Por Andrés Figueroa Cornejo

Destruido el miedo a la libertad, se desmoronan los dioses del poder y sus fetiches auxiliares. Una juventud con tantos motivos como estrellas disparando luz, que llena las arterias de todo Chile. Ya no es sólo Santiago, ni el pasaje del Metro, ni sólo estudiantes. A lo largo del país estrechado entre mar y cordillera, también se agregaron los trabajadores portuarios y los mineros de La Escondida. El martes 22 de octubre el paro nacional fue convocado por las y los trabajadores de la salud pública, área completamente hecha polvo por la falta de presupuesto y trágicamente famosa por los miles de pacientes que han fallecido en espera de su turno de atención.

No es posible dar cuenta de todos los momentos de resistencia y lucha que llenaron y aún acontecen durante la jornada del 21 de octubre. Históricas son las cifras de detenidos (el 21 solamente, se alcanzó el guarismo oficial de más de 1500 personas), heridos, torturados por la policía, familiares que buscan a manifestantes desaparecidos, y asesinados.

Sebastián Piñera y el equipo central que administra el Estado oligarca, policial y militarizado de Chile, ya están estorbando hasta las clases dominantes. La bolsa ha caído un 4 por ciento y en cualquier instante se puede comunicar la debacle en el ranking de riesgo país. Lo cierto es que la imagen país está enterrada, librada al despeñadero de la fuerza de gravedad y descrédito para la inversión capitalista.

Por arriba, la institucionalidad no da pie en bola. Este lunes en la principal sede de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, de la capital, los presidentes de los partidos de la oposición institucional (de la Democracia Cristiana hasta el Frente Amplio y el Partido Comunista) se reunieron para acordar, sin éxito, alguna propuesta de salida política en común. Como no fue posible, se reunirán mañana 22. En la misma sede se efectuará una Asamblea Popular sindical y gremial.

Mientras tanto Piñera comienza a sentir la soledad y hostilidad de sus ex partidarios. Por cadena nacional habló de que está en guerra contra una entelequia que no explicó qué era, pero que tendría planes, organización y poderes sobrenaturales. No le creyó la vieja y terrorista retórica del alucinatorio enemigo interno ni siquiera el jefe de seguridad nacional, el general Iturriaga del Campo, puesto en ese cargo especial para casos de estado de emergencia y toque de queda por el propio Piñera. El militar, especialista en doctrina de guerra, dijo por la mañana del día siguiente que, “soy feliz y no tengo enemigos”. Horas antes, una fracción más “liberal” de la derecha, en voz de su intelectual orgánico y fabricación de la cadena oligopólica del diario El Mercurio, Carlos Peña, ya se desmarcaba por televisión del discurso oscurantista. Uno tras otro, los dirigentes de su sector expresan sus grietas políticas y le quitan el piso.

La solidaridad internacional, ternura de los pueblos y mano que nutre el ánimo incombustible de la población en lucha, se multiplicó como pan repartido por todo el mundo. Y también la resistencia mapuche tendió su mano. Diplomacia de los pueblos, le dicen.

Cuando la realidad es sólo tránsito, fugacidad, incertidumbre y combate pacífico por la conquista de los derechos sociales y humanos, este 21 de octubre, en el centro de Santiago (que no está muerto, Silvio, que no te lo mataron, como profetizaste en una canción hace más de cuatro décadas), el movimiento real, el factor subjetivo, las fuerzas sociales, en su protesta chocan contra los intereses de la minoría insignificante en el poder. Esa humanidad es sobre todo juventud de vocación libertaria. Antimilitarista, encara a los militares para que se vuelvan a los cuarteles, que esto no es cuestión de ustedes. Antifascista que ofrece razones y exige bienestar social ahora ya.

Ruge la esperanza en el temblor de la libertad; la democracia de decisiones comunitarias; la vida nueva y creada socialmente. No más objeto, ni mercancía, sino que sujeto protagonista, respetuoso de la naturaleza, feminista.

Esta inflexión histórica se encuentra en pleno desarrollo.

 

Fotografía: Claudia Aranda