opción de la eutanasia al ver que la enfermedad iba muy rápida. “Paso más tiempo en el hospital que en mi casa y voy de la cama al sofá y del sofá a la cama. Me han puesto tantas inyecciones que todo está roto. A veces el líquido entra y vuelve directamente. Tengo tanto dolor que es imposible vivir en estas condiciones. Antes podía dibujar preciosas obras de arte y ahora ya casi no veo. Lloro cada noche y cada día me deprimo más”.

Parecía que ese 2018 sería el último año en la vida de Marieke pero aguantó aún un poco más. Incluso tuvo oportunidad de disfrutar de algunas ilusiones más, como la de subirse a un Lamborghini Huracan Evolution y dar una vuelta al circuito de Zolder. Pocas semanas después, el ayuntamiento de su localidad natal, Diest, anunció su fallecimiento tras abandonar el tratamiento que recibía en un hospital y pasar sus últimos días en casa rodeada de los suyos, entre ellos, el doctor Wim Distelmans, que es quién se ha ocupado de todo el proceso. En el comunicado del consistorio se incluía un poema en el que se  lamentaba que su pérdida “dolerá cada nuevo día”, pero que su dolor “también desaparece”. Ella ya había pedido hace tiempo como quería que fuera su funeral: “Quiero que todo el mundo tenga una copa de champán en la mano, y un pensamiento para mí”. Se celebró en un salón de eventos, con música en directo, varios discursos y con los 250 asistentes dando una ovación de varios minutos a su finalización. Su padre señaló que “ha sido un modelo a seguir para todos los deportistas discapacitados, especialmente para aquellos en sillas de ruedas, pero también ha hecho mucho para romper el tabú de la eutanasia al darle una cara relajante”. Su deseo era que sus cenizas se esparcieran en Los Hervideros, en Lanzarote, donde pasó tan buenos momentos.

Wielemie, como era conocida, no llevó la vida que esperaba cuando era pequeña. Pasó 20 años en una silla de ruedas. Tuvo que hacer frente a muchas adversidades. Pero gracias a su carácter y a su mentalidad luchadora disfrutó de grandes momentos que pueden servir de inspiración para otras personas. “Believe you can” (Cree que puedes) mostró en una pancarta en la misma pista de competición de Río tras ganar una medalla. El deporte fue su mejor aliado contra la enfermedad. El que hizo que, como dice el mensaje que luce en su página web a modo de epitafio, “cada vez que pensabas que ya no funcionaría un rayo de luz brillaba una y otra vez. Eso dio fuerza y coraje para continuar. Hasta la última vez”.

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