por Martín Ruano

Las impactantes manifestaciones en Chile, que desnudan las reales condiciones de vida del pueblo en el alumno ejemplar del neoliberalismo continental, son el resultado de la irrupción social de una generación que no vive bajo el yugo del terror militar. Pero no por ello puede considerarse un evento aislado, sino la lógica consecuencia del modelo económico y de los demás movimientos en la región.

La relación con anteriores movimientos sociales de ruptura ya andan siendo analizados por doquier, no es lo que vamos a hacer a continuación. Lo que nos interesa resaltar es que la experiencia de la explosión social puede ser capitalizada por los sectores más politizados y por las organizaciones sociales chilenas.

La renuncia del presidente Sebastián Piñera es el objetivo inmediato y básico que puede hacer de pivote a la situación política y abrir una nueva era para el pueblo chileno. Implica un símbolo de ruptura legal con toda la herencia de la dictadura pinochetista. Es el dato fundamental para que las masas sientan que han logrado una victoria contundente y que la situación general del país puede modificarse.

La Asamblea Constituyente  es el objetivo de fondo que deben tener las masas populares en Chile, dejar en las cenizas el esquema legal de los niños de Washington, y abrir una discusión popular y social sobre las nuevas bases sobre las que se edifique una democracia en Chile.

Más allá de los logros que tenga la sociedad chilena en estas movilizaciones, es fundamental que el pueblo chileno y en especial sus mujeres y hombres más conscientes políticamente, así como sus organizaciones sociales, comprendan que lo fundamental de este proceso es el sedimento de solidaridad y organización social que quede. En la Argentina en 2001 se desarrolló una amplia red de solidaridad y participación política (las asambleas populares) que no fue aprovechada por el pueblo en toda su dimensión. Aún así, aún duran, casi 20 años después, organizaciones populares barriales que nacieron en ese momento como asambleas barriales.

Es fundamental que se privilegie y fortalezca esa estructura de encuentro y disputa política popular que surge en el medio de la población. Esos momentos de discusión y decisión son mucho más importantes incluso que todo lo que pueda decidirse en ellos, y son los que le pueden dar al proceso popular chileno un sello diferencial en el mundo. Su importancia es tal, que pueden ser el lugar de encuentro y acuerdo entre las diversas fuerzas políticas.

Por último, la necedad de la utopía demanda que nos fijemos objetivos a largo plazo que debemos lograr que entienda no solo hasta el último chileno, sino hasta el último latinoamericano. Así como le han metido en la cabeza a los pueblos que el “crecimiento económico” (que se traduce en la fuga de capitales de los sectores privilegiados) es el objetivo a seguir por nuestras economías, nosotros debemos entender y hacer entender que nuestro objetivo es que no haya más privilegios en América Latina. Un objetivo utópico, pero necesario.

Si la mujer de Piñera piensa que es posible que tengan que perder algunos privilegios, el pueblo tiene que plantearse que su gran objetivo es que no haya privilegiados en Chile. Debemos decir claramente que cada privilegio de los sectores gobernantes se traduce en la pérdida de un derecho del pueblo en salud, en educación, en trabajo.

Cada privilegio de ellos, se traduce en esos niños del pueblo que mueren de hambre, que están desnutridos, que mueren por enfermedades evitables, que viven en la miseria y no tienen futuro dentro de este sistema. Se traduce en esos abuelos que le dieron la vida al “milagro económico chileno” y que ahora son olvidados por este. Se traduce en la vida de esos millones de hombres y mujeres que solo son considerados como ganancia o pérdida para el sistema neoliberal en nuestro continente.