Turquía se habría convertido de facto en un régimen autocrático, especie de dictadura invisible sustentado en sólidas estrategias de cohesión (manipulación de masas), control de los medios de comunicación y represión social, síntomas evidentes de una deriva totalitaria que se plasmaría en severas restricciones a la libertad de expresión. Ejemplo de ello es el cierre de medios de comunicación y la encarcelación de periodistas opositores, cuyo paradigma sería Idil Esser, directora de Amnistía Internacional en Turquía y condenada a 16 años por denunciar las continuas violaciones a los derechos humanos en el país otomano.

¿Revolución de Colores contra Erdogan?

La decisión unilateral de Donald Trump de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén provocó el repudio de la comunidad internacional, una nueva intifada palestina y la reacción airada de Erdogan, quien acusó a Trump de “quemar el mundo” y a Israel de “Estado terrorista” durante la reciente Cumbre de la Organización para la Cooperación Islámica (OIC), celebrada en Estambul. Tras ella su figura habría emergido como el valedor principal de la causa palestina, convirtiéndose al mismo tiempo en “la bestia negra de Israel”, país no tardará en neutralizarlo.

Así, la lealtad de Erdogan a los intereses anglo-judíos en Medio Oriente estaría en entredicho por su previsible apoyo a la facción palestina Hamas y al consiguiente enfrentamiento con Israel, así como la guerra sin cuartel declarada contra el PPK kurdo y su aliado sirio el PYD. Estas medidas chocarían con la nueva estrategia geopolítica de EE.UU. para la zona, lo que podría provocar el magnicidio de Erdogan al haberse convertido en un obstáculo para ella. Así, la nueva doctrina geopolítica de Erdogan pretendería dejar de gravitar en la órbita occidental y convertirse en potencia regional, plasmándose en la compra de sistemas antiaéreos S-400 a Rusia en un claro desafío a la OTAN. Asimismo, Erdogan se negó a participar en las sanciones occidentales contra Moscú, compró a China misiles de defensa antiaérea HQ-9 y manifestó su deseo de integrarse en la Nueva Ruta de la Seda, permitiendo inversiones del Banco Industrial y Comercial de China (ICBC).

El desencuentro Erdogan-EE.UU. llegó a su punto de inflexión tras el intento fallido de asonada militar en Ankara y Estambul y la negativa de EE.UU. de extraditar al líder político y religioso Fethullah Güllen, acusado por Turquía de organizar la intentona golpista. Tras ello, Erdogan procedió a una exhaustiva purga del Ejército, así como de los aparatos de justicia, educación, policía, universitarios y medios de comunicación, aunado con la posible restauración de la pena de muerte, medidas extremas que alarmaron a todas las cancillerías occidentales así como a la misma ONU. En el paroxismo del desencuentro EE.UU.-Turquía, asistimos a la incursión turca en la zona kurdo-siria, que hará que la Administración Trump proceda a la elevación de los aranceles al acero y aluminio turcos. Eso tendrá como efectos colaterales un nuevo desplome de la lira turca, la salida de capital extranjero de Turquía, el encarecimiento de la refinanciación de su deuda, la entrada en recesión económica y la elevación de la tasa de inflación hasta niveles estratosférica, en un panorama que provocará una carestía de la vida inasumible por las clases populares y que podría desembocar en una nueva Revolución de Colores.

¿Tiene Erdogan los días contados?

El llamado Plan Biden-Gelb, aprobado por el Senado de EE.UU. en 2007 y rechazado por Condolezza Rice, Secretaria de Estado con George W. Bush, preveía la instauración en Irak de un sistema federal con el fin de evitar el colapso en el país tras la retirada de las tropas estadounidenses. Proponía separar Irak en entidades kurdas, chiíes y sunitas, bajo un gobierno federal en Bagdad encargado del cuidado de las fronteras y de la administración de los ingresos por el petróleo. Así, tendríamos el Kurdistán Libre con capital en Kirkuk y que incluiría zonas anexionadas aprovechando el vacío de poder dejado por el Ejército iraquí, como Sinkar o Rabia en la provincia de Nínive, Diyala y todas las ciudades de etnia kurda de Siria, liberadas por la insurgencia kurda del PYD sirio (región autónoma de Rojava) y el sudeste de Turquía controlado por el PKK. El nuevo Kurdistán contará con las bendiciones de EEUU e Israel y dispondrá de autonomía financiera al poseer el 20% de las explotaciones del total del crudo iraquí con la “conditio sine qua non” de abastecer a Israel y Europa Oriental del petróleo kurdo a través del oleoducto que desemboca en el puerto turco de Ceyhan.

Así, según un informe del portal Veterans Today, “Israel estaría trasladando armas de defensa aérea, artillería de largo alcance, helicópteros y aviones de combate F-15 a Erbil, capital del Kurdistán iraquí para una guerra más amplia contra Irak e Irán”, al tiempo que los presidentes de Irán y Turquía, Rohani y Erdogan amenazaron con tomar “medidas más fuertes” para evitar que el nuevo Kurdistán se convierta en portaaviones de Israel en una próxima guerra contra los Gobiernos chiitas de Irak e Irán. En consecuencia, Erdogan se habría convertido en un serio obstáculo para la plasmación del Nuevo Oriente Medio diseñado por EEUU e Israel. Así, se antoja inevitable su defenestración mediante un plan elaborado por la CIA con la participación activa del Mossad israelí y el apoyo logístico del PKK turco para sustituirlo por un gobierno militar pro-EEUU. Turquía volvería a ser el portaaviones continental de EE.UU. en Medio Oriente.